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Hace 20 años que escribo y tengo publicada una novela corta

TAL VEZ CONVENDRÍA...

...aclarar cual es el propósito de este blog. Hace mucho tiempo que vengo con la idea de publicar,vaya a saber porque, un montón de cuentos, relatos, casi crónicas (algunas de ellas).Si desmenuzamos el "vaya a saber porqué", o al menos lo intento, tropezaré con algunas ideas vagas, como narcisismo, exhibicionismo, que se yo, dejarles a mis hijos algunos divagues...
Entonces mi cuñado me mostró el blog de un amigo y me dije: Bárbaro, con esto me alcanza y de paso por ahí gente que quiero y otras que no conozco lean algunas cosas de estas y al menos les resulte entretenido. Ojalá.

Sentate y ponete a leer

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miércoles

LA CARTA DE RICARDO (Crónica)

Mi hermano Ricardo, siete años mayor que yo, era un genio. Tenía un coeficiente intelectual muy superior al del común de los mortales, un conocimiento enciclopédico, una memoria prodigiosa. Fue medalla de oro de su promoción en la Universidad Nacional de Córdoba, en donde se recibió de abogado. En mi casa solía recitar de memoria, a los gritos, las poesías de Lorca y de Guillén.
Si escribo a veces algunas ocurrencias en forma de cuentos, de novelas, se deber casi, a la tristeza y diría cierta impotencia que siento por el hecho de que semejante talento no haya dejado otra cosa que recuerdos entre los que tuvimos la suerte de conocerlo. Recuerdos que al no haberse plasmado en escritos se disolverán con el tiempo. Los escritos tienen casi siempre idéntico destino, pero, si fueron realizados con habilidad, con gracia (y estoy seguro que los que podría haber realizado Ricardo estarían hechos de esa manera), pueden llegar a ser disfrutados al menos por dos o tres generaciones. Dejó solo una poesía que publicó el diario “La Capital” de la ciudad de Rosario en el año 1965 (ciudad en la que nació y vivió la mayor parte de su vida), y que transcribo:

MONTE

El monte que me acecha,
erizado de espinas y de penas.

El monte, duro y áspero
como la gente de mi pueblo preso.

Rencor vencido, mata y espinillo,
duro solar de raza castigada,
poncho de tela brava, amargo ceño
de esta tierra, por criolla desdeñada.

Monte mío, jinete de la sierra
chaparro guardián de la montaña;
cuando vengan las rojas alboradas,
bajarás a los pueblos y a los valles
hecho machete, antorcha, cruz, tacuara.

Sabrás de hundidos rostros rescatados,
de lomos que han vuelto a ser espaldas,
del pan que ya no falta;
que niños tristes de mirada anciana,
serán ancianos de mirada niña...

Monte mestizo de pelambre recia,
Arpón de las estrellas, ¡monte macho!

También dejó una carta que nunca pude leer. Pero la peculiaridad que la rodea que tal vez supera su texto, merece su evocación.
Ricardo era un ser hecho para el amor. Vivía enamorándose. Y sufría porque solía no ser correspondido. Las mujeres con las que se topaba, por cierto muy bellas, solían preferir a los muchachos deportistas y con gran confianza en si mismos. Él en cambio, era un soñador tímido, bajo y enjuto. No era precisamente un Clarck Gable, era más bien un Woody Allen con la diferencia de que no era famoso, ni rico ni un exitoso director y comediante.
Ocurrió un día que volvió a enamorarse. Pero esta vez de una chica que no era para nada hueca. Muy por el contrario, la Negra era y sigue siendo, un ser sensible e inteligente que con el tiempo llegó a ser una muy buena escultora. Vivía en Córdoba y se habían conocido en una reunión social. Bastó esa noche para que el corazón de él, una vez más, se incendiara. Sin embargo, ella partió hacia su ciudad al día siguiente.
Consternado por la partida anduvo varios días por nuestra casa como un fantasma. Terminó contándome que estuvieron toda la noche hablando, pero que ella no había definido nada. Así que decidió escribirle una carta conminándole una respuesta. Quedé yo apesadumbrado. Conociendo sus sucesivos fracasos, debo confesar que fui pesimista y me daba suma pena pensar la consecuencia que la respuesta, si es que la había, haría en el estragado corazón de mi hermano.
Pasaron unos días y una luminosa mañana de septiembre, Ricardo gritaba de alegría mientras agitaba en su mano un papel escrito que adiviné era la ansiada respuesta que esperaba.
-    Me voy a Córdoba – decía – me voy ya para Córdoba.
Y se fue, nomás...para volver a los dos días pálido, desencajado y arrastrando los pies.
Se encerró en su cuarto y cuando al cabo de unas horas pudo salir me miró y me dijo:
-    Ella no escribió ninguna carta, no tiene idea de quién pudo haber sido.
-    Pero la tuya ella la recibió ¿O no? – le retruqué.
-    Sí, la leyó, pero después le desapareció. La buscó y la buscó pero no la pudo encontrar.
Con el tiempo se recobró. Su sino era vivir en Córdoba. Se fue a vivir a las sierras primero y luego a la ciudad. Tuvo un primer matrimonio desastroso (no por culpa de ella, fue un error desde el principio) y luego se casó con una petisa fantástica, que lo hizo muy feliz hasta que en los terribles setenta murió por las heridas en su alma recibidas primero con el Navarrazo donde estuvo preso por unas horas y luego por la muerte de Allende que provocó que se encerrara a llorar por tres días. A pesar de que esa mañana se había despertado eufórico y pegaba saltos en su cama, horas después un aneurisma cerebral hizo de causa biológica para producirle la muerte.
Muchos años después la Negra me revelaría el misterio de la carta. Su madre, licenciada en letras, escritora y mujer también de exquisita sensibilidad, se la había sustraído.
Fue ella la que contestó la misiva, también le dijo que la carta de Ricardo estaba siempre acompañándola en su cartera.
La Negra le recriminó que hubiera hecho ilusionar a mi hermano. Su madre le contestó:
-    Una carta tan bien escrita, tan apasionada, no podía quedar sin respuesta. Y no cabía otra respuesta que no fuera del mismo tono. Además yo también me enamoré, no de él, sino de su carta. Si no la contestaba quedaba incompleta – y después de una pausa agregó con la voz quebrada – si él no era correspondido, al menos su carta sí. Además y en definitiva, un hecho corriente de la vida como es enamorarse, es menor que la construcción de un hecho literario que tiene, aunque sea ilusorio, pretensión de eternidad.
Rosario, 9 de diciembre de 2003.-




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