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Hace 20 años que escribo y tengo publicada una novela corta

TAL VEZ CONVENDRÍA...

...aclarar cual es el propósito de este blog. Hace mucho tiempo que vengo con la idea de publicar,vaya a saber porque, un montón de cuentos, relatos, casi crónicas (algunas de ellas).Si desmenuzamos el "vaya a saber porqué", o al menos lo intento, tropezaré con algunas ideas vagas, como narcisismo, exhibicionismo, que se yo, dejarles a mis hijos algunos divagues...
Entonces mi cuñado me mostró el blog de un amigo y me dije: Bárbaro, con esto me alcanza y de paso por ahí gente que quiero y otras que no conozco lean algunas cosas de estas y al menos les resulte entretenido. Ojalá.

Sentate y ponete a leer

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miércoles

ENVIDIA (Cuento)

¡Cómo había disfrutado de mis hijos cuando eran pequeños!. Particularmente recordaba cuando los alzaba hacia arriba, por encima de mi cabeza, extendiendo mis brazos, y sujetando sus cuerpitos nos mirábamos, y entonces sucedía que ellos sumidos en un éxtasis de placer dejaban escapar de sus deliciosas boquitas un hilito de baba. Decía, entonces, que era mi cordón de plata. O cuando los tapaba ya dormidos después de inventarles un cuento. Pero todo eso ya había pasado. Ahora ya eran grandes. Por supuesto que seguían siendo lo mas importante de mi vida. Pero ahora, y estaba bien que así fuera, ya no me pertenecían. Se pertenecían a ellos mismos.
Yo extrañaba de cualquier modo a los pequeñines. Mi única posibilidad de recuperar algo de eso es que me dieran nietos. Sí, sin duda que esa era la salida. Entendí entonces algo que cuando niño no había entendido. El Rey, el padre del príncipe, en La Cenicienta, estaba loco por tener un nieto. Y yo no comprendía por qué tanto empeño. Ahora si lo sabía. Y reconozco que se me había transformado en una obsesión. Mis hijos ni soñaban con darme nietos. Sus proyectos personales, las dificultades económicas, la asunción de esas responsabilidades y su aprecio a disfrutar de sus juventudes y de la libertad impedían, ni a corto ni a mediano plazo, que mi deseo se realizara.
Como tenía una casa de veraneo en las montañas, había comprado una montura pequeña con sus correspondientes cabezadas. Claro que la tenía oculta. Alguna vez también compraría un petiso. Entonces yo y mi nieto saldríamos de cabalgata juntos.
Por supuesto, a mis hijos, jamás los presionaba. Mi amor por ellos, incluía un respeto total por sus proyectos y por sus libertades. Sufría en silencio y lo peor es que mi dolor aumentaba día a día. Sin contar que empezaba a ponerme viejo, o sea que mis tiempos comenzaban a acabarse. Y mi vida había sido sumamente dura y por eso, quizás, es que me parecía injusto que no tuviera esa recompensa. Ya dije que se me había transformado en una obsesión. Como sería que casi no había noche en la que no soñara con mi nieto. Inexistente al despertar, que era, claro, inexorablemente triste.
Vicente, en cambio, mi vecino, disfrutaba como loco de su nieto. Recuerdo el día en que nació. Y el día en que sus hijos lo llevaron a su casa por primera vez. Cómo se pavoneaba por la vereda. A los tres años le compró un triciclo y el chiquillo andaba por la vereda, por la mía también. Era divino el pibe, líndísimo, simpático, cariñoso.
- ¿Sabés que está enfermo el nietito de Vicente? – me comentó mi mujer un día.
- No digas .- dije yo.
Pasaron unos días y ella volvió a la carga: - Se curó.
- ¿Quién? – dije.
- ¡Quien va a ser! – y agregó con fastidio – el nietito de Vicente.
- ¡Ah! – concluí sin alegrarme.

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