Me desperté sobresaltado. Las ocho de la mañana, pude ver en el despertador. Miré a mi lado, no escuchaba la respiración de mi mujer. En su lugar solo estaba la depresión del colchón. Esa debió haber sido la razón del sobresalto, habrá ido al baño, pensé. Pero después, espantado, caí en cuenta que me había despertado un silencio total. No venían ruidos de la calle, no se escuchaban cantar los pájaros en los árboles cercanos, los de la vereda, como todas las mañanas. No estaba sordo, no. Escuchaba mis propios ruidos, las sábanas, el ventilador. Me levanté para buscarla. No estaba en el departamento y lo que era peor, mis hijos, mis pequeños hijos, tampoco. Me asomé al balcón para ver la calle y no había nadie. No circulaban autos, no pasaban colectivos. No pasaban chicos para la escuela del barrio. Corrí a la radio, la prendí y no había emisora que transmitiera algo. Encendí la TV y nada. Internet tampoco conectaba.
Me vestí y tomé el ascensor para buscar el auto en la cochera. Me llamó la atención que estaban casi todos los autos de mis vecinos. Subí al mío y prendí inútilmente la radio. Seguía escuchándose el ruido, sin siquiera las descargas propias de la radio, cuando no hay transmisión. Salí del garaje y comencé a recorrer la ciudad. Me recibieron las calles silenciosas. Tomé por Corrientes, San Lorenzo, Laprida, Córdoba, el Monumento y nada.
Ya sé, estoy soñando, una pesadilla. Voy a despertarme. Nada. No me despierto. Comprobé, que era así. No había nadie. Me bajo del auto, empiezo a gritar y no obtengo ninguna respuesta. ¿Me habré vuelto loco? ¿La locura o al menos una de sus formas será así? Por alguna razón extraña, no me preocupaba tanto por el paradero de mi familia. Algún motivo tenía que haber.
Se me ocurren cosas estúpidas: Tengo todo a mi disposición: Puedo ir a una concesionaria y llevarme el mejor auto, dinero no hacía falta, iré a Falabella y me llevaré la ropa que quiera. Combustible y supermercados me permitirán subsistir. Estas ocurrencias, pensé, son en el fondo atroces. Pienso: tanto que deseaba algunas cosas y ahora en realidad no me servirán para nada. ¿Estaré muerto?
Subo por el ascensor del Monumento a la Bandera con destino al mirador. Cuando llego
contemplo el horizonte y de paso reparo en las rejas que han colocado para evitar que la gente se suicide. No se de donde me sale un rapto de humor negro: “este es el lugar de los suicidios patrióticos”.
Lo debo haber pensado como un mecanismo de defensa porque estoy abrumado por la angustia…
Me derrumbo en el suelo mientras reflexiono: Caigo en cuenta de un modo terrible que sin otros no hay existencia. Hasta Robinson Crusoe necesitó de un Viernes... interrumpe mis cavilaciones una especie de suave siseo. Me levanto y vuelvo a asomarme por el mirador. Y veo que comienzan a elevarse unas burbujas enormes, como si fueran pompas de jabón, transparentes como ellas, con gente dentro de ellas, con animales, perros, vacas, por todas partes se elevan, miles de ellas, cada vez mas alto, hasta perderse en el cielo.
Como jabonosas Arcas de Noé sin mí.
Rosario, 16 de noviembre de 2006, al día siguiente del feroz granizo.
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