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Hace 20 años que escribo y tengo publicada una novela corta

TAL VEZ CONVENDRÍA...

...aclarar cual es el propósito de este blog. Hace mucho tiempo que vengo con la idea de publicar,vaya a saber porque, un montón de cuentos, relatos, casi crónicas (algunas de ellas).Si desmenuzamos el "vaya a saber porqué", o al menos lo intento, tropezaré con algunas ideas vagas, como narcisismo, exhibicionismo, que se yo, dejarles a mis hijos algunos divagues...
Entonces mi cuñado me mostró el blog de un amigo y me dije: Bárbaro, con esto me alcanza y de paso por ahí gente que quiero y otras que no conozco lean algunas cosas de estas y al menos les resulte entretenido. Ojalá.

Sentate y ponete a leer

Sentate y ponete a leer
¿Estás cómodo?

miércoles

2 Poetas gauchos 2 (Crónica)

Mails intercambiados entre Nicanor de Elía (Aparicio el Ganso) y Ricardo Camogli (Edonicio el Pavo) debido a que el primero debía pagar un impuesto atrasado y también debía enviar escaneado el depósito realizado en el  Banco de la Provincia  2"de Córdoba con el número de cuenta en ese banco de la Municipalidad de Los Cocos que tiene en la sucursal de La Cumbre. (Año 2003).

  No se hai de dormir
el crestiano que es alvertido
y al amigazo endeudao
le va hacer el favor
de enviarle como un tiro
el número que con dolor
necesita con cuidao
y de ese modo permitir
saldar con lo depositao
la mensualidá sin dirimir.

Aparicio el ganso


No mei quedau dormido
Con el tema de su cuenta,
(aunque la cosa aparenta
que la dejé en el olvido).
Anote, criollo querido,
La cuenta: cincuenta y uno;
Y aquí resulta oportuno
Que indique la sucursal:
Tres cuatro dos, (pa´ indicar
La de La Cumbre, presumo).
Cuando le den la boleta
La fotocopia enseguida,
Y en un sobre me la envía
Desde cualquier estafeta,
Pa que de forma concreta
El ente recaudador
Le pierda todo temor
Que su cuenta siga impaga
¡y que sepa esta negrada
cómo paga Nicanor!

Edonicio el Pavo


Naides me ha de llamar
crestinao desagradecido
y como flecha me voy
los patacones a depositar
como un enloquecido
porque como es sabido
nunca e’ de olvidar
el servicio extraordinario
o el extraordinario servicio
que me ha prestado
el día de hoy
un paisano octogenario
apelado el pavo Edonicio

Aparicio el ganso.


Naides podrá decir
que este gaucho desterrau
no pecha como un desgraciau
y no para de sufrir
pa' poder dir a morir
en esa montaña dichosa
donde Edonicio y su esposa
pa' siempre han de vivir
con un vecino amigazo
que en dos meses pondrá
en la mesa un vinazo
que con gusto invitará
a quienes tanto estraña
y se han dado tanta maña
pa' hacerle este favor
de alcanzarle la papeleta
(y evitarme la estafeta)
al ente recaudador

Aparicio el ganso


Aparcero, tenga mano,
no vaya dirse en promesa,
aquel vinazo en la mesa
ya queda documentao.
El recibo fue entregao
al ente recaudador,
y siendo gaucho de honor
se lo tengo que decir:
¡si usté no puede venir
mande el vino, por favor!

Edonicio el Pavo












LA CARTA DE RICARDO (Crónica)

Mi hermano Ricardo, siete años mayor que yo, era un genio. Tenía un coeficiente intelectual muy superior al del común de los mortales, un conocimiento enciclopédico, una memoria prodigiosa. Fue medalla de oro de su promoción en la Universidad Nacional de Córdoba, en donde se recibió de abogado. En mi casa solía recitar de memoria, a los gritos, las poesías de Lorca y de Guillén.
Si escribo a veces algunas ocurrencias en forma de cuentos, de novelas, se deber casi, a la tristeza y diría cierta impotencia que siento por el hecho de que semejante talento no haya dejado otra cosa que recuerdos entre los que tuvimos la suerte de conocerlo. Recuerdos que al no haberse plasmado en escritos se disolverán con el tiempo. Los escritos tienen casi siempre idéntico destino, pero, si fueron realizados con habilidad, con gracia (y estoy seguro que los que podría haber realizado Ricardo estarían hechos de esa manera), pueden llegar a ser disfrutados al menos por dos o tres generaciones. Dejó solo una poesía que publicó el diario “La Capital” de la ciudad de Rosario en el año 1965 (ciudad en la que nació y vivió la mayor parte de su vida), y que transcribo:

MONTE

El monte que me acecha,
erizado de espinas y de penas.

El monte, duro y áspero
como la gente de mi pueblo preso.

Rencor vencido, mata y espinillo,
duro solar de raza castigada,
poncho de tela brava, amargo ceño
de esta tierra, por criolla desdeñada.

Monte mío, jinete de la sierra
chaparro guardián de la montaña;
cuando vengan las rojas alboradas,
bajarás a los pueblos y a los valles
hecho machete, antorcha, cruz, tacuara.

Sabrás de hundidos rostros rescatados,
de lomos que han vuelto a ser espaldas,
del pan que ya no falta;
que niños tristes de mirada anciana,
serán ancianos de mirada niña...

Monte mestizo de pelambre recia,
Arpón de las estrellas, ¡monte macho!

También dejó una carta que nunca pude leer. Pero la peculiaridad que la rodea que tal vez supera su texto, merece su evocación.
Ricardo era un ser hecho para el amor. Vivía enamorándose. Y sufría porque solía no ser correspondido. Las mujeres con las que se topaba, por cierto muy bellas, solían preferir a los muchachos deportistas y con gran confianza en si mismos. Él en cambio, era un soñador tímido, bajo y enjuto. No era precisamente un Clarck Gable, era más bien un Woody Allen con la diferencia de que no era famoso, ni rico ni un exitoso director y comediante.
Ocurrió un día que volvió a enamorarse. Pero esta vez de una chica que no era para nada hueca. Muy por el contrario, la Negra era y sigue siendo, un ser sensible e inteligente que con el tiempo llegó a ser una muy buena escultora. Vivía en Córdoba y se habían conocido en una reunión social. Bastó esa noche para que el corazón de él, una vez más, se incendiara. Sin embargo, ella partió hacia su ciudad al día siguiente.
Consternado por la partida anduvo varios días por nuestra casa como un fantasma. Terminó contándome que estuvieron toda la noche hablando, pero que ella no había definido nada. Así que decidió escribirle una carta conminándole una respuesta. Quedé yo apesadumbrado. Conociendo sus sucesivos fracasos, debo confesar que fui pesimista y me daba suma pena pensar la consecuencia que la respuesta, si es que la había, haría en el estragado corazón de mi hermano.
Pasaron unos días y una luminosa mañana de septiembre, Ricardo gritaba de alegría mientras agitaba en su mano un papel escrito que adiviné era la ansiada respuesta que esperaba.
-    Me voy a Córdoba – decía – me voy ya para Córdoba.
Y se fue, nomás...para volver a los dos días pálido, desencajado y arrastrando los pies.
Se encerró en su cuarto y cuando al cabo de unas horas pudo salir me miró y me dijo:
-    Ella no escribió ninguna carta, no tiene idea de quién pudo haber sido.
-    Pero la tuya ella la recibió ¿O no? – le retruqué.
-    Sí, la leyó, pero después le desapareció. La buscó y la buscó pero no la pudo encontrar.
Con el tiempo se recobró. Su sino era vivir en Córdoba. Se fue a vivir a las sierras primero y luego a la ciudad. Tuvo un primer matrimonio desastroso (no por culpa de ella, fue un error desde el principio) y luego se casó con una petisa fantástica, que lo hizo muy feliz hasta que en los terribles setenta murió por las heridas en su alma recibidas primero con el Navarrazo donde estuvo preso por unas horas y luego por la muerte de Allende que provocó que se encerrara a llorar por tres días. A pesar de que esa mañana se había despertado eufórico y pegaba saltos en su cama, horas después un aneurisma cerebral hizo de causa biológica para producirle la muerte.
Muchos años después la Negra me revelaría el misterio de la carta. Su madre, licenciada en letras, escritora y mujer también de exquisita sensibilidad, se la había sustraído.
Fue ella la que contestó la misiva, también le dijo que la carta de Ricardo estaba siempre acompañándola en su cartera.
La Negra le recriminó que hubiera hecho ilusionar a mi hermano. Su madre le contestó:
-    Una carta tan bien escrita, tan apasionada, no podía quedar sin respuesta. Y no cabía otra respuesta que no fuera del mismo tono. Además yo también me enamoré, no de él, sino de su carta. Si no la contestaba quedaba incompleta – y después de una pausa agregó con la voz quebrada – si él no era correspondido, al menos su carta sí. Además y en definitiva, un hecho corriente de la vida como es enamorarse, es menor que la construcción de un hecho literario que tiene, aunque sea ilusorio, pretensión de eternidad.
Rosario, 9 de diciembre de 2003.-




UN CUENTO CORTO Y OTRO MUY CORTO (Ficción)



El descensor

Subimos al ascensor de la Escuela de Cine en el 6° Piso. Al buscar el botón correspondiente a la Planta Baja observe que estaba marcado como 0. Es decir el listado era: 6, 5, 4, 3, 2, 1, y ... 0. Me acompañaba una estudiante. La miré y le dije ¿Te parece que marquemos el 0? (acentuando lo de 0 con un tono de resquemor). Ella sonrió entendiendo que le hacía una especie de chiste surrealista. Sin embargo algo de su sonrisa me produjo una sorda inquietud.
De todos modos apreté el 0. Y el ascensor (en este caso ¿no debería llamarse descensor?) comenzó a descender (¡no les dije!) y sucedió lo siguiente:
A medida que pasábamos los pisos mi compañera se fue desvaneciendo. Al legar al 0 ya no estaba. Aterrado abrí la puerta y tampoco estaba el hall de entrada, no había nada. Nada de nada. Miré hacia el espejo del ascensor (¿o descensor?) y no me encontré.


Pobre

Como sería de pobre que no le quedaba ni una mísera lágrima.



LOS 70' (Cuento)

Este cuento, creo, es el primero que escribí. Es un homenaje a los desaparecidos, especialmente a mis amigos
Carlos María Araya, Roald Montes, Raúl García, Pocho, Pucho, Catalina Fleming, Chiqui Tosi, Adriana Tasada, José Agustín Martínez, María Cristina Rolle. También amigos míos Jorge Araya, a la Negrita y a Felipe Rodriguez Araya, todos estos asesinados por la triple A.

Para Nadia no había sujeto mas raro que Artedoro. Se había preguntado repetidas veces para que le serviría esa bolsita con piedras extrañas que colgaban permanentemente de su cuello.
Y esa costumbre de cabalgar montando al revés de todo el mundo, valiéndose de un espejo de mano para no llevarse las cosas por delante. Frecuentemente caminaba hacia atrás  utilizando el mismo recurso.
Lo amaba. Y el día en que su rostro se reflejó en el espejo de Artedoro, este le dijo
-Oreiuq et - e inmediatamente agregó - Oh, perdón, lo que quise decirte es te quiero.
Nadia sin vacilar, le respondió
-    Oreiuq et neimbat oy.
   Con lo quedó así formalizado ese amor.
Era notoria la felicidad de ambos. Caminaban por todas partes mirándose embobados en el reflejo del espejo de mano.
   Pasado el primer momento de perplejidad,  la gente comentó:
- No es normal.
- En algo andarán.
- Por algo será.
Nadia descubrió un día que lo que mas deseaba era besarlo desde adentro del espejo.      El día en que por casualidad se encontraron en el río, no solo se amaron; Artedoro le enseñó algo maravilloso: como meterse en el espejo.
Como era inevitable, la molestia de la gente trepo alto.
Un cura  hablo del demonio.
Alguna gente los tildó de subversivos.
Cuando los rodearon para terminar con ellos, encontraron tan solo el espejo con la imagen de Artedoro y Nadia que los miraban. Rabiosamente el comisario le disparó haciéndolo pedazos.
  Indescriptible fue la confusión cuando verificaron que en cada pedazo roto la imagen persistía. El cura aconsejó machacar los pedazos con un martillo.
 Quisieron asegurarse convocando a un científico para que observara  los restos con un  microscopio.
En cada micrón estaban Artedoro y Nadia burlones y felices.
Y sucedió que empezaron a aparecer en todos los espejos. En los botiquines de los baños, en los roperos, en los de los autos y camiones, en las polveras.
Y ante el terror de los miserables empezaron a salir de los espejos miles de Artedoros y Nadias que tomados de las manos y utilizando las piedras rarísimas que los Artedoros llevaban colgados del cuello, terminaron de una  vez  y para siempre con el odio.


DEUDA (Relato familiar)



(Sacada de un relato de familia. Un primo político fue el autor de la carta. El original no lo tuve nunca en mis manos, de modo que esta es una reconstrucción).



Muy señores míos:


Acuso recibo de v/nota de fecha 25 de octubre del cte, en el que se me reclama el pago de la deuda contraída por mi de $ 125.- por la adquisición de un par de zapatos que necesitaba para el casamiento de una distinguida dama de nuestra sociedad y que pundonorosamente reconozco.

Debo advertirles acerca de la modalidad de pago con el que hago frente a mis obligaciones : A raíz de que mis egresos son mayores que mis ingresos todos los fines de mes tomo la vieja galera de pelo de mi padre, procedo depositando en ella todas las facturas pendientes, revuelvo concienzudamente el contenido dejando de lado todo favoritismo, y extraigo las solicitaciones de pago, que serán abonadas puntualmente.

Cierto tono de v/misiva, veladas amenazas, la prepotencia de la palabra “intimo”, la poca elegancia puesta de manifiesto al no saber mesuradamente esperar (...si en el plazo de tres días) me sitúa en la desagradable posición de poner en v/conocimiento, que de recibir otra correspondencia insistiendo en el sentido de la que ya obra en mi poder, con el agravante, ahora, de querer eludir la equitativa mecánica descripta, serán retirados de sorteo.

                                                                                                         atte.   

ENVIDIA (Cuento)

¡Cómo había disfrutado de mis hijos cuando eran pequeños!. Particularmente recordaba cuando los alzaba hacia arriba, por encima de mi cabeza, extendiendo mis brazos, y sujetando sus cuerpitos nos mirábamos, y entonces sucedía que ellos sumidos en un éxtasis de placer dejaban escapar de sus deliciosas boquitas un hilito de baba. Decía, entonces, que era mi cordón de plata. O cuando los tapaba ya dormidos después de inventarles un cuento. Pero todo eso ya había pasado. Ahora ya eran grandes. Por supuesto que seguían siendo lo mas importante de mi vida. Pero ahora, y estaba bien que así fuera, ya no me pertenecían. Se pertenecían a ellos mismos.
Yo extrañaba de cualquier modo a los pequeñines. Mi única posibilidad de recuperar algo de eso es que me dieran nietos. Sí, sin duda que esa era la salida. Entendí entonces algo que cuando niño no había entendido. El Rey, el padre del príncipe, en La Cenicienta, estaba loco por tener un nieto. Y yo no comprendía por qué tanto empeño. Ahora si lo sabía. Y reconozco que se me había transformado en una obsesión. Mis hijos ni soñaban con darme nietos. Sus proyectos personales, las dificultades económicas, la asunción de esas responsabilidades y su aprecio a disfrutar de sus juventudes y de la libertad impedían, ni a corto ni a mediano plazo, que mi deseo se realizara.
Como tenía una casa de veraneo en las montañas, había comprado una montura pequeña con sus correspondientes cabezadas. Claro que la tenía oculta. Alguna vez también compraría un petiso. Entonces yo y mi nieto saldríamos de cabalgata juntos.
Por supuesto, a mis hijos, jamás los presionaba. Mi amor por ellos, incluía un respeto total por sus proyectos y por sus libertades. Sufría en silencio y lo peor es que mi dolor aumentaba día a día. Sin contar que empezaba a ponerme viejo, o sea que mis tiempos comenzaban a acabarse. Y mi vida había sido sumamente dura y por eso, quizás, es que me parecía injusto que no tuviera esa recompensa. Ya dije que se me había transformado en una obsesión. Como sería que casi no había noche en la que no soñara con mi nieto. Inexistente al despertar, que era, claro, inexorablemente triste.
Vicente, en cambio, mi vecino, disfrutaba como loco de su nieto. Recuerdo el día en que nació. Y el día en que sus hijos lo llevaron a su casa por primera vez. Cómo se pavoneaba por la vereda. A los tres años le compró un triciclo y el chiquillo andaba por la vereda, por la mía también. Era divino el pibe, líndísimo, simpático, cariñoso.
- ¿Sabés que está enfermo el nietito de Vicente? – me comentó mi mujer un día.
- No digas .- dije yo.
Pasaron unos días y ella volvió a la carga: - Se curó.
- ¿Quién? – dije.
- ¡Quien va a ser! – y agregó con fastidio – el nietito de Vicente.
- ¡Ah! – concluí sin alegrarme.

EL ZORRO (Cuento)

I El aviso o “reclame” como dirían, algunos viejos argentinos burgueses, afrancesados, aunque tuvieran apellidos mas españoles que el azafrán, decía claramente que Guy Williams “El Zorro”, estaría en persona, en el Circo que estaba por esos días en Rosario. Mis pequeños hijos varones y yo solíamos mirarlo por TV, junto al gordo y simpático sargento García, haciendo de las suyas en su fantástico caballo negro con el que saludaba desde lo alto, parándose en dos patas, deshaciendo los siniestros planes del mandón de turno, mientras manejaba la espada y el látigo, con la gracia de un bailarín. Sin duda era una presencia, con su bigote bien recortado, su impecable sonrisa y una seducción natural con la que compraba a chicos y grandes. Además a mí me vuelven locos los caballos. De modo que ver al Zorro en persona y a caballo me pareció un programa irresistible. Cuando se los propuse a los chicos, me miraron como si estuviera loco. Para ellos no podía suceder, no era posible ver en persona a una estrella de la TV. Pero cuando pude convencerlos que efectivamente estaríamos frente a frente con él, con el Zorro, entonces no sólo aceptaron sino que además los carcomía la ansiedad por el tiempo que restaba para poder constatar que efectivamente había héroes que eran de carne y hueso. Finalmente el sábado llegó y partimos hacia el anhelado encuentro. Cuando llegamos, el aspecto del circo me sorprendió: era desoladora su pobreza que lindaba con lo miserable. Esperaba un gran circo y a una multitud de padres con niños pugnando por una entrada habilitante para espiar el Monte Olimpo. Tampoco era así. Poca gente, pocos chicos con aire casi aburrido, hacían tiempo comiendo pororó. Acuciado por la curiosidad que empezaba a transformarse en angustia, decidí quedarme mientras vocalizaba palabras de aliento. “En un ratito, veremos al Zorro” decía, sin mucha convicción, porque empezaba a sospechar que todo era un vulgar engaño. Seguramente, pensaba, podrían un tipo con antifaz, algo parecido a él y después... andá a cantarle a Gardel. Nunca me sobró la plata y menos en esa época, de modo que también me sentía bastante fastidiado. Pero, más rabia me daba era que engañaran a mis hijos, y tal vez lo peor, era que no los engañaran, y en cambio, ellos me vieran como una especie de estúpido fácilmente estafable. Llegó el momento de entrar y el espectáculo comenzó. Confirmando mi peores presagios, todo era lamentable, casi risible, patético. Porque no hay nada peor que la pretensión del fasto y de lo grandioso cuando es sostenido por ridículo oropel. Desde el maestro de ceremonias, que no paraba de anunciar la presencia de “uno de los mas famosos actores norteamericanos, Guy Williams o sea el mismísimo Zorro”, a los payasos gritones, que dejaban impávidos a los pocos espectadores que estábamos bajo esa carpa húmeda, fría y mal iluminada, y algún otro número que por malo seguramente no recuerdo, conformaban una especie de corte de los milagros. Todo esto hacía pasar mi fastidio a un estado de bronca, que mal disimulaba, con los chicos que se revolvían en sus asientos. Hasta que atronó el ambiente la conocida música del Zorro: “En su cooorceel, cuando sale la luna...aparece el bravo Zorro, Zooorroo, Zorrooo” provocando por fin la atención de mis hijos y de todo el público. Mi escepticismo había trepado hasta las nubes. Sin embargo, se abrió la mustia cortina principal de la carpa apareciendo en un gordo y feo caballo blanco un Zorro también entrado en carnes, Zorro vestido indudablemente de Zorro, antifaz incluido, dando una vuelta alrededor de la pista, mientras saludaba, y que en la segunda vuelta se sacó el antifaz para mostrar a nada menos que...a Guy Williams. Indudable Guy Williams, su misma sonrisa y su mismo bigote pero con no menos de treinta kilogramos mas. Me pareció, sólo me pareció, que me había mirado con alguna insistencia antes de irse por donde había entrado. Y hubo aplausos, incluso el mío, que no salía de mi asombro y pena. Creo recordar que después mantuve una discusión con los chicos. Ellos no creían que fuera el verdadero Zorro. Mucha gente sabe que Guy Williams arribó en algún momento a Buenos Aires, ya decadente y alcohólico. Terminó exibiéndose en espectáculos de mala muerte que se montaban solo alrededor de su fama. Su vida terminó suicidada en un hospital público de Mendoza, si la memoria no me engaña. No me estafaron, sólo me hirieron una vez mas, porque las películas del Zorro aún hoy se exhiben por la TV y pienso que hay gente, empresas, que aún ganan dinero con ellas. Pero bueno, esas son las reglas de juego de la libertad americana. II Varios días después, ya olvidado del asunto, caminaba un sábado, de mañana, por calle Córdoba, la arteria mas importante de nuestra ciudad, precisamente en el horario del mediodía, bullante como una caldera, solo que en ella rebosan personas, cuando siento que me tocan el hombro, en tanto una voz que me resultaba conocida me llamaba: - Hey, mister, señor... Me doy vuelta y ahí estaba él, Guy Williams. - Disculpe, pero quiero hablar con usted – y agregó en un aceptable castellano – lo invito a tomar un café . A decir verdad yo solo estaba paseando, de modo que si a eso le agregamos, una vez salido del asombro, la intriga, la curiosidad que me despertaba tan insólito requerimiento, no tuve mas opción que aceptar el convite no sin antes preguntarle: - Discúlpeme usted a mí, pero ¿cuál es el motivo de su invitación? - Vea, usted es una persona muy transparente. En la función de los otros días se le notó claramente el disgusto que sentía. Y quería darle una explicación. En un primer momento estuve a punto de decirle que no hacía falta, que ya había pasado el momento, pero, algo, probablemente la curiosidad aludida, mas un sentimiento de conmiseración que me invadió, lo cual ocasionaría, en caso de negarme, una humillación, un agravio para la ya pobre situación de mi interlocutor, me inclinó como dije, a acompañar al hombre al bar “La Capital”. (Deseché “El Cairo” por la cantidad de amigos y conocidos que concurrían asiduamente y que si me veían con Williams me volverían loco con preguntas y bromas de todo tipo). Acodados en la mesa, el hombre me miró con intensidad: - No soy Guy Williams, soy su doble. Por años realizaba las proezas peligrosas del Zorro. - ¿Por qué me cuenta esto? – pregunté atónito. - Porque no es justo que usted se lleve tan mala imagen de Guy. Lo admiraba ¿entiende?. Lo quería más que a mi padre. - Si es así ¿Porqué hace esos números tan horribles? - Es cierto – contestó mirando hacia el suelo - pero lo hago por una razón muy sencilla: necesito dinero. Y no sólo para comer. Abotagado como era pensé con malicia que lógicamente necesitaba dinero también para beber. Como si hubiera adivinado mi pensamiento se adelantó: - Es verdad que también bebo. Pero necesito dinero para mi hijo que está muy enfermo. Por otra parte, si le doy una explicación es porque se nota en usted una clase de persona que no es común encontrar. A la mayoría de la gente no le importa demasiado si el Zorro está gordo y decadente o no. Al contrario, a veces, parece que lo disfrutan. Es como que se solazan. Ud. en cambio, se quería encontrar con el verdadero Zorro. - ¿Qué quiere decir con que no soy común de encontrar? - Parece ser sensible, hay algo de inocencia infantil en usted, como una cierta honestidad. - Le agradezco, ¿quiere que le enumere mis defectos? - No, no hace falta, para mi deseo de hablar con usted del Zorro me alcanza con las cualidades que le referí. Por otra parte ya me voy, sólo quería advertirle que no soy Guy Williams y quería también pedirle disculpas. Es más, quiero devolverle el dinero de las entradas. No lo tengo encima de modo que le ruego me diga cuando y donde se lo puedo devolver. - No, no se haga problemas por eso... – empecé a decir. Pero me interrumpió. - Se lo ruego, me sentiré mejor si acepta esa devolución – y agregó - ¿como hacemos para encontrarnos? Era tal el tono de su voz, que no llegaba a ser suplicante, pero si apremiante, como si me pidiera que lo dejara reivindicarse, que no me pude, otra vez, negar. La cita fue nuevamente en el mismo bar, a las once de la noche unos días después. No bien lo vi advertí que estaba borracho. Con voz pastosa me conminó: - Siéntese por favor – y agregó – aquí tiene su dinero. Lo tomé y nos quedamos mirándonos un rato. Se acercó un mozo y pedí un café. - Vea – dijo interrumpiendo el silencio - ¿Sabe una cosa? Es terrible ser un personaje. - ¿Cómo un personaje? Disculpe, me parece que no entiendo. - Claro, un personaje – dijo arrastrando la voz – un personaje como Batman, Superman, Tarzán. Un héroe. - ¿Y por qué?. - Claro – insistió - ¿No se da cuenta? ¿No ve que uno está condenado a representar al personaje? Que no se puede salir de él. Siempre sonriente, siempre valiente, sin miedo, siempre haciendo lo que los demás esperan de uno. No es humano...por eso lo tuve que matar, aunque no pude hacerlo del todo – dijo y largó un sollozo. - ¿Cómo que tuvo que matarlo? ¿A quién? – pregunté aunque ya sabía la respuesta. - Al Zorro ¿A quien va ser? – dijo medio hipando. Hizo de nuevo silencio por un rato. - ¿Sabe? Cuando el Zorro terminó su contrato tenía bastante dinero. Pero el casino, Las Vegas, las mujeres, el alcohol, son una tentación demasiado fuerte. Y ya no hubo nuevos contratos. Así la plata se fue yendo. Solo algunas presentaciones en cabarets, en pequeños teatros de pueblos. Pero claro, lo que ingresaba nunca podía alcanzar si se seguía con semejante tren de vida. Yo me daba cuenta que el Zorro declinaba sin parar. Y eso no lo podía soportar. El Zorro no podía dejar de ser el Zorro. Mientras el hablaba no podía dejar de pensar que ese drama de no poder dejar el personaje, en realidad, nos afecta a todos. Si, construimos un personaje, nos aferramos a esa construcción y después ya no podemos despojarnos de él. - Así que un día – continuaba – no soporté mas y lo maté. Después me largué para acá, para la Argentina, y como tenía un hijo enfermo no me quedó otra cosa que hacer lo que detestaba que el Zorro hiciera. Pero al menos, cuando detecto a alguien que se siente consternado por lo que hago, trato de localizarlo y explicarle – aquí su voz se quebró – y pedirle que me perdone. - De ese modo intenta dejar al Zorro a salvo – dije - Exactamente – concluyó. Quedó taciturno y empezó a cabecear no se si de sueño o por la borrachera. III Meses después que me enteré de su muerte quiso el destino que conociera a uno de los médicos que lo atendió en el hospital al que lo habían llevado moribundo. Me relató el final. - Cuando lo trajeron ya no se podía hacer nada, sin embargo alcanzó a decir algo que me dejó intrigado – hizo una pequeña pausa y agregó – dijo: “ahora lo maté del todo”. - ¿Constató usted su identidad? – pregunté en un hilo. - Si, porque no tenía documentos, de modo que fue necesario remitir las huellas dactilares para que se nos informara fehacientemente. No se puede hacer un certificado de defunción a nombre de alguien si no se está seguro. - ¿Y quien era, entonces? – interrogué nuevamente con cierta angustia. - ¿Cómo que quién era? ¿Quién iba a ser? – me dijo mientras me miraba como si yo fuera un loco y finalizó – Guy Williams, el Zorro, naturalmente.

EL GESTOR DE DESEOS (Cuento)

Ifigenia revolvió pensativa su café. Desde hacía mucho tiempo, como todas las mañanas llevaba su soledad al mismo bar. Cumpliendo una rutina casi matemática leía el diario, completamente. Incluido todos los avisos. No se trataba de que le interesara mucho la realidad, solo utilizaba ese recurso para matar el tiempo. Pero ese día un aviso la intrigó, capturó su atención. Decía así: Gestor de deseos y a continuación un número de teléfono. Sin saber porqué recortó el aviso y lo puso en su cartera. Al mediodía fue a su departamento para prepararse un sobrio almuerzo. Después de comer se recostó y entonces recordó. Se dirigió al teléfono y marco el número del aviso. No tuvo que esperar. Al instante una voz agradable atendió. - Gestor de deseos para servirle – dijo - Sí, yo quisiera saber si usted puede gestionar el cumplimiento de deseos. - Para eso estamos – dijo con tranquilidad. - ¿Cualquier deseo? - Exactamente, cualquier deseo. - ¿El más descabellado, el más loco? - Así es. - ¿Y cuál es el costo del servicio? - Lo que usted desee. - Disculpe, pero me parece que me está tomando el pelo. - Haga una cosa: pruebe – y agregó - Discúlpeme usted a mí, pero no seríamos serios si no fuera así. O somos gestores de deseos, y eso implica cualquier deseo, o somos cualquier otra cosa. Le repito: pruebe. Eso sí, le advierto que puede llegar a arrepentirse. Y una vez que usted acepte nuestras condiciones no hay vuelta atrás. - ¿Y cuál son esas condiciones? - En realidad es una sola: Una vez en posesión de que todos sus deseos se realicen, habrá uno solo que no podrá obtener: volver a la condición actual suya, es decir, tener deseos difíciles o imposibles de satisfacer. - ¿Eso nada más? – preguntó casi incrédula Ifigenia - Eso nada más. - ¿Qué tengo que hacer? - Simple. Desee que en la puerta de su casa haya un representante nuestro con el contrato. Vaya y ábrala, hágalo pasar y firme el contrato. Y listo. De paso le probamos que esto funciona. Pero le recomendamos que lo piense. Ella se sentía sola, pobre y triste. De modo que no lo pensó. Deseando con toda su alma que en la puerta estuviera el representante del Gestor de Deseos fue hasta ella y la abrió mientras el corazón le latía a toda velocidad. Allí estaba un hombre con un papel en la mano. Lo hizo pasar y le pidió el papel. Antes que lo firmara el hombre le preguntó: - ¿Leyó usted un cuento que se llama “El Rey Midas”? - No – dijo y preguntó -¿Por qué? - Me parecía.

sábado

LA PERINOLA (Ficción)

I No había terminado de chupar el mate ya un poco lavado y frío, cuando sonó el llamador. Hizo un esfuerzo para levantar su pesada y cansada humanidad del también viejo sillón de mimbre. Midió el pasillo manchado de humedad que debía transcurrir con su reuma a cuestas e inicio la forzosa y lenta marcha hacia la puerta, no sin sentirse fastidiado, por tener que dejar de leer el pasquín local del día anterior, prestado por un vecino. Penso por un instante, que no estaba presentable. En efecto, musculosa, pantalón pijama y pantuflas no hacían de el precisamente un dandy. Insistió el llamador interrumpiendo su cavilación - ya voy, ya voy - dijo con mansedumbre. Un leve presentimiento, muy fugaz, se le cruzo al tomar el picaporte. ¿Quien sabe lo que puede haber detrás de una puerta? No obstante abrió. Era sin duda muy joven. Un adolescente. O tal vez, una adolescente?. El cabello renegrido y algo ensortijado enmarcaban un bello e impávido rostro, del que sobresalían notablemente dos cosas: una piel blanca, casi nacarada y unos ojos grandes y húmedos también‚n negros, casi dulces, casi tristes. Vestía un curioso ropaje: una túnica blanca. No se sorprendió, extrañamente, de la desaparición del paisaje habitual de la calle. En efecto, no estaban ni las casas de los vecinos, ni el pavimento, ni la vereda. En realidad era como si solo se encontrara con ese ser, que con suave firmeza le dijo: - vamos - . - Ya? - - Si - - No me puedo despedir ? - - No - Raro fue el recorrido que hizo encolumnado detrás del ángel. Primero eran como figuras brumosas que pasaban a su lado. A medida que avanzaban se tornaban mas nítidas. Antiguos romanos, aborígenes africanos, soldados de la primera guerra mundial, María Antonieta, Miguel Ángel, un vecino fallecido hace algún tiempo, Barbarroja, le pareció ver también a Olmedo. Sus rostros eran como inexpresivos. Como esperando. Caminaban en silencio. Por fin llegaron a una puerta. El ángel se volvió: -enseguida lo va a atender Dios - dijo. Al cabo de un rato la puerta se abrió. - Entre - ordeno el ángel. En el amplio recinto bien iluminado solo había una niña de unos nueve años vestida con una malla negra haciendo unos pasos de baile y piruetas acrobáticas. El se quedo absorto mirándola. La niña se le acerco. - Que querés? - - Me dijeron que Dios me va a atender - Ella hizo un mohín gracioso y le dijo: - Yo soy Dios - - No es posible, Dios es un viejo eterno.- - No, no, yo soy Dios, en serio te lo digo, no se porque los hombres me dibujan como un padre - - Como NO SABES ? Dios no es acaso omnisciente ? - Omnisciente ? que es eso ? - pregunto juntando los deditos y agitando la mano como se suele hacer cuando se hacen preguntas. Intervino el ángel con un tono que no dejaba lugar a dudas: - Es Dios - La niña hizo mas piruetas. - Tengo que decidir si vas al cielo, al purgatorio o al infierno - - Puedo preguntarte algo ? dijo el hombre. - Lo que quieras - contesto con una risita. - A vos no te importa nada ? - De que ? - Como de que ! Vos aquí¡ bailando y jugando y en la tierra ;ocurren cosas terribles ! - Que cosas ? - Matanzas, guerras, torturas, hambre, enfermedades, cosas espantosas...... - Cuando ? - pregunto a punto de llorar. - Todo el tiempo ! Siempre ! - Como, no juegan y bailan ? - No, es decir si, también pero solo cuando somos niños, y después de adultos......y así y todo también han ocurrido y ocurren cosas horribles con niños.....niños en campos de concentración..... - Que son campos de concentración ? dijo casi compungida. - ¡Dios ! no sabes que son campos de concentración ! - No. - Tampoco sabes de las hambrunas, de los bombardeos a aldeas indefensas, de las torturas que le han hecho hombres a otros hombres !? - Tortugas ? - me gustan las tortugas - - No - dijo casi gritando - torturas, torturas, un poeta dijo que después de Auschwitz no se podía escribir mas poesía ! - Poesía ? Auschwitz ? - preguntaba metiéndose el dedo en la nariz. - 30.000 desaparecidos en mi país ! madres que claman desde hace años por saber que paso con sus hijos ! Casi a punto de llorar, la niña finalmente dijo: - No me gusta hablar con vos, me asustas, mejor juguemos a la perinola - Cansado el hombre se encogió de hombros. La niña trajo de un rincón una perinola enorme. Como de su tamaño. En las caras de la perinola decía alternadamente: cielo, purgatorio, limbo, infierno. - Esto es ridículo - exclamo. La niña solo lo miro con indiferencia y subiéndose a un banquito hizo girar el artefacto. Para arriba, nítidamente, quedo infierno. II Cerro la puerta, recogió un sobre del suelo en el que venia el importe de su jubilación y emprendió viaje hacia su sillín de mimbre. Mientras avanzaba observando las manchas de humedad y la pintura descascarada del pasillo, escucho la voz proveniente de una radio, perteneciente al vecino que le había prestado el periódico, que decía: " El sistema de reparto para la jubilación ha estallado" "La capa de ozono cada vez se debilita mas" "El índice de desocupación ha trepado una vez mas" "limpieza étnica en la ex-Yugoslavia, masacran a los hombres de una aldea y violan a sus mujeres" Llego finalmente a su sillón. Desplegó el diario con intención de retomar su lectura. Pero fue interrumpido por una mujer greñuda y semidestruida que instalándose al lado del sillón, con voz avinagrada le increpo: - ¿Donde te habías metido? Yo meta fregar, y vos o no estas o estas leyendo el diario, eso me pasa por haberme casado con vos y no haberle hecho caso a mi madre, que en paz descanse, etcétera, etcétera, etcétera......

viernes

EL BARRILETE (Cuento)

 (Homenaje al anónimo escritor que hizo las delicias de los niños occidentales con los relatos sobre el Barón a mediados del siglo XIX)


Entre los papeles atribuidos al Barón de Munchausen se encontró el siguiente manuscrito:
“ Siendo niño, cierto día, me topé con una de las maravillas del ingenio humano: un barrilete, que como todos sabemos es de china prosapia.
Teniendo mi padre una cuantiosa fortuna y gran poder sobre la gente, le pedí que me hiciera construir el mas grande y bello que jamás se viera. Él siempre accedía a mis deseos de modo que mandó hacer a un famoso barriletista uno de estos artefactos para mi cumpleaños en el mayor de los secretos con el fin de darme una sorpresa.
Llegado mi día festivo, para mi desazón, me encontré frente a un barrilete que si bien era muy bello, solo medía veinticinco metros de alto por diez de ancho.
- Es un barrilete mediocre, no es digno de un futuro barón - manifesté entre sollozos. - Es pequeñísimo - agregué.
Conmovido por mi dolor, mi padre no podía verme llorar, me preguntó: - ¿ Que tamaño te conformaría ? -
- Debe poder tapar la luz del sol. Cuando se remonte el pueblo deberá pensar que se está por desencadenar una terrible tormenta.
Así fue que mi padre trajo a diez mil esclavos nubios, hizo talar una importante selva brasilera para confeccionar el papel necesario, compró varios molinos harineros y una represa para el engrudo, dejó sin sogas a todas las embarcaciones de Noruega después de una cruenta guerra y privó de sábanas a todos los hospitales de España y Francia para la ejecución de la cola.
Finalmente tenía mi barrilete. Descansaba en cincuenta kilómetros cuadrados de campo de donde previamente se habían desalojado a los campesinos que lo habitaban.
Para remontarlo tuvimos que uncir a la soga inmensa doscientos cincuenta caballos percherones y esperar un huracán con ráfagas de ciento cincuenta kilómetros por hora.
El majestuoso barrilete remontó y remontó. Cuando la soga se tensó mi padre la puso en mis manos y me dijo lleno de bondad: - es todo tuyo -
Yo la tomé y cuando pasaba por Júpiter llevaba impreso en mis retinas la sonrisa comprensiva de mi papá.”
No se podía esperar menos de quién emergió del mar con su caballo Bucéfalo jalándose el mismo de su cabello.





Uriburu (Sátira ficción)




Estimado Alfredo:

Y ahora que me contás?. Por fin hemos puesto en vereda a esos atorrantes. Respiremos aliviados porque la paz y el orden imperan en nuestra patria.
Menos mal que quedan reservas morales. Y ese paladín de Uriburu. El va a poner a la chusma en su lugar. Bien sabés Alfredo, que la negrada solo entiende a los palos. Se acabó Irigoyen y su demagogia.
Ahora podremos con Elvirita hacer tranquilos el viaje a Europa. Pienso levantar mi copa de champagne en Les Champs Elisees, por este triunfo que nos devuelve nuestra querida Argentina.
Pero tengo una preocupación. Se trata de que algo me dice que esto puede volver a repetirse. Confieso que he tenido un sueño espantoso: yo estaba vestido de mameluco y trabajaba en mi propia fábrica. Los obreros se reían de mi. La noche anterior comí langostinos y tal vez me hayan caído mal.
En fin, nos vemos el domingo en misa de 12.

Un abrazo de
Pachuco.

Bang Big (Ficcción)



Estimado Germinal:

Ruego me disculpe por el prolongado silencio en que me he mantenido. Como Ud. sabe he pasado buena parte de mi vida dedicado a la investigación de la resaca. En esa tarea estaba (Preparaba una nueva resaca a través de la ingesta copiosa de tinto) cuando un pensamiento me invadió totalmente. No fue un pensamiento cualquiera, casi diría que fue una iluminación. Con decirle que creo que he solucionado definitivamente problemas filosóficos y científicos que han preocupado y desvelado a la humanidad  a lo largo de su historia.

Paso, sin mas trámite a su exposición:

Como Ud. bien sabrá la teoría del big-bang sostiene que el Universo se formó a consecuencia de una formidable explosión de un minúsculo corpúsculo de materia pero de inmensa masa infernalmente comprimido. Es decir, es expansión y desprendimiento de materia originado en ese núcleo. A esto le llamo Dato 1 o Big-bang Dato 1.

Vamos al Dato 2: Se han descubierto enormes masas en el Universo que se traga todo lo que está cerca, incluso la luz porque la fuerza de gravedad provocada por la masa ni siquiera deja escapar a la luz. A esto actualmente se le denomina agujeros negros. Lo lógico es que con el transcurso de millones y millones de años, estos agujeros negros terminen tragándose todo hasta hacer una inmensa bola negra, que por la masa acumulada irá comprimiéndose cada vez mas, hasta volver a hacer el minúsculo corpúsculo del Dato 1. Esto es entonces el Bang-big Dato 2.

Así que big-bang y luego bang-big, haciendo y deshaciendo el Universo constantemente. Pero he aquí lo inmenso de mi descubrimiento: como no hay una variable extra universal que intervenga en el proceso no me quedan dudas que este siempre es exactamente igual: Por ejemplo: si el cometa Halley pasó 5.584 millones de años después de la explosión un 24 de marzo a las 19,45 hs. del meridiano de Grenwich lo mismo pasará después de la contracción bang-big y expansión subsiguiente y así eternamente. Lo mismo sucederá en todo. Es decir yo infinitamente para atrás e infinitamente para adelante estaré escribiéndole esta carta a Ud. a las 16,28 del 16 de julio de 1998 actual, pasados y presentes. Todo no es mas que una repetición infinita. Haga lo que se haga  siempre ha sido y por siempre será. Estamos condenados a la repetición eterna.

Semejante tedio me ha puesto en la búsqueda desenfrenada para salir de este cósmico atolladero que nos conduce a todos al hastío y al aburrimiento mas feroz.

Ya tendrá noticias mías. Una vez mas, y no lo tome como una ironía después de esta revelación, un fuerte abrazo.

                                                                                                 Profesor Di Filipo.




Sr. Terrakius:

Adjunto a la presente una nota del Profesor Difilipo quien nos tiene muy preocupados. En efecto él se encuentra desde hace treinta días, en estado de completa inmovilidad, con los ojos abiertos sin pestañear, sin pronunciar palabra, sin responder a estímulo alguno, sentado en un sillón en su casa. Le rogamos su intervención a los efectos de volverlo a la normalidad.
                                                         atte.
                                                                                  Pacual Jerez (vecino de Di filippo)


Estimado Germinal:

Creo haber hallado una forma de terminar con el cruel determinismo al que estábamos condenados por el eterno flujo y reflujo del bing-bang y el bang-bing. He decidido quedarme totalmente inmóvil para recuperar la libertad perdida. Es muy claro que si el Universo se expande y se contrae entonces se mueve. Contradigámoslo quedándonos quietos. Ud. que es un hombre de los medios puede cumplir un papel fundamental: difunda, haga proselitismo. Ud. que es un humanista no puede negarse a contribuir a la causa de la libertad. el grito es: ¡ quedémosnos quietos !

Un abrazo definitivo de este mártir libertario.

                                                                                       Difilippo



jueves

1492 (Crónica de un avistamiento)



Nosferatu el vampiro, en la memorable versión cinematográfica de Herzog, ansiaba morir. Deseaba concluir de una vez con el espantoso tedio producto de siglos de existencia, en la que nada podía sorprenderlo. La repetición interminable de la conducta humana, la exacta previsibilidad de lo por acaecer, el conocimiento indubitable, anticipado, de la respuesta o de cualquier comportamiento de los interlocutores, fruto de la experiencia de su vida inmortal, terminaron con su deseo, con cualquier deseo.

Aún los acontecimientos extraordinarios en las vidas singulares como tener hijos, enamorarse, pelear en una guerra, ganar la lotería, no dejan de ser cotidianos para la especie. De ahí que muchos pensadores postulen que en el fondo la existencia carece de todo sentido. Salvo para los creyentes que constituyen su sentido a través de la posible ilusión, nadie ha podido dar respuesta a la vieja pregunta: ¿ De donde venimos? ¿ qué somos? ¿ adonde vamos? . Incluso hay quienes responden: a ninguna parte.

A mi parecer, casi no ha habido  acontecimientos realmente extraordinarios para la especie, que son los que producen cambios abisales en ella. Mas bien, los datos que los conocimientos humanos van produciendo son deprimentes. Freud describe tres injurias narcisísticas: la tierra no era finalmente el centro del Universo, los hombres no son mas que animales hablantes y ni siquiera manejan libremente su psiquismo ya que este es determinado por el inconsciente.

Aparte de las revoluciones que hasta ahora han sido solo destellos llenos de esperanza para la especie y que como sabemos, aún cuando producen algunos avances han quedado lejísimas de sus iniciales aspiraciones, 1492, el descubrimiento de América, parece ser uno de los muy pocos acontecimientos que llenan de maravilla a la especie. Que podía figurarse un europeo o un inca que del otro lado del mar inmenso, que además suponían plano, existían culturas tan diferentes. Que habrá transcurrido por la cabeza de un aborigen de estas tierras cuando vio las carabelas, a esos hombres de armaduras y  mosquetes. Y mas allá de la avaricia por el oro, ¿ que le habrá transcurrido a un español cuando vieron esas magníficas construcciones realizadas por aztecas, mayas e Incas ?.

Estas reflexiones vienen a cuento porque junto con mi mujer y un amigo, el 9 de enero de este año 1997, tuve el inmenso privilegio de vivir un acontecimiento muy cercano a 1492. Un acontecimiento que abre un prodigio de posibilidad y que destruyó en un santiamén mi inclinación marcadamente escéptica, racionalista, en el fondo positivista, que hubiera conmovido al mismo Nosferatu. Aclaro que digo posibilidad. No afirmo ninguna cuestión mística ni religiosa. Sigo siendo tan y tal vez mas marcadamente agnóstico. Solo digo: ahora todo es posible.

Debo recalcar que hasta que el acontecimiento que voy a relatar sucedió, era absolutamente escéptico y que me acompañaban en el escepticismo mi mujer y mi amigo. Me refiero a un escepticismo casi radical en relación al fenómeno que vivimos. Y este fenómeno que vivimos fue el avistamiento de un OVNI.

Ricardo Camogli y yo estábamos sentados en sendas reposeras en el parque de la casa que habito en Los Cocos,  en las sierras de Córdoba. Mas exactamente a unos ocho kilómetros al Sur del famoso Cerro Uritorco. Este parque está situado en una ladera de la cadena montañosa que contornea al valle de Punilla. Desde esta ladera se tiene una vista hacia el oeste que da al valle desde donde se observa la población de Dolores y como telón de fondo, el otro marco del valle, las sierras de Caniputo.

Sobre esta sierra, en el momento del avistamiento, aún se conservaba una franja naranja que se disolvía en un celeste claro que a su vez se tornaba mas obscuro en la medida que mirábamos hacia arriba. Era ese el marco que disfrutábamos cuando sucedió: una bola de fuego, como un sol pequeño, insólitamente emergió verticalmente de la sierra que teníamos enfrente, casi diría  con cierta manera dubitativa, hasta quedar detenido a unos 1.200 mts. de altura, a unos 45º de donde nos hallábamos.

Estupefacto me di cuenta inmediatamente que se trataba de uno de los famosos OVNIS. Mi mujer estaba recostada en el dormitorio de la casa (padecía un cólico) a espaldas nuestras, razón por la cual la llamé a los gritos advirtiéndola de lo que sucedía, pidiéndole también que me alcanzara  los binoculares, cosa que hizo con cierta morosidad y después de verificar por la ventana que no le estábamos gastando una broma según confesó después.

Cuando enfoqué los largavistas, vi lo mismo pero obviamente mas grande, solo que esta vez vi un punto rojo que se destacaba brillantemente en esa masa ígnea. Y aquí comienza lo mas espectacular: casi al tiempo que enfoco  ese objeto me da la sensación que se eleva quedando solamente ese punto rojo. Le digo a Camogli: se está yendo. Y el me contesta en un mar de serenidad: - No, está ahí. Es esa mancha negra -. Bajo los binoculares y observo que efectivamente donde había estado el objeto llameante hay una mancha negra.....que se pone en movimiento directamente hacia nosotros. A medida que se acercaba, lógicamente, se  agrandaba. Por un instante me entusiasmó la idea que viniera hacia nosotros, pero cuando la cercanía se hizo presente a unos 200 mts. y ya era del tamaño de una pelota de rugby o tal vez aún mayor, entre en un breve pánico que me hizo retroceder un paso preludiando una fuga mientras le decía a mi mujer y a Camogli - se nos viene, se nos viene - a lo que Camogli respondió alegremente: - en efecto, te viene a buscar por mirarlo con el largavistas -. En ese momento, y con el considerable alivio para mi (Camogli y mi mujer estaban en el mejor de los mundos, al menos eso me pareció), el objeto, la mancha, hace un giro,  siempre bajando, traza una elipse, a 45º, desviando el curso, lo cual me permitió enfocarlo nuevamente con los binoculares. En rápida sucesión veo dos cosas: En la mancha negra nítidamente se destacaba el punto rojo, como una luz de posición, como la luz de una antena pero muy intenso y al terminar el viraje, es decir cuando nos da la espalda, claramente veo un platillo volador: como dos sombreros chino unidos por su base. Dos conos metálicos de base ancha opuestos y pegados. Tal como los he visto en fotos que hasta ese momento me parecieron siempre falsas.

Esta experiencia  abre para mí graves interrogantes: ¿ cuales son los límites, las posibilidades de la experiencia humana? ¿todo es transmisible? . Y el problema de la credibilidad.

En efecto, yo y quienes me acompañaban  hicimos un avistaje, diría espectacular, de un OVNI. Bien puesto el nombre de OVNI: objeto volador no identificado. Sin embargo ninguno de los tres e insisto una vez mas que los tres tenemos una formación racionalista, europea (en el sentido contemporáneo), al menos agnóstica, sin la menor inclinación mística, dudamos de que: 1) era un artefacto, una máquina, diríamos con cualidades antropomórficas y 2) tenía intencionalidad, es decir navegaba, orientó su curso. Todo lo contrario a un fenómeno natural: se elevó, se detuvo quedando inmóvil, de llameante tornó a mancha negra, planeó, desvió su curso de colisión con nosotros, es decir hizo un viraje, y todo el tiempo, salvo cuando se alejó de “espaldas” se observó  una luz roja como de posición. Además cuando terminó el viraje se vio claramente que necesitó (quien manejaba el aparato) estabilizar el vuelo como suele suceder con los aviones (yo tengo hecho el curso de piloto civil) produciendo un movimiento oscilante propio de esa maniobra.

Por supuesto, no tenemos idea de quién tripulaba la máquina, en el caso que fuera tripulado. Cabe la posibilidad de que haya sido dirigido por control remoto. No vimos ventanas. Lo que nos consta es estrictamente lo relatado. Lo demás es pura especulación.

Pero vamos a las preguntas que me formulo. Cuando relato esta experiencia suelo observar en mis ocasionales interlocutores, no siempre, una sombra de duda. Muy probablemente, antes de que me sucediera, si alguien me hubiera comunicado semejante experiencia, me hubiera pasado lo mismo. Es decir, no lo reprocho. En general, ante un fenómeno extraordinario, no habitual, si no lo experienciamos por nosotros mismos, nos cuesta mucho creer. Soy muy consiente del alcance de esta afirmación. ! Cuantas cosas no las creemos porque no las vemos!

Y una vuelta mas de tuerca: supongamos que a mi o otro observador le hubiera pasado lo mismo, pero en vez de desviar su curso hubieran llegado hasta donde estábamos nosotros. Supongamos que hubieran descendido seres extraterrestres. Supongamos que se hubieran comunicado con nosotros o con ese otro hipotético observador, si nosotros o ese sujeto lo relatara, ¿Quién le creería?. La pregunta entonces es, después de lo que nos pasó: ¿cuál es el límite para creer?

Esto es todo un tema, al menos para mí. De cualquier forma debo confesar mi sensación subjetiva: siento haber vivido una experiencia tipo 1492. Vi una carabela. ¿Seremos esta vez nosotros los aborígenes, los Incas, los aztecas?. No es una especulación descabellada. Si el artefacto estuviera controlado efectivamente por alienígenas, dándome esa impresión de aparato antropomórfico, humano, algo de lo que postuló Jung en su teoría de los arquetipos (la forma, en el sentido de paterns, es universal) sería al menos aproximada a la verdad. Y si el artefacto en cuestión fuera controlado por seres extraterrestres, no se puede dudar que al menos tecnológicamente están extraordinariamente avanzados.

Una última digresión: Que yo sepa desde hace muchos años se vienen sucediendo los avistajes. ¿ Por que no hacen contacto ?. O son secretos militares de potencias terrestres o son extraterrestres. Y si fueran estos últimos, si yo fuera ellos y hubiera observado Hiroshima, Nagasaki, las ciudades europeas destruidas por los terribles y masivos bombardeos, Vietnam, etc, pensaría: Esta gente es peligrosa, mejor no acercarse.

LO SUYO ESTÁ AL SALIR (Cuento)


Retumbó la pesada puerta al cerrarse tras su espalda. Sus pies adivinaron, en la penumbra, una gruesa alfombra que amortiguaba el ruido de sus pasos encaminados hacia el único escritorio, donde una mujer muy blanca y rubia, de pelo recogido en la nuca y aire severo, era iluminada por una luz mortecina, que resaltaba aun más el enorme salón, ya que no se distinguían paredes ni techos.

-Vengo por el numero de mi expediente- dijo con una voz que no reconoció como suya. Sin levantar la vista, la mujer extendió su brazo señalándole  con el índice, que parecía mas una estalactita que un dedo, un banco de mármol. Sintió el contacto frío al sentarse.

Fue ahí cuando lo vio. Al encender un cigarrillo, la llama del fósforo había iluminado débilmente lo que aparentaba ser un bulto, una sombra y que fue convirtiéndose poco a poco en un hombre sentado, en un banco similar al que él ocupaba al lado de la puerta. Su edad era indefinida. Sus acuosos ojos estaban abiertos en una extraña mezcla de tristeza, indiferencia y desconsuelo. La palabra desesperanza, seria la más exacta. El pelo canoso cubría sus hombros y se deslizaba sobre el banco hacia el suelo. La barba enmarañada tapaba su pecho y también llegaba a la alfombra. Todo en él era cansancio y quietud.

A medida que se iba acostumbrando a la oscuridad, descubría mas detalles y con cada cigarrillo prendido veía aún más. Así, no se sorprendió demasiado por las larguísimas uñas, ni por el polvo que lo recubría. Aunque si se alarmó cuando advirtió que el hombre estaba unido a la pared y al banco por una profusa cantidad de telarañas en donde, naturalmente, arañas de distintos tamaños acechaban a sus presas. Siempre sintió una especial repulsión por esos bichos que le resultaban particularmente asquerosos.

Había perdido la cuenta del tiempo transcurrido. Alguna idea tenía por la cantidad de cigarrillos fumados. Además se había dormido varias veces y percibía ahora, con angustia que el tiempo pasaba de un modo extraño en ese lugar. En realidad ya no sabia si era de día o de noche. ¿Habrían pasado horas o días? ¿Por que no meses, tal vez años? se preguntó con pavura. Y ese hombre sentado allí. Sin moverse, sin hablar y la mujer impertérrita en su escritorio que no cesaba de escribir.

Y la puerta se abrió. Una silueta se recortó en la luz encegueciéndolo, y al aproximarse al hombre de edad indefinida le dijo:
- Lo suyo esta al salir.
Algo como un cloqueo, como un sonido gutural, salió de la garganta del hombre acompañando un estremecimiento de todo su cuerpo. La silueta se disolvió en la luz y la puerta volvió a cerrarse casi silenciosamente.

Todo tornó a su estado anterior.

El tiempo parecía marcarse solo por los periódicos momentos de breve luz producido por los fósforos de los cigarrillos que encendía. Se hundió en un sopor, del que despertó sobresaltado. Entonces se decidió y levantándose no sin esfuerzo, encaró hacia el escritorio y con un tono que no disimulaba su impaciencia, espetó;
 - Señora, falta mucho para que me atiendan?

La dama del rodete clavó sus ojos en él y con un tono que denotaba solo un  fastidio inmisericorde le dijo con algo de autoritarismo, al tiempo que señalaba al hombre de edad indefinida:
 - El señor esta primero, cuando terminemos con él, entonces será su turno.


MARÍA (Crónica)


A las cinco de la tarde, casi puntualmente, María abría los postigos de su habitación pulcramente ordenada, con los pisos de madera lustrados, que daba a un patio lleno de plantas. En un Winco, hacía girar el disco más triste que se pudiera imaginar. En el altillo hasta donde  llegaba la música, Alcides  dejaba el mate o la ginebra y suavemente, pero de  modo imperativo, me decía:
- Vamos a consolar a María.
Así que bajábamos al  patio sobre el que se alineaban los cuartos en los que vivían algunos actores de teatro,  algunos revolucionarios ,  María, y yo que, por entonces,  ya me hacía las preguntas que no tienen respuesta.
María, que según me había contado Alcides, tenía cinco intentos de suicidio, estaba como siempre, sentada en la punta de la cama, con su habitual vestido negro en forma  de túnica,  su pelo renegrido, sus ojos negros, sus  gruesas cejas también negras, mirando al infinito, mientras silenciosamente rodaban por sus mejillas lágrimas que parecían no cesar nunca.
Era la imagen de la tristeza.
Alcides y yo tomábamos ubicación, uno a cada lado de María y con la penosa música como  telón de fondo,  en  diálogos que tenían el tono de una confesión, procurábamos rebatir las contundentes afirmaciones de María, que muy quedo, en un hilito de voz, sostenía la absurdidad de la existencia, la precariedad dolorosa del amor, el sinsentido de la vida.
Repetimos ese rito  incontables veces. En parte porque la queríamos y en parte porque nos aterrorizaba la posibilidad de encontrarla, alguna tarde, en el único baño de la casa, con las venas cortadas.
Un buen día María se fue. Y al tiempo yo también decidí rumbear para otro lado.
Dos años después me encontré en la calle con Eny, que por entonces se había convertido en la suegra de Alcides. Eny siempre había funcionado como una especie de madre de todos los que vivíamos en esa suerte de pensión con  algo  de magia. Me contó  indignada que María había desperdiciado  la oportunidad de su vida: había conocido en Buenos Aires a un diplomático  que se había enamorado perdidamente de ella y  le había propuesto matrimonio para que lo acompañara a Egipto, donde cumplía sus funciones. De modo que María, que había aceptado el convite, volvió a Rosario para arreglar sus cosas. Pero en el tren  conoció a un plomero que le arrebató el corazón, por lo que dejó al diplomático esperándola para siempre, y se unió, cura mediante,  con el esforzado trabajador de los caños.
Me separé de Eny dándole la razón y pensando  que nunca iban a terminar las desventuras de María.
Aquí abro un paréntesis en esta historia. Sucede que me caso, tengo hijos. Es decir pasan los años. Y como suele suceder, un buen día, se me rompe un caño en la cocina y llamo a un plomero que me recomienda un vecino.
Mientras el hombre reparaba el caño yo me quedé en la cocina charlando animadamente con la que entonces era mi mujer, casi olvidado de su presencia. El hombre que  trabajaba bajo la mesada, casi sin hacer ruido, y que sin duda ha estado escuchándonos,  interrumpe en un momento su trabajo y me dice:
- No me diga que usted es Nicanor, el amigo de Alcides  Atónito comprendo rápidamente la situación  y le contesto:
-No me diga que usted es el esposo de María.
- Sí, soy el esposo de María – me responde.
- ¿Y como está ella? – le pregunto.
El plomero con una gran sonrisa dice:
- Bárbara, un poco  gorda, eso sí, es que  tenemos cinco hijos...Y siempre tan alegre, usted la conoce,  se ríe todo el tiempo.




LA COVACHA (Crónica)



Todas las noches me pasaba lo mismo. Nunca supe la hora, pero sucedía, me parece, alrededor de las tres o cuatro de la mañana cuando todos dormían. Me despertaba y sentía crujir el piso (era de madera) como si fueran pasos que comenzaban en la puerta de entrada, cruzaban el hall, el living, todo el pasillo de acceso a los dormitorios, entraban en el mío y se detenían al borde de mi cama. Ahí me parecía que me desmayaba de terror y despertaba al día siguiente comprobando que por suerte no me había sucedido nada.
Por supuesto, no se lo contaba a nadie. Me daba pánico que no me creyeran o que me dijeran que era mi imaginación. Y sobre todo que mis hermanos mayores me satirizaran burlándose como suelen hacerlo los hermanos de doce y trece años con uno de ocho.
Antes de dormirme, yo rezaba pidiéndole a Dios me librara de todo mal, incluyendo el que  me torturaba al promediar mi sueño, pero fatalmente abría los ojos en la obscuridad para oír el cric, cric que se acercaba cada vez más.
Una mañana, al despertar con el alivio que es de suponer, concluí que efectivamente debía ser producto de mi fantasía. Y me hice el firme propósito de enfrentar esos ruidos levantándome de la cama, decidiendo también que iría hasta la puerta de entrada prendiendo las luces, y que incluso abriría la puerta que más temía: la de la covacha. Así le decíamos en mi casa a un cuartito que estaba pegado a la cocina  y que mediría dos metros por dos metros, sin ninguna ventana y que servía para guardar los trastos de limpieza y todas esas cosas que nunca se tiran pero tampoco se recuperan.
Esa noche, como todas las noches desde hacía ya mucho tiempo, me desperté, sintiendo como siempre, las temibles pisadas. Me levanté y prendiendo las luces fui hasta la puerta de entrada. No contento con eso determiné revisar el resto de la casa. Hasta que llegué a la puerta de la covacha.



Primer final


Con el corazón latiéndome a toda velocidad abrí la espantosa puerta y prendí su luz. Adentro, claro, solo estaban las cosas que tenían que estar. Y me fui feliz a seguir durmiendo. Me dio resultado, nunca más me desperté muerto de terror.
Pienso, ahora pienso, que la covacha era la metáfora de por lo menos dos cosas: una, cualquier psicoanalista mas o menos avezado ya lo adivina, representación del inconsciente, es decir depósito de las abominaciones que todos los humanos, mas o menos,  guardamos  en ese lugar y otra, muy dolorosa por cierto, la intuición de todos los males que me esperaban en la vida, incluidos los males que no me afectarían de modo directo pero que igualmente llenarían mi alma de melancolía, como sin ir más lejos, todos los mártires generados por la bestialidad humana.


Segundo final:

Con el corazón latiéndome a toda velocidad abrí la espantosa puerta y prendí su luz.  Ahí estaba sentado en el suelo un dragón. Me miró sorprendido pero no dijo nada.
Tomé una pastilla de Gamexane y unos fósforos de un estante y la prendí. Después cerré la puerta cuidadosamente y pude ver que salía algo de humo por debajo de ella. Quizás sentí que tosían.  Desde entonces duermo como un lirón.

Rosario, agosto de 2004.


martes

LA PIEL DE MATILDA (Crónica)



El día que encontraron a Matilda en el cuarto del viejo, pero distinguido hotel, en donde se alojaba, gracias a la caridad de la dueña, quedó grabado tal vez para siempre, poblando seguramente los sueños de quienes entraron en él. Estaba acostada en la cama, sola como nunca, con los ojos enormes abiertos para siempre, con su tapado de piel puesto a pesar del calor infernal y rodeada por una multitud de gatos que andaban por toda la habitación, por encima de su cuerpo inerte. Sucedía que algún fenómeno de la muerte o la coreografía o vaya a saber que, habían producido en su rostro una metamorfosis gatuna. No era un espectáculo desagradable, sino más bien extraño. Cualquiera podía reconocer su rostro, estaba conservado sin duda, pero también parecía la cara de un gato.

La velaron en la casa de tía Mercedes, su amiga del alma. A todos nos pareció que desde las terrazas aledañas se escuchaban maullidos y llantos felinos de una manera inusitada. Cuando la enterramos, el cementerio rebosaba de gatos también.

Esa noche fuimos a acompañar a tía Mercedes a su casa. Inevitablemente, recordábamos a Matilda. Cuantas noches habrían repiqueteado sus tacos por las calles de la ciudad buscando sus gatitos para darles de comer. Esa era tal vez, su actividad principal. Recorría restaurantes y casas de amigas recolectando comida para ofrecérsela a sus pequeños protegidos. Al sigiloso paso de ella salían al encuentro multitudes peludas pidiendo plañideramente su alimento. Siempre con su tapado de piel, en invierno y verano. Aún cuando el calor fuera insoportable. De su boca grande, que enmarcaba una dentadura sobresaliente, emitía llamados para los felinos – Mishi, mishi – que repetía como en un susurro. Rostro singular el de Matilda, parecía que boca, dientes y ojos no le cabían en la cara pequeña y flaca.. A veces, cuando encontraba una camada huérfana no podía resistir adoptarlos. Esto le ocasionaba no pocos problemas en el hotel donde le tenían prohibido llevar los animalejos. Sucedía en ocasiones que los pequeñuelos escapaban de su cuarto. Una noche, ya tarde, cuando volvía de su habitual recorrida tuvo que ponerse en cuatro patas para rescatar a dos de sus protegidos de una habitación en donde dormían plácidamente una pareja de pasajeros. Sin duda había sido muy friolenta y esa costumbre de ella de no sacarse nunca su tapado, que uno de los hijos de tía Mercedes juraba que si se lo examinaba de cerca parecía estar confeccionado con pieles de gato, le dio pié a mi padre para jugarle una broma a mi madre: en una sobremesa hojeando el diario, un mediodía sofocante de enero, exclamó – que horror, negra, que horror, un individuo enloquecido por el calor la ha matado a Matilda a puñaladas porque no soportó verla con su tapado de piel -. Mi madre que era muy crédula dijo – Ah!, que espanto, no puede ser, pobre Matilda -. Mi padre volvió a la carga diciendo – bueno negra, hay que entender al pobre tipo, es imposible soportar la visión  de alguien con  semejante abrigo en estos días, con este insoportable calor -. Mis hermanos y yo pescamos al vuelo la maligna  intención de mi padre y nos sumamos a su argumentación con razonamientos desopilantes. Por ejemplo agregamos con aire de indignación – Si, y ni siquiera transpiraba – lo cual era rigurosamente cierto.
Matilda era sostenida por un barón europeo, aunque al decir despreciativo de mi tía Mercedes, de la “noblesse nouvelle”. Solía concurrir con mucha frecuencia a la casa de la tía Mercedes, donde seguramente encontraba un poco su hogar. Juntas, por cierto período, habían tenido un programa de radio donde comentaban los acontecimientos sociales de la ciudad. Se las podía escuchar decir por ejemplo, - “Mariana (ellas se cambiaron los nombres para el programa) te cuento que la madrina estaba monísima con un vestido largo de raso que seguramente le habrá hecho Mdme Monette” y la otra contestaba –“Sí Amalia y me dijeron que la comida que sirvió El Cifré era exquisita”-. Precursoras del chivo. En una oportunidad, Matilda hizo el siguiente comentario: -“Mariana, he visto en el diario un artículo necrológico precioso, lo he recortado para aplicarlo cuando se muera, por ejemplo, el Dr. Llambí”.
Pero mas allá de estas peculiaridades, Matilda tenía un roce con el mas allá. Había quien aseguraba que era clarividente. También, y esto con seguridad, tiraba las cartas, según decían, con singular certeza.  A mí, cuando era chico, me producía una sensación extraña, no de rechazo, pero sí de cierta pavura.

Recordar todo esto nos había distendido. Incluso lo que nos había parecido circunstancias tan raras alrededor de la muerte de Matilda empezaron a disolverse bajo las especulaciones de que la peculiar relación de ella con los gatos nos había, seguramente, sugestionado. Pero de pronto  escuchamos un grito que provenía de la planta baja. Atropelladamente corrimos hacia el lugar y nos encontramos a tía Mercedes al pie de la escalera, que pálida y con voz entrecortada nos dijo – acabo de ver un gato con la cara de Matilda -


DE PALO (Crónica)

A medida que se terminaba el parque y me acercaba en diagonal a la esquina esa, me dio una súbita sensación que de esa calle en la que tenía que tomar el 155 podía brotar cualquier cosa: un dragón, el desfile de un circo, un enorme pie caminando. Es que era el atardecer final, casi noche y tenía como un clima fantasmagórico.
Pero no, al llegar no había nada de eso. Solo se destacaba en la soledad una mujer joven, con aspecto de estudiante universitaria,  que apoyada en el edificio que marcaba precisamente la esquina, parecía esperar a alguien, al lado del portero eléctrico. De tanto en tanto pasaba un auto.
Había un bar en otra de las esquinas. Con luces bajas parecía un sitio de aquellos tranquilos como para conversar de amor o recordar amores.
Así que ahí estábamos los dos  a una distancia de unos tres metros, espalda contra espalda, yo mirando la calle y ella mirando la puerta vidriada del edificio,  esperando. Yo el 155 y ella vaya a saber que.
Enseguida se develó el motivo de espera de la joven. Lo observé todo con el rabillo del ojo.
Era, naturalmente, un joven que bajó del ascensor y después de pasar la puerta de acceso del edificio se dirigió resueltamente hacia ella y tomándola de los hombros con ambas manos y mirándola fijamente con los ojos muy abiertos le susurraba con una expresión fría
algo que ella no alcanzó a contestar porque antes de que pudiera abrir la boca se dio media vuelta introduciéndose nuevamente en el edificio. Ahí se detuvo frente al ascensor y parecía que conversaba con una mujer mayor que no tengo idea de donde salió mientras ella atinaba a decir con voz un tanto alta, como para superar el obstáculo constituido por la puerta cerrada de vidrio:
-    Vos sós el que tenés que cuidarte.
El pareció no escucharla y un instante después se sumergió en el ascensor.
Con un semblante de gran dignidad no bien terminó de desaparecer el desapacible Romeo dio media vuelta y desapareció en la obscuridad de la noche... para reaparecer antes de que transcurrieran cinco minutos, pero esta vez en el rostro, ahora pálido, se dibujaba cierta angustia que seguramente descargó en el timbre del portero. Enseguida se escuchó por el parlante: - Hola, hola, hola, hola, hola. Holas sin respuesta que no fuera el dedo implacable que solo cesó su presión cuando vió, siempre a través de la puerta de vidrio, que el ascensor iniciaba su recorrido descendente. Ahí, la vengativa Julieta, se dio a la fuga. Todos hemos, casi con seguridad, haber escuchado alguna vez la expresión “los de afuera son de palo”.
Porque estos dos sujetos vivían su drama sin reconocerme en absoluto. Con una impunidad total me pusieron en el lugar de “palo”. Fue así que el pelado (el joven era pelado) bajó y luego de una breve inspección que no excedió un diámetro de cinco metros volvió a meterse en su casa, por supuesto, sin hacerme el menor comentario ni preguntarme nada.
Para mi sorpresa, apareció la dama que desde algún escondite cercano había seguido los movimientos de quien hasta hace poco, seguramente, era coprotagonista suyo en el tierno y tal vez apasionado, altar del amor, con el dedo como una lanza dirigido directamente al ajetreado timbre. Que fue respondido otra vez con –Hola, hola, hola, hola. Holas monocordes y de furiosidad oculta que tampoco fueron respondidos.
Ahí fue donde tuve el impulso de decirle suavemente a ella:
-  No, ya está, no sigas, el amor te espera seguramente en otra parte.
Claro que no lo hice. No quise exponerme a que ella me dijera con voz tal vez aflautada por la ira algo así como:
-    Que mierda tenés que meterte, vejete. Vos no existís!!
De modo que cuando el ascensor empezó a descender ella tornó a retirarse pero esta vez hacia el campo visual mío ya que todo el tiempo solamente miraba hacia el lado casi opuesto, en realidad lateral, haciendo como que mi único interés era el 155 el cual se obstinaba en no venir. La calle que era arbolada y que ya estaba francamente obscura, si se hace abstracción de la iluminación mortecina del alumbrado público, fue recorrida a grandes pasos  por la diosa de la venganza que esta vez se escondió frente a mis ojos detrás de unos árboles que se situaban a veinte metros aproximadamente de distancia.
Una vez en la calle, el joven burlado busco otra vez sin esforzarse demasiado. Estuve a punto de comentarle:
-    La turra está escondida en esos árboles.
Pero él no me preguntó nada. Empecé a dudar seriamente de mi existencia.
El muchacho se metió en el edificio. Yo no advertí que esta vez el no subió sino que se escondió en el palier. Un puma acechando a su presa.
Como un imán, cuyas ondas magnéticas no eran otra cosa que joder a quien le rompía el corazón, un modo patético de seguir estando cerca de su amor, al parecer irremediablemente perdido, volvió a tocar ¿a tocarlo?. Pero esta vez salió la fiera de su cubil gritando como un poseído:
-    la concha de tu madre, te voy a matar!!
Saltó ella como una gacela Thompson y tomando altísima velocidad logró poner dos o tres metros de distancia del desorbitado joven. Se perdieron rápidamente por la calle perpendicular a la que correspondía al 155 que  todavía se negaba a aparecer. El alboroto logró despabilar a un par de parroquianos del bar que salieron a la puerta y también a un par de peatones que venían en sentido inverso a la carrera de los ex – amantes que se dieron vuelta para ver las alternativas generadas por el drama que ahora se desarrollaba a gran velocidad.
Dado que no se escucharon gritos ni golpes, supuse que estarían orillando los límites de la ciudad.
Como un final cinematográfico, se acercaba a unas tres o cuatro cuadras mi 155. Se me ocurrió pensar que todo esto fue montado por la empresa de transporte para entretenerme por la larga espera, que en realidad no había superado los veinte minutos. Cuando ya estaba a media cuadra, cual no sería mi asombro, cuando regresa con la cabeza gacha y cansado el joven pelado quien penetra en su departamento. Y cuando yo estiraba la mano para subir la escalerilla que me rescataba de la inexistencia a la que me habían condenado, aparece ella que tal vez, porque nunca pude saberlo ya que mi transporte se puso raudo en marcha, se dirigía para lastimar suplicante, al objeto que alguna vez fuera de su amor.




lunes

ARGENTINO (Ficción)


En el siglo XIII, las Cantigas de Alfonso X el Sabio recogen, en la número CXLIV, cómo Santa María guardou de morte un home bo de Pracença d´un toro que ueera pelo matar. (Enciclopedia Encarta, Historia del arte de torear)

I

Los mas de 500kg. de “Argentino” salieron del toril como la muerte misma. Enfiló sus cuernos hacia los burladeros en donde los toreros lo contemplaban serios, profesionales. Sus cornadas retumbaban contra los maderos como si fueran disparos secos, apagados.
Como un ángel, casi sin pisar la arena, salió el Juli, matador que no llegaba a tener 20 años,  a enfrentarlo con esos capotazos que vibraban como alas de mariposa, con la gracia del vuelo de un halcón, con el desprecio de un héroe mitológico, con el gesto y la mirada propia de lo que él era,  un español.
Un toque de trompeta y aparecieron los picadores, después las banderillas, después los pases de muleta y después el diestro tomó su espada para envainarla en la misma muerte. (¿No lo dijo así  Hemingway?).  No es novedosa la secuencia, todo se trata del arte con que se hace.
En este caso fue tan grandiosa la exhibición, que el presidente de la corrida entre la aclamación, y los pañuelos, saludando y pidiendo, concedió las dos orejas y el rabo también, a ese niño-jóven-hombre transformado por unos momentos en un dios.
Como habrá sido, que el torero que le seguía  en el espectáculo, por no ser menos, decidió esperar al toro que le tocaba en suerte, de rodillas frente al toril, con el capote desplegado frente a su cuerpo y que fue, gracias a la Virgen, hábilmente volado hacia un costado, ocasionando que la bestia pasara, engañada,  como un tren a toda marcha, casi rozándolo.
Y yo, desde la Argentina, donde están prohibidas las corridas, desde mi ciudad provinciana, hipnotizado, queriendo que no hubiera pasado ya, que se volviera a repetir toda esa magia, de los trajes de luces, de los caballos acorazados, de la gravedad estupenda del rito, observaba consternado que el programa emitido por la Televisión Española llegaba a su fin.
Recordé mi cuarto juvenil: afiches de corridas, reproducciones de Picasso, siempre toros, en todas las paredes. Me los regalaban en el “Comedor Navarro” donde solíamos almorzar con mi padre.. Cuando tuve una hija, afortunadamente, aprendió baile flamenco en el “Centro Andaluz”. Así supe de sevillanas y rumbas. También claro, me vuela la cabeza toda la música, toda la cultura latinoamericana. Eso soy: latinoaméricano. No me resulta fácil, vivo en una ciudad que recibió un enorme aporte de italianos, a punto tal que esa indentidad mía se pierde y siento que solo se reencuentra en las ciudades mas al norte de mi país: Córdoba, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Jujuy
Desciendo de conquistadores españoles por 6 de los 8 apellidos que me constituyen. Los otros dos son uno inglés y el otro proviene de un inmigrante del siglo 19...español. Pero mi tradición es criolla, gaucha en todo caso. Y mi cultura mas bien francesa e inglesa (los muebles, por ejemplo, eran de esas nacionalidades). En mi casa jamás se hablaba de España, Veía películas norteamericanas y leía de joven a Cortázar, a Sábato, Erich Marie Remarque, y de niño a los hermanos Grimm, Las Aventuras del Barón de Munchaussen y claro, Walt Disney. Claro que también llegó para siempre Gabriel García Márquez.
¿De donde salía entonces mi amor, mi pasión por lo español, y especialmente por las corridas de toro?. Concluí, me parece, de forma muy española.... que era la sangre. Transmisión genética, si se quiere una explicación más prosaica, pero en nuestro lenguaje, los españoles, lo entenderán: la sangre.
Sesenta años había  cumplido un par de meses atrás. Se me empezaba a acabar el tiempo. Sabía que en Perú, en Ecuador y en México hay corridas de toros. Y que suelen ser de calidad. Pero para mi no era lo mismo, aunque seguramente me gustarían. Quería ver, antes de morir,  una, una sola, en España.
Para decirlo de una vez, esto se me había convertido en una obsesión Y como decimos en la Argentina: ...y yo con el pescado sin vender. Es decir, imposible para mis bolsillos, ni siquiera a largo plazo, ni soñando, financiar el viaje, la estadía, los billetes a la plaza, etc., etc.
Esa noche, tristemente me fui a dormir.
Cuando desperté, a la mañana siguiente, tenía la solución. Si hay una esencia maravillosa en las corridas de toros, un “arjé” como dirían los griegos, es el total desprecio hacia la muerte que manifiesta el torero. Ni por un minuto debemos confundirlo con desprecio a la vida. El traje de luces, la donosura de los movimientos, la galantería hacia las damas del público, la constante acentuación de la virilidad, son una muestra terminante y absoluta de erotismo. Nada que hacerle, es a la muerte a quien se desafía, se desprecia, se la burla y como ya dijimos, se la mata. Es la expresión máxima de dignidad. Seguramente pensadores, poetas, escritores ya dijeron estas cosas, ya las escribieron. Pero esto es lo que siento, lo que yo descubro. Es entonces, que tomé en ese momento una decisión. No me quejaría mas, terminaría con los lloriqueos.
Asalto un banco y consigo el dinero (los duros antiguos de ustedes,  los euros de hoy). Y asalto un banco porque en este país son la expresión más acabada de la usura. En lo personal, puedo decir que es una de las razones definitivas de mi ruina. Es decir, son la personificación de la muerte. Pero a diferencia de los toros de lidia, que son bellísimos, suelen estar en unos edificios ingráciles, prodigiosamente feos.
Así que se puede decir que como en las corridas de toros, la secuencia sería mas o menos la misma: “arriba las manos, todo el mundo al suelo, entregame la plata, etc.” Con mas o menos variaciones.  Pero como en la fiesta brava, como ya dije, la cosa estaría en el arte con que se hace.
Redondié mi pensamiento:  Será mi corrida personal, para poder ir a una corrida.
En primer lugar no quería robar una gran cantidad de dinero. Mas o menos la necesaria para el fin propuesto. Con unos dos mil o tres mil dólares bastaría. Lo demás es pura avaricia. No se trataba de salvarme para siempre, ir la las Bahamas o cosa por el estilo, no.
Era simplemente mi gesto de desprecio a un mundo ridículo, de ambiciones estúpidas, de payasescas vanidades. Algo así como demostrar que aún me quedaba hombría para desafiar a las protecciones de los capitales que han construido un hábitat para la humanidad que me duele como si “Argentino” me hubiera ensartado con alguno de sus pitones.
Pero bueno, no se trataba de hacer algo así a tontas y a locas. Así como los toreros cuando sale el toro lo estudian,  yo empecé a estudiar los posible bancos para debutar en estas suertes.
De modo que miraba como eran las guardias, como y cuando traían el dinero, quien atendía las puertas, si era de inclinarse a un costado o al otro, como cabeceaba, si era franco al embestir. Nada que hacer, cada vez que pensaba algo con el banco se me mezclaba con una tarde de toros.
Elegí como blanco al banco mas usurero, mas tramposo, mas hipócrita, que además tenía por gerente a un sujeto miserable, a quien conocía, y que tenía la particularidad despreciable de ser chupamedias, adulador, cholulo. En fin, una basura de tipo. Yo entraba en el círculo de sus preferencias personales debido, presumo, a mi pertenencia a ciertos círculos sociales que eran del interés (estúpido a mi entender, sobre todo porque no eran esos círculos detentadores de ningún tipo de poder) propios de un sujeto mediocre y arribista. De modo que estaba seguro de que me recibiría.
Me hubiera gustado que el hecho se produjera a las 5 de la tarde.(por lo de “...eran las cinco en punto de la tarde”, como el verso  grandioso, que llora la muerte de Ignacio, que concibió el gran granadino).  Pero desgraciadamente los bancos en nuestro país ya están cerrados en ese horario. Así que decidí que sería a las tres menos cinco de la tarde, dado que los bancos cierran cinco minutos mas tarde.
Por una parte utilizaba cabalísticamente el número cinco y por otra en un breve lapso de tiempo se desagotaría de clientes lo cual me servía para que no hubiera entorpecimientos. También elegí un día viernes. En este país tan desorganizado, suponía que, el sábado y el domingo ni siquiera me perseguirían, ni investigarían demasiado. Lo dejarían todo para el lunes, lo cual me daba casi tres días de ventaja.
Claro que ya había empezado el trámite del pasaporte y un amigo me había prestado el dinero para el pasaje.
Hacía años que no practicaba ninguna religión, es mas, era decididamente agnóstico (me hizo sonreír esto de ser “decididamente” agnóstico dado que el agnosticismo es la expresión filosófica mas acabada de la duda). Pero esto no fue impedimento para que antes de perpetrar el robo pasara por la catedral y rezara en el camarín de la Vírgen de pie y terminara santiguándome como hacen los matadores antes de las corridas.
Me vestí con mi traje de luces, le pedí a un sobrino que me ayudara a vestirme, porque me fajé para que me entrara en el único traje gris perla que tenía y que me costaba ponerme dado que con los años había engordado. Dije que era de luces, porque comparado con la ropa con la que normalmente me vestía, eso es lo que parecía. Teñí mi  pelo de negro (tapé las múltiples canas, bueno, la cenicienta cabeza), me peiné con gomina (cosa que nunca hacía), me puse una camisa blanca y una radiante y elegantísima corbata. Completaban mi atuendo un sombrero también gris de ala corta y doblada hacia abajo en el frente, zapatos negros muy lustrados, medias del mismo color y finalmente un poncho salteño (colorado con rayas negras) terciado sobre el hombro izquierdo En mi mano blandía un bastón de caña de malaca que escondía un estoque que era tan largo como la vaina.
Escribí unas líneas a mis hijos y nietos en donde les decía cuanto los quería pero que inexorablemente tenía que enfrentar  mi destino y realizar mi sueño. También les decía que no creía  en que alguna vez regresaría. En el peor de los casos, seguiría robando, eso si, solo a los explotadores, preferentemente a los bancos. Y si tenía que caer, no sería peor que morir en un hospital, al menos lo haría como un hombre.
Y salí, nomás, hacia el banco en cuestión.



II


Me acerqué al mostrador y cuando se acercó un empleado le extendí una de las pocas tarjetas que me quedaban. Decía así: Francisco Carranza y después la dirección y el teléfono, solo que le había agregado con una birome, debajo del nombre, “Paquiro” en  homenaje a Francisco Montes llamado el Napoleón de los toreros muerto en 1851. Pedí por el Sr. Isleretti, gerente del banco. Casi de inmediato el empleado me condujo a su oficina que afortunadamente era cerrada, de esas antiguas cuyas paredes están forradas de madera.. Cuando entré, el empleado me dijo que me sentara y esperara un momento. Pero yo me quedé parado. Y entonces salió del toril (una puerta lateral) y se me abalanzó (para abrazarme, sonriente). En el último instante, desplegué sobre el bastón mi poncho y haciendo un giro con el cuerpo lo hice pasar de largo. El hombre quedó, claro, un tanto desconcertado y me miró serio. Saqué el estoque del bastón y mientras le bajaba el poncho lentamente, para que lo siguiera con la vista e inclinara la cabeza,  lo apunté con el hierro. Y le dije – Tres mil dólares, Islero – y mientras observaba que parpadeaba como si estuviera soñando, continué – una orden de pago por esa cifra, sin bromas porque ahora te ato, te encierro con llave, desconecto todos los teléfonos y si en la caja no me pagan inmediatamente vuelvo y te ensarto justo debajo de la testuz – todo esto le decía mientras  abanicaba lentamente el poncho frente a su morro (nariz). Transpirado y sin decir palabra se sentó en su escritorio y tomando un formulario, que era una orden de pago,  lo llenó y me lo alcanzó. Después le até por atrás con su cinturón las piernas con las manos y le puse su pañuelo en la boca, que fue tapada con una cinta de embalaje que había tomado la precaución de llevar. Cuando terminé me di vuelta mientras con desprecio y altaneramente hice un semicírculo con la espada tocando el suelo como hacen los matadores. El miró con azoramiento absoluto como arrancaba despacio los cables de comunicación y cerraba la puerta de la oficina dándole llave por fuera. Afortunadamente no había ningún empleado prestando atención cuando salí, atareados como estaban en cerrar las cuentas del día para irse lo mas rápidamente a sus casas ya que el banco había cerrado. Me acerqué a un cajero con total naturalidad y como no había ningún cliente fui atendido con rapidez. Después de mirar atentamente el papel que  le había extendido, me dio los tres mil dólares.
Me encaminé hacia la puerta del banco, no sin antes dar la vuelta al ruedo, es decir, caminar saludando por toda la periferia del hall del banco,   pararme en el medio y saludar sombrero en mano girando 360° lentamente, mientras sentía que el gentío vitoreaba y sacaba los pañuelos pidiendo para  mi las orejas y el rabo también, cosa que me fue concedida.(Casi ningún empleado miraba, algunos pocos que si lo hicieron, sonrieron medio burlonamente). Así que tocando pelo estuve discutiendo brevemente con un portero que me indicaba una puerta lateral y yo que me empeñaba en salir por la puerta grande....
Una vez afuera casi grité ¡Olé! Y me tomé un taxi directamente al aeropuerto.
Había cuidado los detalles. Un avión que saldría en una hora me conduciría directamente a Barajas. Aproveché el tiempo para depositar en un cajero el dinero que me había prestado mi amigo y comprarme un pequeño maletín para meter la ropa indispensable (también comprada en el free shop del aeropuerto) que necesitaría en España, que no era mucha, dado que llegaría en pleno verano europeo. El viaje en avión casi no lo sentí porque agotado como estaba me la pasé la mayor parte del tiempo durmiendo.
Cuando llegué no sentí mayormente nada. Solo curiosidad. Pero al transportarme en otro taxi al hotel donde me alojaría las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. ¡Madrid!¡España!¡La tierra de mis ancentros! Es que tengo apellidos de todas las regiones de España. Vascos, Asturianos, Castellanos, Navarros, Gallegos, Andaluces. ¡Es que es como si yo fuera España en América! Y ahora estaba ahí. ¡Cómo no me van a gustar las corridas de toros! Al entrar en la habitación en donde me alojaría, no bien quedé solo, me incliné al suelo y besé el piso.
Recordé la cara del gerente del banco y me dio un ataque de risa incontenible. Pobre tipo, vive para la figuración. No se pierde un entierro importante. Nunca entenderé a esa gente. Se pierden nada menos que la vida misma.
Todo fue bastante rápido. A los dos días había una corrida en Madrid y uno de los matadores era nada menos que mi admirado El Juli. Aproveché al día siguiente para recorrer Madrid, comer tapas, cantimpalo, queso, aceite de oliva, y por supuesto, callos a la madrileña., todo regado con buen vino tinto español. Por supuesto, todo esto estaba prohibido por mi médico. Pero en ese lugar, estaba jugado a suerte y verdad, nada que hacerle. Esa noche dormí con una servicial señorita que me mostró la pasión con que ama una española aun cuando sea una profesional. O al menos eso fue lo que me pareció.



III


Y llegó el gran día. El día de mis sueños. Desde que me desperté conté el tiempo que me separaba de la fiesta brava. Me sentía espléndido pero muy ansioso. Finalmente cuando se hizo la hora tomé un taxi y le dije: A la plaza de Las Ventas. El chofer no era hablador de modo que me concentré en mirar la ciudad. Al llegar me mezclé con la gente que se acercaba a la monumental construcción , para mi una catedral, donde por fin vería en acción a la máxima expresión de noble virilidad que hay en este planeta tan envilecido. En la boletería pedí “tendido 5” que era el lugar de gradería que me había aconsejado Iván, un gran amigo, que me había precedido años atrás en esto y con quien coincidíamos en este fervor y también en otros. Este tendido 5 era el lugar donde iban los entendidos. Caminé  entre la muchedumbre por los pasillos interiores, subí escalones y finalmente llegué a la puerta que me correspondía. El corazón debo confesar, me latía con fuerza inusitada. Y cuando la traspuse, bueno, que quieren que les diga. Emoción inenarrable. Ahí justo bajo mis narices estaba el espléndido coliseo. Tal como lo había visto por tevé ¡pero en vivo! Los tercios marcados en la arena. El corral de madera con los burladeros. El palco del presidente, las damas con abanicos, los mantones desplegadas en los balcones. Y a mi alrededor ceñudos hombres que comían los bocadillos mas increíbles.
No tardó mucho en abrirse una puerta por la que entraba el desfile de toreros, banderilleros, los picadores con sus puyas, y la banda tocando detrás un pasodoble. No daba crédito a mis ojos.
Terminado todo esto del cortejo, se despejó la arena y salió el primer toro. Esa primera faena resultó buena para mi, que en realidad no era un entendido, pero los que estaban a mi lado lucían un tanto indiferentes, así que no debía haber sido muy satisfactoria. Pero yo estaba enloquecido de cualquier modo.
La segunda los entusiasmó un poco mas. Debo decir que a pesar de mi ignorancia, yo algo pescaba. Prudentemente no me manifestaba, pero me daba cuenta no de los detalles, pero si del arte.
Y finalmente llegó el Juli. Por favor, que maravilla, además el toro era excelente. Y claro, todos empezamos con los Oles, cada vez mas entusiastas. Los capotazos, verónicas, medias verónicas, de rodillas, etc. Después de los picadores llegó el tercio de las banderillas que ejecutó el mismo Juli con una gracia para la que no alcanzan los adjetivos calificativos. Y por último llegó el tercio de los pases con muleta. Faena tan clara como un mediodía de sol despejado. Ya los oles, los aplausos, eran de delirio. Yo gritaba como un poseído: Ole, ole, ole.!! Como si toda la vida hubiera concurrido a las tardes de toros. Mi felicidad era absoluta, total, ardiente. Una exhibición de coraje, de arte, de destreza inconcebibles. La fiesta brava estaba en su apogeo. Faltaba la espada. Que llegó como una saeta penetrando en el toro hasta los gavilanes. Un alarido ensordecedor estalló en las tribunas, coincidiendo exactamente con un fulminante dolor en el centro de mi pecho, que me hizo cerrar los ojos.
Entonces sucedió lo increíble, lo inaudito. Al abrir los ojos, yo, Francisco Carranza, si, yo, estaba en la arena y vestía el traje de luces mas exquisito que se haya visto en la historia torera. En mis manos empuñaba la espada sacada del toro que yacía muerto a mis pies, mientras la gente, delirante, agitaba sus pañuelos para que se me concediesen las orejas y el rabo también. Di la vuelta al ruedo y después me dirigí al centro para saludar, montera en mano, haciendo un giro completo, al público que no cesaba ahora de tirar las almohadillas de las plateas, sombreros y flores.
Finalmente me sacaron a babuchas, tocando pelo,  por la puerta grande, hacia la eternidad.





LOS OTROS (Ficción)


Me desperté sobresaltado. Las ocho de la mañana, pude ver en el despertador. Miré a mi lado, no escuchaba la respiración de mi mujer. En su lugar solo estaba la depresión del colchón. Esa debió haber sido la razón del sobresalto, habrá ido al baño, pensé. Pero después, espantado, caí en cuenta que me había despertado un silencio total. No venían ruidos de la calle, no se escuchaban cantar los pájaros en los árboles cercanos, los de la vereda,  como todas las mañanas. No estaba sordo, no. Escuchaba mis propios ruidos, las sábanas, el ventilador. Me levanté para buscarla. No estaba en el departamento y lo que era peor, mis hijos, mis pequeños hijos, tampoco. Me asomé al balcón para ver la calle y no había nadie. No circulaban autos, no pasaban colectivos. No pasaban chicos para la escuela del barrio. Corrí a la radio, la prendí y no había emisora que transmitiera algo. Encendí la TV y nada. Internet tampoco conectaba.
Me vestí  y tomé el ascensor para buscar el auto en la cochera. Me llamó la atención que estaban casi todos los autos de mis vecinos. Subí al mío y prendí inútilmente la radio. Seguía escuchándose el ruido, sin siquiera las descargas propias de la radio, cuando no hay transmisión. Salí del garaje y comencé a recorrer la ciudad. Me recibieron las calles silenciosas. Tomé por Corrientes, San Lorenzo, Laprida, Córdoba, el Monumento y nada.
Ya sé, estoy soñando, una pesadilla. Voy a despertarme. Nada. No me despierto. Comprobé, que era así. No había nadie. Me bajo del auto, empiezo a gritar y no obtengo ninguna respuesta. ¿Me habré vuelto loco? ¿La locura o al menos una de sus formas será así? Por alguna razón extraña, no me preocupaba tanto por el paradero de mi familia. Algún motivo tenía que haber.
Se me ocurren cosas estúpidas: Tengo todo a mi disposición: Puedo ir a una concesionaria y llevarme el mejor auto, dinero no hacía falta,  iré a Falabella y me llevaré la ropa que quiera. Combustible y supermercados me permitirán subsistir. Estas ocurrencias, pensé, son en el fondo atroces. Pienso: tanto que deseaba algunas cosas y ahora en realidad no me servirán para nada. ¿Estaré muerto?
Subo por el ascensor del Monumento a la Bandera con destino al mirador. Cuando llego
contemplo el horizonte y de paso reparo en las rejas que han colocado para evitar que la gente se suicide. No se de donde me sale un rapto de humor negro: “este es el lugar de los suicidios patrióticos”.
Lo debo haber pensado como un mecanismo de defensa porque estoy abrumado por la angustia…
Me derrumbo en el suelo mientras reflexiono: Caigo en cuenta de un modo terrible que sin otros no hay existencia. Hasta Robinson Crusoe necesitó de un Viernes... interrumpe mis cavilaciones una especie de suave siseo. Me levanto y vuelvo a asomarme por el mirador. Y veo que comienzan a elevarse unas burbujas enormes, como si fueran pompas de jabón, transparentes como ellas, con gente dentro de ellas, con animales, perros, vacas, por todas partes se elevan, miles de ellas, cada vez mas alto, hasta perderse en el cielo.
Como jabonosas Arcas de Noé sin mí.

Rosario, 16 de noviembre de 2006, al día siguiente del feroz granizo.