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Hace 20 años que escribo y tengo publicada una novela corta

TAL VEZ CONVENDRÍA...

...aclarar cual es el propósito de este blog. Hace mucho tiempo que vengo con la idea de publicar,vaya a saber porque, un montón de cuentos, relatos, casi crónicas (algunas de ellas).Si desmenuzamos el "vaya a saber porqué", o al menos lo intento, tropezaré con algunas ideas vagas, como narcisismo, exhibicionismo, que se yo, dejarles a mis hijos algunos divagues...
Entonces mi cuñado me mostró el blog de un amigo y me dije: Bárbaro, con esto me alcanza y de paso por ahí gente que quiero y otras que no conozco lean algunas cosas de estas y al menos les resulte entretenido. Ojalá.

Sentate y ponete a leer

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¿Estás cómodo?

lunes

ARGENTINO (Ficción)


En el siglo XIII, las Cantigas de Alfonso X el Sabio recogen, en la número CXLIV, cómo Santa María guardou de morte un home bo de Pracença d´un toro que ueera pelo matar. (Enciclopedia Encarta, Historia del arte de torear)

I

Los mas de 500kg. de “Argentino” salieron del toril como la muerte misma. Enfiló sus cuernos hacia los burladeros en donde los toreros lo contemplaban serios, profesionales. Sus cornadas retumbaban contra los maderos como si fueran disparos secos, apagados.
Como un ángel, casi sin pisar la arena, salió el Juli, matador que no llegaba a tener 20 años,  a enfrentarlo con esos capotazos que vibraban como alas de mariposa, con la gracia del vuelo de un halcón, con el desprecio de un héroe mitológico, con el gesto y la mirada propia de lo que él era,  un español.
Un toque de trompeta y aparecieron los picadores, después las banderillas, después los pases de muleta y después el diestro tomó su espada para envainarla en la misma muerte. (¿No lo dijo así  Hemingway?).  No es novedosa la secuencia, todo se trata del arte con que se hace.
En este caso fue tan grandiosa la exhibición, que el presidente de la corrida entre la aclamación, y los pañuelos, saludando y pidiendo, concedió las dos orejas y el rabo también, a ese niño-jóven-hombre transformado por unos momentos en un dios.
Como habrá sido, que el torero que le seguía  en el espectáculo, por no ser menos, decidió esperar al toro que le tocaba en suerte, de rodillas frente al toril, con el capote desplegado frente a su cuerpo y que fue, gracias a la Virgen, hábilmente volado hacia un costado, ocasionando que la bestia pasara, engañada,  como un tren a toda marcha, casi rozándolo.
Y yo, desde la Argentina, donde están prohibidas las corridas, desde mi ciudad provinciana, hipnotizado, queriendo que no hubiera pasado ya, que se volviera a repetir toda esa magia, de los trajes de luces, de los caballos acorazados, de la gravedad estupenda del rito, observaba consternado que el programa emitido por la Televisión Española llegaba a su fin.
Recordé mi cuarto juvenil: afiches de corridas, reproducciones de Picasso, siempre toros, en todas las paredes. Me los regalaban en el “Comedor Navarro” donde solíamos almorzar con mi padre.. Cuando tuve una hija, afortunadamente, aprendió baile flamenco en el “Centro Andaluz”. Así supe de sevillanas y rumbas. También claro, me vuela la cabeza toda la música, toda la cultura latinoamericana. Eso soy: latinoaméricano. No me resulta fácil, vivo en una ciudad que recibió un enorme aporte de italianos, a punto tal que esa indentidad mía se pierde y siento que solo se reencuentra en las ciudades mas al norte de mi país: Córdoba, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Jujuy
Desciendo de conquistadores españoles por 6 de los 8 apellidos que me constituyen. Los otros dos son uno inglés y el otro proviene de un inmigrante del siglo 19...español. Pero mi tradición es criolla, gaucha en todo caso. Y mi cultura mas bien francesa e inglesa (los muebles, por ejemplo, eran de esas nacionalidades). En mi casa jamás se hablaba de España, Veía películas norteamericanas y leía de joven a Cortázar, a Sábato, Erich Marie Remarque, y de niño a los hermanos Grimm, Las Aventuras del Barón de Munchaussen y claro, Walt Disney. Claro que también llegó para siempre Gabriel García Márquez.
¿De donde salía entonces mi amor, mi pasión por lo español, y especialmente por las corridas de toro?. Concluí, me parece, de forma muy española.... que era la sangre. Transmisión genética, si se quiere una explicación más prosaica, pero en nuestro lenguaje, los españoles, lo entenderán: la sangre.
Sesenta años había  cumplido un par de meses atrás. Se me empezaba a acabar el tiempo. Sabía que en Perú, en Ecuador y en México hay corridas de toros. Y que suelen ser de calidad. Pero para mi no era lo mismo, aunque seguramente me gustarían. Quería ver, antes de morir,  una, una sola, en España.
Para decirlo de una vez, esto se me había convertido en una obsesión Y como decimos en la Argentina: ...y yo con el pescado sin vender. Es decir, imposible para mis bolsillos, ni siquiera a largo plazo, ni soñando, financiar el viaje, la estadía, los billetes a la plaza, etc., etc.
Esa noche, tristemente me fui a dormir.
Cuando desperté, a la mañana siguiente, tenía la solución. Si hay una esencia maravillosa en las corridas de toros, un “arjé” como dirían los griegos, es el total desprecio hacia la muerte que manifiesta el torero. Ni por un minuto debemos confundirlo con desprecio a la vida. El traje de luces, la donosura de los movimientos, la galantería hacia las damas del público, la constante acentuación de la virilidad, son una muestra terminante y absoluta de erotismo. Nada que hacerle, es a la muerte a quien se desafía, se desprecia, se la burla y como ya dijimos, se la mata. Es la expresión máxima de dignidad. Seguramente pensadores, poetas, escritores ya dijeron estas cosas, ya las escribieron. Pero esto es lo que siento, lo que yo descubro. Es entonces, que tomé en ese momento una decisión. No me quejaría mas, terminaría con los lloriqueos.
Asalto un banco y consigo el dinero (los duros antiguos de ustedes,  los euros de hoy). Y asalto un banco porque en este país son la expresión más acabada de la usura. En lo personal, puedo decir que es una de las razones definitivas de mi ruina. Es decir, son la personificación de la muerte. Pero a diferencia de los toros de lidia, que son bellísimos, suelen estar en unos edificios ingráciles, prodigiosamente feos.
Así que se puede decir que como en las corridas de toros, la secuencia sería mas o menos la misma: “arriba las manos, todo el mundo al suelo, entregame la plata, etc.” Con mas o menos variaciones.  Pero como en la fiesta brava, como ya dije, la cosa estaría en el arte con que se hace.
Redondié mi pensamiento:  Será mi corrida personal, para poder ir a una corrida.
En primer lugar no quería robar una gran cantidad de dinero. Mas o menos la necesaria para el fin propuesto. Con unos dos mil o tres mil dólares bastaría. Lo demás es pura avaricia. No se trataba de salvarme para siempre, ir la las Bahamas o cosa por el estilo, no.
Era simplemente mi gesto de desprecio a un mundo ridículo, de ambiciones estúpidas, de payasescas vanidades. Algo así como demostrar que aún me quedaba hombría para desafiar a las protecciones de los capitales que han construido un hábitat para la humanidad que me duele como si “Argentino” me hubiera ensartado con alguno de sus pitones.
Pero bueno, no se trataba de hacer algo así a tontas y a locas. Así como los toreros cuando sale el toro lo estudian,  yo empecé a estudiar los posible bancos para debutar en estas suertes.
De modo que miraba como eran las guardias, como y cuando traían el dinero, quien atendía las puertas, si era de inclinarse a un costado o al otro, como cabeceaba, si era franco al embestir. Nada que hacer, cada vez que pensaba algo con el banco se me mezclaba con una tarde de toros.
Elegí como blanco al banco mas usurero, mas tramposo, mas hipócrita, que además tenía por gerente a un sujeto miserable, a quien conocía, y que tenía la particularidad despreciable de ser chupamedias, adulador, cholulo. En fin, una basura de tipo. Yo entraba en el círculo de sus preferencias personales debido, presumo, a mi pertenencia a ciertos círculos sociales que eran del interés (estúpido a mi entender, sobre todo porque no eran esos círculos detentadores de ningún tipo de poder) propios de un sujeto mediocre y arribista. De modo que estaba seguro de que me recibiría.
Me hubiera gustado que el hecho se produjera a las 5 de la tarde.(por lo de “...eran las cinco en punto de la tarde”, como el verso  grandioso, que llora la muerte de Ignacio, que concibió el gran granadino).  Pero desgraciadamente los bancos en nuestro país ya están cerrados en ese horario. Así que decidí que sería a las tres menos cinco de la tarde, dado que los bancos cierran cinco minutos mas tarde.
Por una parte utilizaba cabalísticamente el número cinco y por otra en un breve lapso de tiempo se desagotaría de clientes lo cual me servía para que no hubiera entorpecimientos. También elegí un día viernes. En este país tan desorganizado, suponía que, el sábado y el domingo ni siquiera me perseguirían, ni investigarían demasiado. Lo dejarían todo para el lunes, lo cual me daba casi tres días de ventaja.
Claro que ya había empezado el trámite del pasaporte y un amigo me había prestado el dinero para el pasaje.
Hacía años que no practicaba ninguna religión, es mas, era decididamente agnóstico (me hizo sonreír esto de ser “decididamente” agnóstico dado que el agnosticismo es la expresión filosófica mas acabada de la duda). Pero esto no fue impedimento para que antes de perpetrar el robo pasara por la catedral y rezara en el camarín de la Vírgen de pie y terminara santiguándome como hacen los matadores antes de las corridas.
Me vestí con mi traje de luces, le pedí a un sobrino que me ayudara a vestirme, porque me fajé para que me entrara en el único traje gris perla que tenía y que me costaba ponerme dado que con los años había engordado. Dije que era de luces, porque comparado con la ropa con la que normalmente me vestía, eso es lo que parecía. Teñí mi  pelo de negro (tapé las múltiples canas, bueno, la cenicienta cabeza), me peiné con gomina (cosa que nunca hacía), me puse una camisa blanca y una radiante y elegantísima corbata. Completaban mi atuendo un sombrero también gris de ala corta y doblada hacia abajo en el frente, zapatos negros muy lustrados, medias del mismo color y finalmente un poncho salteño (colorado con rayas negras) terciado sobre el hombro izquierdo En mi mano blandía un bastón de caña de malaca que escondía un estoque que era tan largo como la vaina.
Escribí unas líneas a mis hijos y nietos en donde les decía cuanto los quería pero que inexorablemente tenía que enfrentar  mi destino y realizar mi sueño. También les decía que no creía  en que alguna vez regresaría. En el peor de los casos, seguiría robando, eso si, solo a los explotadores, preferentemente a los bancos. Y si tenía que caer, no sería peor que morir en un hospital, al menos lo haría como un hombre.
Y salí, nomás, hacia el banco en cuestión.



II


Me acerqué al mostrador y cuando se acercó un empleado le extendí una de las pocas tarjetas que me quedaban. Decía así: Francisco Carranza y después la dirección y el teléfono, solo que le había agregado con una birome, debajo del nombre, “Paquiro” en  homenaje a Francisco Montes llamado el Napoleón de los toreros muerto en 1851. Pedí por el Sr. Isleretti, gerente del banco. Casi de inmediato el empleado me condujo a su oficina que afortunadamente era cerrada, de esas antiguas cuyas paredes están forradas de madera.. Cuando entré, el empleado me dijo que me sentara y esperara un momento. Pero yo me quedé parado. Y entonces salió del toril (una puerta lateral) y se me abalanzó (para abrazarme, sonriente). En el último instante, desplegué sobre el bastón mi poncho y haciendo un giro con el cuerpo lo hice pasar de largo. El hombre quedó, claro, un tanto desconcertado y me miró serio. Saqué el estoque del bastón y mientras le bajaba el poncho lentamente, para que lo siguiera con la vista e inclinara la cabeza,  lo apunté con el hierro. Y le dije – Tres mil dólares, Islero – y mientras observaba que parpadeaba como si estuviera soñando, continué – una orden de pago por esa cifra, sin bromas porque ahora te ato, te encierro con llave, desconecto todos los teléfonos y si en la caja no me pagan inmediatamente vuelvo y te ensarto justo debajo de la testuz – todo esto le decía mientras  abanicaba lentamente el poncho frente a su morro (nariz). Transpirado y sin decir palabra se sentó en su escritorio y tomando un formulario, que era una orden de pago,  lo llenó y me lo alcanzó. Después le até por atrás con su cinturón las piernas con las manos y le puse su pañuelo en la boca, que fue tapada con una cinta de embalaje que había tomado la precaución de llevar. Cuando terminé me di vuelta mientras con desprecio y altaneramente hice un semicírculo con la espada tocando el suelo como hacen los matadores. El miró con azoramiento absoluto como arrancaba despacio los cables de comunicación y cerraba la puerta de la oficina dándole llave por fuera. Afortunadamente no había ningún empleado prestando atención cuando salí, atareados como estaban en cerrar las cuentas del día para irse lo mas rápidamente a sus casas ya que el banco había cerrado. Me acerqué a un cajero con total naturalidad y como no había ningún cliente fui atendido con rapidez. Después de mirar atentamente el papel que  le había extendido, me dio los tres mil dólares.
Me encaminé hacia la puerta del banco, no sin antes dar la vuelta al ruedo, es decir, caminar saludando por toda la periferia del hall del banco,   pararme en el medio y saludar sombrero en mano girando 360° lentamente, mientras sentía que el gentío vitoreaba y sacaba los pañuelos pidiendo para  mi las orejas y el rabo también, cosa que me fue concedida.(Casi ningún empleado miraba, algunos pocos que si lo hicieron, sonrieron medio burlonamente). Así que tocando pelo estuve discutiendo brevemente con un portero que me indicaba una puerta lateral y yo que me empeñaba en salir por la puerta grande....
Una vez afuera casi grité ¡Olé! Y me tomé un taxi directamente al aeropuerto.
Había cuidado los detalles. Un avión que saldría en una hora me conduciría directamente a Barajas. Aproveché el tiempo para depositar en un cajero el dinero que me había prestado mi amigo y comprarme un pequeño maletín para meter la ropa indispensable (también comprada en el free shop del aeropuerto) que necesitaría en España, que no era mucha, dado que llegaría en pleno verano europeo. El viaje en avión casi no lo sentí porque agotado como estaba me la pasé la mayor parte del tiempo durmiendo.
Cuando llegué no sentí mayormente nada. Solo curiosidad. Pero al transportarme en otro taxi al hotel donde me alojaría las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. ¡Madrid!¡España!¡La tierra de mis ancentros! Es que tengo apellidos de todas las regiones de España. Vascos, Asturianos, Castellanos, Navarros, Gallegos, Andaluces. ¡Es que es como si yo fuera España en América! Y ahora estaba ahí. ¡Cómo no me van a gustar las corridas de toros! Al entrar en la habitación en donde me alojaría, no bien quedé solo, me incliné al suelo y besé el piso.
Recordé la cara del gerente del banco y me dio un ataque de risa incontenible. Pobre tipo, vive para la figuración. No se pierde un entierro importante. Nunca entenderé a esa gente. Se pierden nada menos que la vida misma.
Todo fue bastante rápido. A los dos días había una corrida en Madrid y uno de los matadores era nada menos que mi admirado El Juli. Aproveché al día siguiente para recorrer Madrid, comer tapas, cantimpalo, queso, aceite de oliva, y por supuesto, callos a la madrileña., todo regado con buen vino tinto español. Por supuesto, todo esto estaba prohibido por mi médico. Pero en ese lugar, estaba jugado a suerte y verdad, nada que hacerle. Esa noche dormí con una servicial señorita que me mostró la pasión con que ama una española aun cuando sea una profesional. O al menos eso fue lo que me pareció.



III


Y llegó el gran día. El día de mis sueños. Desde que me desperté conté el tiempo que me separaba de la fiesta brava. Me sentía espléndido pero muy ansioso. Finalmente cuando se hizo la hora tomé un taxi y le dije: A la plaza de Las Ventas. El chofer no era hablador de modo que me concentré en mirar la ciudad. Al llegar me mezclé con la gente que se acercaba a la monumental construcción , para mi una catedral, donde por fin vería en acción a la máxima expresión de noble virilidad que hay en este planeta tan envilecido. En la boletería pedí “tendido 5” que era el lugar de gradería que me había aconsejado Iván, un gran amigo, que me había precedido años atrás en esto y con quien coincidíamos en este fervor y también en otros. Este tendido 5 era el lugar donde iban los entendidos. Caminé  entre la muchedumbre por los pasillos interiores, subí escalones y finalmente llegué a la puerta que me correspondía. El corazón debo confesar, me latía con fuerza inusitada. Y cuando la traspuse, bueno, que quieren que les diga. Emoción inenarrable. Ahí justo bajo mis narices estaba el espléndido coliseo. Tal como lo había visto por tevé ¡pero en vivo! Los tercios marcados en la arena. El corral de madera con los burladeros. El palco del presidente, las damas con abanicos, los mantones desplegadas en los balcones. Y a mi alrededor ceñudos hombres que comían los bocadillos mas increíbles.
No tardó mucho en abrirse una puerta por la que entraba el desfile de toreros, banderilleros, los picadores con sus puyas, y la banda tocando detrás un pasodoble. No daba crédito a mis ojos.
Terminado todo esto del cortejo, se despejó la arena y salió el primer toro. Esa primera faena resultó buena para mi, que en realidad no era un entendido, pero los que estaban a mi lado lucían un tanto indiferentes, así que no debía haber sido muy satisfactoria. Pero yo estaba enloquecido de cualquier modo.
La segunda los entusiasmó un poco mas. Debo decir que a pesar de mi ignorancia, yo algo pescaba. Prudentemente no me manifestaba, pero me daba cuenta no de los detalles, pero si del arte.
Y finalmente llegó el Juli. Por favor, que maravilla, además el toro era excelente. Y claro, todos empezamos con los Oles, cada vez mas entusiastas. Los capotazos, verónicas, medias verónicas, de rodillas, etc. Después de los picadores llegó el tercio de las banderillas que ejecutó el mismo Juli con una gracia para la que no alcanzan los adjetivos calificativos. Y por último llegó el tercio de los pases con muleta. Faena tan clara como un mediodía de sol despejado. Ya los oles, los aplausos, eran de delirio. Yo gritaba como un poseído: Ole, ole, ole.!! Como si toda la vida hubiera concurrido a las tardes de toros. Mi felicidad era absoluta, total, ardiente. Una exhibición de coraje, de arte, de destreza inconcebibles. La fiesta brava estaba en su apogeo. Faltaba la espada. Que llegó como una saeta penetrando en el toro hasta los gavilanes. Un alarido ensordecedor estalló en las tribunas, coincidiendo exactamente con un fulminante dolor en el centro de mi pecho, que me hizo cerrar los ojos.
Entonces sucedió lo increíble, lo inaudito. Al abrir los ojos, yo, Francisco Carranza, si, yo, estaba en la arena y vestía el traje de luces mas exquisito que se haya visto en la historia torera. En mis manos empuñaba la espada sacada del toro que yacía muerto a mis pies, mientras la gente, delirante, agitaba sus pañuelos para que se me concediesen las orejas y el rabo también. Di la vuelta al ruedo y después me dirigí al centro para saludar, montera en mano, haciendo un giro completo, al público que no cesaba ahora de tirar las almohadillas de las plateas, sombreros y flores.
Finalmente me sacaron a babuchas, tocando pelo,  por la puerta grande, hacia la eternidad.





LOS OTROS (Ficción)


Me desperté sobresaltado. Las ocho de la mañana, pude ver en el despertador. Miré a mi lado, no escuchaba la respiración de mi mujer. En su lugar solo estaba la depresión del colchón. Esa debió haber sido la razón del sobresalto, habrá ido al baño, pensé. Pero después, espantado, caí en cuenta que me había despertado un silencio total. No venían ruidos de la calle, no se escuchaban cantar los pájaros en los árboles cercanos, los de la vereda,  como todas las mañanas. No estaba sordo, no. Escuchaba mis propios ruidos, las sábanas, el ventilador. Me levanté para buscarla. No estaba en el departamento y lo que era peor, mis hijos, mis pequeños hijos, tampoco. Me asomé al balcón para ver la calle y no había nadie. No circulaban autos, no pasaban colectivos. No pasaban chicos para la escuela del barrio. Corrí a la radio, la prendí y no había emisora que transmitiera algo. Encendí la TV y nada. Internet tampoco conectaba.
Me vestí  y tomé el ascensor para buscar el auto en la cochera. Me llamó la atención que estaban casi todos los autos de mis vecinos. Subí al mío y prendí inútilmente la radio. Seguía escuchándose el ruido, sin siquiera las descargas propias de la radio, cuando no hay transmisión. Salí del garaje y comencé a recorrer la ciudad. Me recibieron las calles silenciosas. Tomé por Corrientes, San Lorenzo, Laprida, Córdoba, el Monumento y nada.
Ya sé, estoy soñando, una pesadilla. Voy a despertarme. Nada. No me despierto. Comprobé, que era así. No había nadie. Me bajo del auto, empiezo a gritar y no obtengo ninguna respuesta. ¿Me habré vuelto loco? ¿La locura o al menos una de sus formas será así? Por alguna razón extraña, no me preocupaba tanto por el paradero de mi familia. Algún motivo tenía que haber.
Se me ocurren cosas estúpidas: Tengo todo a mi disposición: Puedo ir a una concesionaria y llevarme el mejor auto, dinero no hacía falta,  iré a Falabella y me llevaré la ropa que quiera. Combustible y supermercados me permitirán subsistir. Estas ocurrencias, pensé, son en el fondo atroces. Pienso: tanto que deseaba algunas cosas y ahora en realidad no me servirán para nada. ¿Estaré muerto?
Subo por el ascensor del Monumento a la Bandera con destino al mirador. Cuando llego
contemplo el horizonte y de paso reparo en las rejas que han colocado para evitar que la gente se suicide. No se de donde me sale un rapto de humor negro: “este es el lugar de los suicidios patrióticos”.
Lo debo haber pensado como un mecanismo de defensa porque estoy abrumado por la angustia…
Me derrumbo en el suelo mientras reflexiono: Caigo en cuenta de un modo terrible que sin otros no hay existencia. Hasta Robinson Crusoe necesitó de un Viernes... interrumpe mis cavilaciones una especie de suave siseo. Me levanto y vuelvo a asomarme por el mirador. Y veo que comienzan a elevarse unas burbujas enormes, como si fueran pompas de jabón, transparentes como ellas, con gente dentro de ellas, con animales, perros, vacas, por todas partes se elevan, miles de ellas, cada vez mas alto, hasta perderse en el cielo.
Como jabonosas Arcas de Noé sin mí.

Rosario, 16 de noviembre de 2006, al día siguiente del feroz granizo.



A LAS PIÑAS (Crónica)

¡Mirame!¡Mirame bien!¡Mirame bien a la cara! Así no te olvidás – le gritó y agregó – la próxima te mato.
El otro trató de mirarlo entre las rayas, en eso se habían convertido sus ojos, que se le cerraban cada vez más. Este tipo no jugaba, hablaba en serio. Por otra parte, le dolía todo el cuerpo. Sangraba por el pómulo y  la nariz.
- Era el último – pensó el que gritaba. De cualquier modo, decidió que era mejor terminar definitivamente el asunto. Ya se sentía mas tranquilo.
Cuando comenzaba a pegar piñas ya no paraba. En una época decidió hacerse cana, por consejo del cura de la parroquia. Duró poco. Se le fue la mano con un chorro y puso en  compromiso a un comisario por culpa de unos tipos de los Derechos Humanos; para colmo no se metía en los afanos, en los aprietes. El era derecho. Se dio cuenta que no servía para eso. Entonces consiguió un trabajo de colectivero. Le gustaba manejar y otro laburo no le cuadraba. Le gustaba el contacto con la gente. No hablaba pero escuchaba.
Esa noche fue intensa. Como veinte tipos se subieron al colectivo a la salida de la Fiesta de las Colectividades. Estaban sudados como caballos, y el olor a cerveza y vino barato podía voltear paredes. Hablaban y se reían a los gritos. Ninguno hizo siquiera un mínimo ademán de pagar el viaje. Uno de ellos encaró a la gente que estaba sentada en el final del colectivo y les ordenó con una cruel sonrisa en la boca:
- Fuera de nuestros asientos, mugrientos, no vaya a ser que nos sentemos encima de ustedes.
Pancho no dijo nada y arrancó el colectivo como si tal cosa. Los tipos estaban tan borrachos y tan entretenidos en molestar a los pasajeros que no se dieron cuenta que fueron derechos hasta la Jefatura de Policía. Cuando se espabilaron ya era tarde. Un montón de canas rodeaba el ómnibus y otros tantos hacían bajar a todos los pasajeros.
Los integrantes de la patota estaban atónitos. No podían creer lo que les había pasado.
Pancho decidió que ya era suficiente y después de firmar la declaración que le tomaron sacó el ómnibus de la jefatura y se fue a terminar el recorrido.
En esos dos meses Pancho no cambió su rutina. En la cabecera del recorrido ubicada en la periferia de la ciudad, al llegar la noche, había un carrito que expendía choripanes. El solía comer uno con un vaso de vino. Después fumaba y solía recordar sus tiempos de poli, cuando jóven y admiraba a los viejos que andaban en la pesada matando estudiantes. También sabía que torturaban y eso los hacía admirarlos mas, porque pensaba que para hacer eso había que ser muy duro. Esos zurditos de mierda se la merecían, nenes de papá que se hacían los machos. Si eran blanquitos del centro, eran. Es verdad que de vez en cuando caía algun laburante, a esos si les tenía un poco de lástima.
El que es un capo bárbaro, sin duda, es Fidel. ¡Que discurso se mandó aquí! Pensaba. En realidad no tenía la menor idea de que significaba la palabra zurdo. Sólo sabía que eran esos melenudos del centro que con seguridad se cogían las minitas de la facultad.
Cuando llegó esa noche a la cabecera con el colectivo ya vacío le pareció que algo raro pasaba: el carrito de los choripanes  estaba con las luces apagadas. Y el flaco, el cuidador de todos los coches de la línea tampoco estaba.
Estacionó el suyo en el lugar de siempre y bajó.
Ahí fue cuando aparecieron los borrachos de la fiesta de las colectividades. Eran exactamente dieciocho y lo estaban esperando.

II

- Está abriendo los ojos, está abriendo los ojos – gritó la enfermera.
El médico se le acercó y le dijo:
 -Hace tres días que lo pusieron a dormir. Principio de conmoción cerebral...
- No le escucho nada – dijo Pancho – hable mas fuerte.
- Que hace tres días lo pusieron a dormir y que tuvo conmoción cerebral – empezó casi gritando y continuó – tres costillas quebradas, el meñique de la mano izquierda también, casi pierde un ojo y por lo que veo también tiene el oído lesionado. Ya se lo vamos a revisar. Mejor no se mire al espejo por unos días. Se va a impresionar, tiene la cabeza y la cara hinchada por los golpes y está amoratada. Tuvo suerte de no perder algunos dientes.
Recordó entonces lo que le había pasado. 
Escupidas, patadas, trompadas, lo revolearon de los pelos. Eso fue después que él, al verlos, les dijera:
- Hola putitos, se la vienen a cobrar como maricas, un montón contra uno solo, cagones de mierda...
Y ya no pudo continuar.
Tres meses estuvo enyesado y otros tantos de rehabilitación. Anduvo un tiempo más ayudándose con un bastón.
Por fin llegó el día en que pudo ir a reincorporarse al trabajo.
Pero aún lo esperaba una desagradable sorpresa: el capataz le dijo que había quedado cesante.
Intentó que le dieran una explicación pero fue en vano. Le dijeron vagamente que el era un tipo conflictivo.
Fue al sindicato donde lo atendió un tipo con cara de lagarto.
Que le dijo que lo lamentaba pero que no se podía hacer nada. El por un instante, le pareció que todo se ponía rojo. Pero se dio cuenta que le habían mandado un perejil y que no tenía ningún sentido agarrárselas con él.
Sin embargo de algún lado le salió:
- Escuchame boludo, me podés decir para que garpo la cuota del sindicato? Escuchame, decime, porque si no me vengo loco, quien es el hijo de puta que manda aquí. Decime el nombre y el apellido, donde vive. ¿Tiene auto? ¿Dónde se fue de vacaciones? – y continuó – no me vengas con que no sabés, alcahuete de mierda. Vos sos un idiota que por unas chirolas, sacas la cara por esos guachos.
El iguana se puso pálido pero resistió.
- No tiene porque insultarme – titubeó un poco y agregó – en todo caso haga una nota...
- Si, seguro, voy al baño y encuentro allí las notas de todos los giles como yo – se dio vuelta para irse. Cuando llegaba a la puerta volteó la cabeza y dijo – Alguna vez tendrán que pagar todas las perradas que nos hacen, tendrán – Y pegó un portazo que sonó como un tiro.
Decidió que la culpa la tenían esos zainos que lo habían fajado. Por culpa de ellos lo habían hechado. Porque tuvo que faltar como seis meses, tuvo.

III

No le resultó difícil, habiendo sido policía, averiguar los domicilios de los patoteros. Por suerte estaban bastante dispersos. Eran integrantes de una barra brava. Con gran paciencia estudio sus movimientos y cuando lo creyó conveniente los fue cagando a palos  uno por uno.
Por cierto que se las cobró. No les tuvo piedad. Lo hizo con celeridad, en menos de una semana, para que no tuvieran tiempo de ponerse en sobreaviso.
Todo me lo contó en el hospital psiquiátrico donde lo había mandado un juez por propinarle una paliza a su concubina (él alegó que ella lo engañaba).
Le pregunté porqué se había tomado tantas molestias para vengarse. El sin inmutarse me dijo, en ese estilo cansino y tranquilo que tenía: – Sabe, la bronca no me dejaba dormir.
























TOMATES Y HONGOS (Cuento)

Comenzaba a rehogar una cebolla, por supuesto en aceite de oliva, un poco nomás, cuando en ese preciso momento sonó el teléfono. Como estaba solo en casa, no tuve  más remedio que atender.
-          Hola ¿usted es Pancho Carranza? – dijo una voz rara.
-          Si, ¿quién habla?
-          Eso no importa, lo que importa es que si querés ver a tu hijo con vida sigás atenti  las indicaciones que te voy a dar.
Puta, se me va a quemar el aceite pensé.
-          ¿No podría llamar en un ratito, por favor?
-          ¿Me estás jodiendo? Te lo mato al pibe, no te hagas el boludo.
-          Es que en este preciso momento no lo puedo atender.
Corté el teléfono, estos tipos suelen ponerse pesados y descolgué para no ser molestado y corrí a la cocina. Por suerte no se había quemado nada. Agregué una hoja de laurel, un poco de pimentón dulce y una pizca de ají molido. Luego agregué dos latas de tomate cubeteado y recordé que había quedado en llamar por teléfono a mi amigo Charlie, invitado al almuerzo que estaba preparando, para confirmar la hora del encuentro.
-          ¿Venís?- le dije cuando atendió.
-          Menos mal que me hablaste, la verdad es que me había olvidado. En un rato estoy en tu casa – y preguntó - ¿Qué vas a cocinar?
-          Tallarines con una salsa de tomates y hongos.
-          Llevo un vinito Malbec y helado de menta – concluyó.
Colgué olvidándome del molesto secuestrador. De inmediato sonó el teléfono.
-          ¿Te volviste loco? Tengo tu hijo, escuchalo así ves que no es verso – gritó no bien atendí.
-          Bueno, dale, pero rápido – contesté impaciente temiendo que los tomates se secaran.
-          ¡Papá, me tienen estos tipos, hacé algo, por favor! – dijo la voz inconfundible de Nicolás
-          Mi querido, lo que pasa es que estoy cocinando y viene Charlie a almorzar – expliqué.
-          Pero viejo, estos están reembroncados, dicen que vos los estás jodiendo y que me van a cortar un dedo por cada hora que pase – dijo casi llorando.
-          Ponémelos al teléfono – dije imperiosamente.
-          Hola tarado, escuchá queremos ciento cincuenta mil pesos. Juntalos y te llamamos en un rato para darte más instrucciones – y el delincuente cortó.
Volví a la olla, los tomates estaban bien. Les eché sal y pimienta. También azúcar y un caldito  de gallina. Días atrás pensaba  sobre las cantidades en las especias, sal y azúcar y cualquier otro agregado. Había llegado a la conclusión de que nunca usaba medidas. Sin embargo, las comidas preparadas por mí salían muy ricas. No era sólo mi opinión, todos mis amigos y parientes alababan lo sabrosos y exquisitos que eran mis platos. Nunca había reflexionado sobre cuál era el método usado. Razonablemente pensé que algún sistema utilizaba. Concluí que en efecto ponía en práctica uno: podía casi percibir con la imaginación, con mucha precisión, como iba cambiando el gusto del preparado en curso a medida que le echaba los diversos ingredientes, calculando la cantidad de porciones y multiplicando por ellas como si fuera una porción individual en esa degustación en la fantasía. Si cocino para seis, le pongo la sal que me gustaría para mí parte y la multiplico por seis. Esto lo hago casi sin pensar. Que  sepa nunca o muy rara vez me he equivocado.
En esas cavilaciones estaba cuando sonó otra vez el teléfono.
-          En una hora poné en el container que está en Pellegrini y 1° de Mayo la guita en una bolsa de supermercado en la que tenés que dibujar una cruz con un marcador negro en los dos lados de la bolsa. Ni se te ocurra avisar a la policía – y agregó riéndose – uno de los canas nos pasa el aviso que avisaste. Si no está la mosca te mandamos un dedo de tu hijito.
-          Imposible, mandame el dedo nomás. Hoy es domingo y los bancos están cerrados. En el cajero no tengo disponible semejante cantidad. Además, ya te dije, estoy cocinando y no me puedo ocupar porque se me quema la comida – y corté.
La salsa ya estaba en ebullición de modo que le bajé el fuego. Previsor, como debe ser todo aquel que aspire a cocinar bien, tenía desde hace no menos de dos horas una buena cantidad de hongos secos remojados en vino tinto.
Alrededor de esto hay discusiones: Están quienes aseguran que a  los hongos secos (en general son de pino y también los hay de cocos) hay que ponerlos en agua tibia y no en vino, porque éste les altera el gusto. También están los que se deciden por el vino blanco. Yo siempre preferí el tinto en las salsas rojas como lo hacía mi padre y el blanco si voy a hacer una salsa con crema de leche.  Siempre me dio buen resultado. Por otra parte, no se cual sería la diferencia si en el caso de remojarlos con agua de todos modos le agregaría tinto a una salsa de tomates como era la que cocinaba.
En una olla grande ya había roto el hervor el agua con sal entrefina, de modo que metí los tallarines en ella.
Llamaron desde la puerta de calle y entraron mi mujer y Charlie. Mi mujer traía pan fresco.
Agregué un poco, tan solo un poco de orégano en la salsa. Y ordené:
-          Pongan la mesa nomás, pero no pongan plato para Nico porque no va a venir a almorzar.

CORDON BLEU (Cuento)


        “Cuando niño, en las raras ocasiones en que mi madre -extraordinaria chef, verdadera artista, graduada de “cordon blue” en la Academia Escofier de París- cocinaba personalmente, yo la contemplaba fascinado. Dirigía  habitualmente, como una directora de orquesta, al personal doméstico de la casa y así formó  a admirables cocineras. De aquella lejana época, data mi afición culinaria, que se afirmó y desarrolló con los años...”   Así comenzaba el prólogo del libro de cocina escrito por mi padre, uno de los compendios más exquisitos que he leído sobre el tema. Podría  ser comparado con un Aleph gastronómico por la totalidad que abarca. También con el Libro de Arena, puesto que parece reescribirse de modo permanente y  su lectura puede ser iniciada en cualquier página.  Permite ser releído tantas veces como se desee, ya que siempre terminaremos por pensar  que es la primera vez que lo hemos abierto.
         Mi abuela pertenecía a la clase social que le permitió estudiar cocina en Francia, a comienzos del siglo XX  y  tener suficientes empleados domésticos como para conformar una pequeña orquesta. Con estos antecedentes, no es de extrañar que, no sólo mi padre sino también mis tíos, hermanos, y primos, se convirtieran casi religiosamente al culto de la cocina. Culto que tiene, como cualquier otro, ritos, leyes severas, cielos e infiernos.
          Mi hermano mayor, Ricardo, fue víctima privilegiada de esta verdadera pasión que, en definitiva, consumió a toda la familia. No sé cuándo comenzó, pero si prestamos atención al prólogo de mi padre cuando dice: “La cocina es un verdadero arte, pleno de exquisiteces y delicados sabores, y puede llegar a cumbres excelsas…” podríamos pesquisar, si bien no el comienzo, algo de la causa.
       ¡Cumbres excelsas! Cómo iba a imaginar mi padre al escribirlo que todos nosotros trataríamos de alcanzarlas como desenfrenados. Y que esto le costaría la vida a Ricardo. Lo cierto es que de modo solapado, en cada miembro de la familia se fue infiltrando la idea de ser capaz  de preparar un plato que mereciera el calificativo de obra de arte. Por supuesto, en desmedro de los otros. Estos, los otros, sin duda serían capaces de preparar magníficos manjares,  pero obras de arte…
      En cada fiesta familiar, cumpleaños, Navidad o Año Nuevo, o simple reunión, el anfitrión desplegaba sus mejores esfuerzos para deleitar  e impresionar a sus comensales. Lo de Ricardo merece un párrafo aparte, porque sin duda era el más obsesionado. Un día  descubrí entre sus papeles un relato que recomiendo ver en este blog y se titula “Tomates y Hongos”. Al pie de este cuento, con la indudable letra de Ricardo, se leía: “Esto no tiene por qué ser una fantasía. Podría haberme sucedido a mí, de ser el cocinero”.
       Pero volviendo a la historia de mi familia, no podría precisar en qué momento entramos en esa loca espiral. Ya no nos invitábamos  por el gusto de estar en familia, sino por el placer inconfeso de humillar a los demás con delicias que, por otra parte,  implicaban gastos que resultaban cada vez más onerosos.
Si habíamos comenzado con langostinos, seguíamos con langosta chilena y terminábamos con langosta fresca (todavía viva) traída de Alaska. Y así pasaba con la centolla, las ostras, y el caviar que debía ser, sin duda, ruso o iraní. Se llegó a contratar a los mejores escultores para que tallaran en el hielo los huecos especiales para colocar  las huevas que se  sacarían, naturalmente, con cucharas de plata. La vajilla merece un párrafo aparte, pues si bien todos teníamos cristalería, porcelanas, buenos juegos de cubiertos y bandejas de plata, llegado el caso, no reparábamos en gastos a la hora de comprar nuevos accesorios. Así viajábamos a los remates de Christie’s y Sotheby’s. De modo que la platería inglesa, las porcelanas de Limoges y la cristalería de Baccarat estaban a la orden del día. También  probábamos constantemente nuestros conocimientos. Por ejemplo, si alguien haciéndose el distraído,  preguntaba al sentarse a la mesa:
-          ¿Tenemos hoy hors d’oevre?  Guay de que alguno no supiera de qué se trataba.
     Porque si se notaba ignorancia, la respuesta era más o menos ésta:
-          No puedo creer que no sepas de qué se trata. ¿No serás hijo natural?
     Habíamos heredado de nuestro abuelo,  importantes propiedades, pero las fuimos vendiendo tratando de demostrarnos mutuamente que éramos capaces de llegar a las “cumbres excelsas”.
Además, poco a poco, habíamos ido tejiendo alianzas entre los distintos miembros de la familia a tal punto que, al final, todos estábamos de un mismo lado…menos Ricardo. Los demás habíamos ido cediendo en nuestro impulso competitivo, reemplazándolo por el buen humor, que de paso sea dicho, es uno de los condimentos fundamentales de la buena mesa. Pero Ricardo no. El quería ser  rey absoluto, un Càrame contemporáneo.
     La fiesta de Navidad del año pasado fue la ocasión para que la familia preparara el banquete definitivo que resultó ser el último. Todos colaboramos y cocinamos menos mi hermano,  porque, entre otras cosas, hacía tres meses que  habíamos perdido totalmente su rastro. Él sabía, creo yo, que pondríamos “toda la carne en el asador” y en el fondo pensábamos que trataría de sorprendernos, apareciendo a último momento con alguna exquisitez que nos pusiera a todos fuera de carrera, para siempre. Pero como estábamos empecinados en que no lograra su propósito, preparamos entre todos lo que papá en su libro llamó la Gran Recepción y que vale la pena transcribir:
                                           “GRAN RECEPCIÓN – SU ORGANIZACIÓN.
     Un grato y especial  motivo, puede determinar la  organización de  una gran recepción, con un número de invitados, que excede lo normal. Me permito sugerir, para la ocasión  un Grand Diner Froid (Cena fría), con la que se reduce el número excesivo de servidores, ya que bastará  con disponer  de una mesa cubierta con mantel, y en ella, apilados, los platos  necesarios, copas, cubiertos, servilletas, cucharas, cuchillos y tenedores; y los grisines, y el pan en canastillos. Cada comensal se servirá por sí mismo, poniéndose la bebida en mesa aparte”.
     Esto lo escribe mi padre a modo de introducción, y continúa:
                                                              GRAND DINER FROID
     “Haga preparar un pavo o pavita al horno y sírvalo trinchado, cortada la pechuga en lonchas y armado nuevamente, lo que se colocará, si es posible, en el trinchante.
     Un jamón glacé entero, adornado con cabello de ángel y cortado en tajadas más bien gruesas. Para hacerlo glacé se espolvorean las tajadas, de un solo lado, con bastante azúcar en polvo, que se quemará con un fierro al rojo blanco, o bien pasando una plancha muy caliente. Antes de espolvorearse con el azúcar, el jamón debe salpicarse con abundante  jerez español.
     Un pejerrey Gran Paraná  relleno  y  frío. En defecto del Gran Paraná, puede  un bacalao fresco de Mar del Plata (también llamado Abadejo), sin espinas. Los ingredientes del relleno son los siguientes: la miga de un pan remojado en leche, exprimida y desecha; 150 grs. de manteca ablandada, 2 yemas y langostinos limpios sin cabeza y divididos en dos; sal y pimienta. Mezclar todo, rellenar y coser con piolín. Pasar a placa de horno enmantecada, en cuyo fondo se ha colocado una capa de cebolla picada salteada en manteca,  sin dorar. Mojar todo con una copa de vino blanco seco. Cocinar en horno caliente durante 25 minutos bañando de cuando en cuando con la salsa.”
     Espero me disculpen, pero si pueden imaginar estos preparados a medida que los leen, creo que no se les hará tediosa la enumeración. Sigamos:
     “Un queso cheddar entero, bien maduro (si el queso es fresco no sirve) rodeado de una servilleta, curado, con varios días de antelación, en la siguiente forma: Se extrae de la parte superior un disco más bien grande, de unos ocho centímetros de profundidad, en forma de cono invertido y se retira definitivamente. En la cavidad resultante se vierte una copa de jerez bueno y se deja reposar, fuera de la heladera, en lugar a temperatura ambiente. Cuando el jerez quede absorbido repita la operación durante cinco o seis días seguido, con lo cual quedará preparado. En el momento de servir, vierta nuevamente jerez y con cuchara de sopa ahonde alrededor del círculo, sirviendo. Si el queso no está maduro no absorberá el jerez. Tiene magnífica presentación y es delicioso.
     Una galantina de gallina  con gelatina picada…..” Y seguía con langostinos, centolla (con gajos de limón), salsas frías, ensaladas donde combinaba lechuga con dados de manzana, tomates, petit pois,  y terminaba:
“ Como bebidas Bolen o clericó (el bolen es como un clericó pero hecho con vino blanco y sidra). Previo al dinner, ofrecer media cañita y como bebidas posteriores champagne y whisky.
     Al término del dinner ofrecer como bajativo consomé en tasse (caldo en taza) y luego los postres que serán Macedonia de frutas, Frutillas flambées y Marquise champignoise. Finalmente el café, acompañado de cognac francés o español”.
     Y aún agregaba como colofón:
     “Lo precedentemente escrito no es un sueño oriental. Personalmente lo he degustado en varias oportunidades…hace años. Basta tener la decisión y los medios adecuados”
     Fue, me parece, un homenaje a papá. Ahí estaba la mesa con el mantel, los platos y todo lo indicado por él. Y ahí nos encontrábamos todos en una especie de éxtasis, olvidados por completo  que habíamos terminado con nuestros recursos y en consecuencia nos esperaba un futuro por demás incierto. No nos importaba o por lo menos eso era lo que pretendíamos. En el fondo se trataba de una cuestión  de elegancia o de buen gusto.
     Con la cena fría presentada como un cuadro de Gauguin, esperamos un buen rato a Ricardo. Pero no apareció. De modo que disfrutamos a pleno de esa comida y paladeamos cada bocado como si fuera una hostia consagrada. Al final, brindamos por la dicha de haber podido tocar el cielo con las manos.
     Pasaron los días y seguíamos sin tener noticias de Ricardo. Entonces decidimos hacer la denuncia policial.  El informe de la investigación nos llegó  varios meses después. Se nos informaba  que “…comprobándose que el mencionado sujeto  había partido rumbo al Amazonas con el propósito de cazar unas gallináceas que sólo se hallan en  medio de la selva, aduciendo que el lomo de la misma era de tal exquisitez que los mismos dioses envidiaban a los humanos” y que “… La pista la aportaron los lugareños  al informar acerca de un rumor que corría por la zona. Decía  que habiendo sido capturado por una tribu de antropófagos un argentino había sido muerto y devorado y que los comensales de la tribu consideraron que el gusto de la carne del occiso era de tal sabor que pensaron que habían comido  a un dios”.
     A nosotros, cocineros experimentados, no nos extrañó en absoluto: del mismo modo que se le da cognac y nueces a los gansos o  comidas especiales a otros animales, con el propósito de mejorar su sabor, Ricardo, que se había pasado la vida comiendo exquisiteces, se había convertido, al menos para los caníbales, en un verdadero manjar.



LA TERRAZA (Recuerdo infantil)

No recuerdo cual cumpleaños era. Tal vez el de los nueve o el de los diez años. Hacía mucho tiempo que ansiaba una pelota de fútbol número cinco. La que usaban los grandes, los jugadores de fútbol de verdad, esos que salían en las figuritas. De cuero, sin tientos.
Le pedí a mi papá, sin mucha esperanza,  que me comprara una para ese cumpleaños.
Para mi asombro e infinita alegría accedió y  me dio el dinero necesario. Creo que me salieron alas rumbo a la casa de deportes que las vendía y volví a toda velocidad a mi departamento del tercer piso abrazando a esa cosa redonda y olorosa. Como ya lo había aprendido cien veces en discusiones sobre que era lo mejor,  si ponerle grasa o pomada y pasarle el cepillo, hice lo que parecía superlativo: primero le pasé grasa que saqué de unas costeletas,  luego la unté con pomada,  la cepillé y le dí  y le dí con la franela hasta que estuvo reluciente.
Ahí estaba. Que me la compararan con el santo grial si querían. Era el resumen absoluto de lo deseado. Años después al leer el Alhep de Borges, cuando describe esa circunferencia en la que estaba el alfa y el omega de todo, de todo, todo, se me ocurrió que yo lo había tenido en forma de pelota de fútbol.
Fui a buscar a Aldo, mi compañero de juegos, que vivía en el mismo piso que yo. Como quién exhibe una joya le mostré mi tesoro. Y por supuesto lo invité a jugar con ella en la terraza. Terraza que era el remate de los cinco pisos de departamentos y el centro de reunión de los chicos de ese edificio. Que mágicamente mutaba de cancha de fútbol con pelota de trapo a cancha de rayuela o a pista de carreras de autitos rellenos con masilla.  Subimos en el ascensor con la unción de quiénes van a tomar la primera comunión mientras  mi amigo apoyaba su mano en la pelota que sostenía yo con todas mi fuerzas.
Pasamos la puerta de entrada a la terraza. Era una mañana fresca y soleada. El sol brillaba intensamente.
Vos atajás – le ordené y continué – te voy a tirar un penal. Él,  sumiso, se puso en el improvisado arco constituido por una pared y un pulóver marcando el otro poste virtual. Conté doce pasos y apoyé temblorosamente la pelota en el suelo. Tomé carrera y con la zurda patié por única vez al maravilloso regalo de mi padre. Por única vez porque la pelota se elevó por encima de la mansarda que daba a la calles Entre Ríos y Urquiza,  por un instante reflejó el sol recortada en el azul del cielo,  y luego desapareció tragada por la ciudad.
Bajamos a toda velocidad y perdí la noción del tiempo que utilicé para encontrarla. Tampoco podría recordar a cuantas personas que me miraban atónitas les pregunté si no habían visto una pelota que bajó del cielo.
Volví a casa desconsolado. Una sola vez la había pateado. Una sola. No se lo mencioné a mi padre. Sé que había sido un esfuerzo para él.
Muchas veces me pregunté quién se la habría encontrado. ¿Un chico?¿Un grande que sorprendió a su hijo, pensando que los milagros existen?
O quién sabe, capaz que un ángel se la llevó y desde entonces juegan al fútbol esperando que vaya y me pregunten ¿querés entrar?


CARTA DESDE UN SUEÑO (Crónica ficcionada)

          Había soñado que un ladrón sorprendido por él en la casa, sin mediar palabra, le había disparado cinco tiros matándolo. Mientras caía el ladrón le dijo - ahora andá a los saltos -. Y no se enteró que poco tiempo después un misterioso mensajero le dejó una carta al ladrón de sus sueños y mucho menos se enteró de que la carta estaba firmada por él. La carta decía.
          Sr. Ladrón y asesino:
          Disculpe que no lo llame por su nombre. Es que no tuve tiempo de preguntárselo y todo sucedió muy rápidamente, como Ud. sabe. No se alarme por recibir estas líneas. Me mató y el estar muerto es una situación peculiar. En esta región sin destino no existe el rencor y por lo tanto no me anima ningún sentimiento de venganza. En cambio subsiste en mí la curiosidad.
         Que Ud. haya entrado a mi casa a robar es de fácil respuesta ya que solo hay unas pocas razones: necesidad de plata, ejercicio profesional, desagrado al trabajo. Sin embargo, me extraña que no se haya llevado nada, salvo mi vida, claro.
        Pero meterme cinco balazos en el cuerpo, alcanzando a percibir que no había alguna particular animosidad de parte suya, no teniendo enemigos (al menos no como para mandarme a matar), en definitiva sin ningún motivo serio como para temer por mi vida, es algo que me intriga sobremanera. Ni que decir de la frase que me dice sin el menor atisbo de odio cuando caía irremediablemente: - ahora andá a los saltos -.
        En el lugar en el que me hallo no hay absolutamente nada que hacer. De modo que mitad por entretenerme, y mitad por curiosidad, como le di a entender líneas arriba, tejo incansables conjeturas acerca de los motivos que lo llevaron a asesinarme.
        La primera y mas obvia es que lo hizo para que yo no lo reconociera. Tal cosa es imposible. No se le pudo escapar que yo le temo a la policía desde la época de la dictadura. Se podrá alegar que usted ignoraba mi situación. Pero el conocimiento puesto en práctica en relación a la ubicación de los cuartos hablan a las claras de que es un muy buen profesional: quiero decir que me habrá estudiado en su momento.
       La segunda razón es  que Ud. Podría ser esa clase de perversos que gozan matando. Debemos descartar esa hipótesis ya que lo vengo observando desde que me mató y nada indica que sea de ese tipo de individuos
      Pareciera, pues, que es un asesinato inmotivado. Absurdo. Sin embargo me deja perplejo haber notado la determinación que reflejaba su rostro. Quiero decir que parecía cumplir con un deber ineludible.
     Disculpe que esta carta continúe con cierta inconexión. Sucede que tuve que hacer un paréntesis en la confección y ahora retorno a la misma. Y en este paréntesis por fin recordé quién es. Es lógico que lo haya olvidado: lo vi una sola vez y hace treinta años.
     En esa oportunidad se me acercó y con voz neutra me desafió a pelear. Yo no le lleve el apunte porque haber aceptado hubiera sido dar un espectáculo bochornoso, patético. Máxime que en ese momento estaba en una situación incómoda, violenta, casi diría penosa. Pero estas cosas las pensé después: solo me sentí mortificado y atiné a negarme. También pensé, siempre después, que Ud. era una persona muy primitiva. Porque como si fuera un personaje de Borges, me desafiaba a un duelo, solo que en este caso a piñas, por el amor de una mujer. Me desafió como si fuéramos animales, machos en celo, por una hembra. Eso si, recuerdo que no había emoción alguna en su rostro.
    Pero sucede que yo no estaba en celo. Y no soy un animal. El amor que nos había unido, como suele suceder, terminó en una triste decepción. Ella rehuyó a una peligrosa libertad, prefiriendo las seguridades que Ud. le brindaba 
   Sin embargo, ella me había amado intensamente en su momento. Y para colmo no habíamos tenido relaciones. La época, nuestra educación, nuestra situación social y la religión no lo permitían. Ud. lo sabe muy bien porque fue el primero y el único hombre que ella tuvo. Pero también sabe, seguramente, que precisamente por eso, por el deseo insatisfecho, en algún lugar de ella el amor por mi subsiste. La conozco y se que su pudor y su religiosidad no le deben permitir percatarse de ello. Pero seguramente habito en el lugar en el que no se puede tener control, es decir en sus sueños. Y eso es insoportable para Ud., sobre todo cuando en el silencio de la  noche, de tanto en tanto, de la boca de ella se escapa mi nombre. Y ahí es donde debo rendir homenaje a su inteligencia: no se de que modo Ud. logro colarse en un sueño mío y bajo estado de necesidad, es decir sin odio, me mató creyendo que así lograría sacarme de los sueños de ella.

                                                                                                        atte.