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Hace 20 años que escribo y tengo publicada una novela corta

TAL VEZ CONVENDRÍA...

...aclarar cual es el propósito de este blog. Hace mucho tiempo que vengo con la idea de publicar,vaya a saber porque, un montón de cuentos, relatos, casi crónicas (algunas de ellas).Si desmenuzamos el "vaya a saber porqué", o al menos lo intento, tropezaré con algunas ideas vagas, como narcisismo, exhibicionismo, que se yo, dejarles a mis hijos algunos divagues...
Entonces mi cuñado me mostró el blog de un amigo y me dije: Bárbaro, con esto me alcanza y de paso por ahí gente que quiero y otras que no conozco lean algunas cosas de estas y al menos les resulte entretenido. Ojalá.

Sentate y ponete a leer

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¿Estás cómodo?

jueves

1492 (Crónica de un avistamiento)



Nosferatu el vampiro, en la memorable versión cinematográfica de Herzog, ansiaba morir. Deseaba concluir de una vez con el espantoso tedio producto de siglos de existencia, en la que nada podía sorprenderlo. La repetición interminable de la conducta humana, la exacta previsibilidad de lo por acaecer, el conocimiento indubitable, anticipado, de la respuesta o de cualquier comportamiento de los interlocutores, fruto de la experiencia de su vida inmortal, terminaron con su deseo, con cualquier deseo.

Aún los acontecimientos extraordinarios en las vidas singulares como tener hijos, enamorarse, pelear en una guerra, ganar la lotería, no dejan de ser cotidianos para la especie. De ahí que muchos pensadores postulen que en el fondo la existencia carece de todo sentido. Salvo para los creyentes que constituyen su sentido a través de la posible ilusión, nadie ha podido dar respuesta a la vieja pregunta: ¿ De donde venimos? ¿ qué somos? ¿ adonde vamos? . Incluso hay quienes responden: a ninguna parte.

A mi parecer, casi no ha habido  acontecimientos realmente extraordinarios para la especie, que son los que producen cambios abisales en ella. Mas bien, los datos que los conocimientos humanos van produciendo son deprimentes. Freud describe tres injurias narcisísticas: la tierra no era finalmente el centro del Universo, los hombres no son mas que animales hablantes y ni siquiera manejan libremente su psiquismo ya que este es determinado por el inconsciente.

Aparte de las revoluciones que hasta ahora han sido solo destellos llenos de esperanza para la especie y que como sabemos, aún cuando producen algunos avances han quedado lejísimas de sus iniciales aspiraciones, 1492, el descubrimiento de América, parece ser uno de los muy pocos acontecimientos que llenan de maravilla a la especie. Que podía figurarse un europeo o un inca que del otro lado del mar inmenso, que además suponían plano, existían culturas tan diferentes. Que habrá transcurrido por la cabeza de un aborigen de estas tierras cuando vio las carabelas, a esos hombres de armaduras y  mosquetes. Y mas allá de la avaricia por el oro, ¿ que le habrá transcurrido a un español cuando vieron esas magníficas construcciones realizadas por aztecas, mayas e Incas ?.

Estas reflexiones vienen a cuento porque junto con mi mujer y un amigo, el 9 de enero de este año 1997, tuve el inmenso privilegio de vivir un acontecimiento muy cercano a 1492. Un acontecimiento que abre un prodigio de posibilidad y que destruyó en un santiamén mi inclinación marcadamente escéptica, racionalista, en el fondo positivista, que hubiera conmovido al mismo Nosferatu. Aclaro que digo posibilidad. No afirmo ninguna cuestión mística ni religiosa. Sigo siendo tan y tal vez mas marcadamente agnóstico. Solo digo: ahora todo es posible.

Debo recalcar que hasta que el acontecimiento que voy a relatar sucedió, era absolutamente escéptico y que me acompañaban en el escepticismo mi mujer y mi amigo. Me refiero a un escepticismo casi radical en relación al fenómeno que vivimos. Y este fenómeno que vivimos fue el avistamiento de un OVNI.

Ricardo Camogli y yo estábamos sentados en sendas reposeras en el parque de la casa que habito en Los Cocos,  en las sierras de Córdoba. Mas exactamente a unos ocho kilómetros al Sur del famoso Cerro Uritorco. Este parque está situado en una ladera de la cadena montañosa que contornea al valle de Punilla. Desde esta ladera se tiene una vista hacia el oeste que da al valle desde donde se observa la población de Dolores y como telón de fondo, el otro marco del valle, las sierras de Caniputo.

Sobre esta sierra, en el momento del avistamiento, aún se conservaba una franja naranja que se disolvía en un celeste claro que a su vez se tornaba mas obscuro en la medida que mirábamos hacia arriba. Era ese el marco que disfrutábamos cuando sucedió: una bola de fuego, como un sol pequeño, insólitamente emergió verticalmente de la sierra que teníamos enfrente, casi diría  con cierta manera dubitativa, hasta quedar detenido a unos 1.200 mts. de altura, a unos 45º de donde nos hallábamos.

Estupefacto me di cuenta inmediatamente que se trataba de uno de los famosos OVNIS. Mi mujer estaba recostada en el dormitorio de la casa (padecía un cólico) a espaldas nuestras, razón por la cual la llamé a los gritos advirtiéndola de lo que sucedía, pidiéndole también que me alcanzara  los binoculares, cosa que hizo con cierta morosidad y después de verificar por la ventana que no le estábamos gastando una broma según confesó después.

Cuando enfoqué los largavistas, vi lo mismo pero obviamente mas grande, solo que esta vez vi un punto rojo que se destacaba brillantemente en esa masa ígnea. Y aquí comienza lo mas espectacular: casi al tiempo que enfoco  ese objeto me da la sensación que se eleva quedando solamente ese punto rojo. Le digo a Camogli: se está yendo. Y el me contesta en un mar de serenidad: - No, está ahí. Es esa mancha negra -. Bajo los binoculares y observo que efectivamente donde había estado el objeto llameante hay una mancha negra.....que se pone en movimiento directamente hacia nosotros. A medida que se acercaba, lógicamente, se  agrandaba. Por un instante me entusiasmó la idea que viniera hacia nosotros, pero cuando la cercanía se hizo presente a unos 200 mts. y ya era del tamaño de una pelota de rugby o tal vez aún mayor, entre en un breve pánico que me hizo retroceder un paso preludiando una fuga mientras le decía a mi mujer y a Camogli - se nos viene, se nos viene - a lo que Camogli respondió alegremente: - en efecto, te viene a buscar por mirarlo con el largavistas -. En ese momento, y con el considerable alivio para mi (Camogli y mi mujer estaban en el mejor de los mundos, al menos eso me pareció), el objeto, la mancha, hace un giro,  siempre bajando, traza una elipse, a 45º, desviando el curso, lo cual me permitió enfocarlo nuevamente con los binoculares. En rápida sucesión veo dos cosas: En la mancha negra nítidamente se destacaba el punto rojo, como una luz de posición, como la luz de una antena pero muy intenso y al terminar el viraje, es decir cuando nos da la espalda, claramente veo un platillo volador: como dos sombreros chino unidos por su base. Dos conos metálicos de base ancha opuestos y pegados. Tal como los he visto en fotos que hasta ese momento me parecieron siempre falsas.

Esta experiencia  abre para mí graves interrogantes: ¿ cuales son los límites, las posibilidades de la experiencia humana? ¿todo es transmisible? . Y el problema de la credibilidad.

En efecto, yo y quienes me acompañaban  hicimos un avistaje, diría espectacular, de un OVNI. Bien puesto el nombre de OVNI: objeto volador no identificado. Sin embargo ninguno de los tres e insisto una vez mas que los tres tenemos una formación racionalista, europea (en el sentido contemporáneo), al menos agnóstica, sin la menor inclinación mística, dudamos de que: 1) era un artefacto, una máquina, diríamos con cualidades antropomórficas y 2) tenía intencionalidad, es decir navegaba, orientó su curso. Todo lo contrario a un fenómeno natural: se elevó, se detuvo quedando inmóvil, de llameante tornó a mancha negra, planeó, desvió su curso de colisión con nosotros, es decir hizo un viraje, y todo el tiempo, salvo cuando se alejó de “espaldas” se observó  una luz roja como de posición. Además cuando terminó el viraje se vio claramente que necesitó (quien manejaba el aparato) estabilizar el vuelo como suele suceder con los aviones (yo tengo hecho el curso de piloto civil) produciendo un movimiento oscilante propio de esa maniobra.

Por supuesto, no tenemos idea de quién tripulaba la máquina, en el caso que fuera tripulado. Cabe la posibilidad de que haya sido dirigido por control remoto. No vimos ventanas. Lo que nos consta es estrictamente lo relatado. Lo demás es pura especulación.

Pero vamos a las preguntas que me formulo. Cuando relato esta experiencia suelo observar en mis ocasionales interlocutores, no siempre, una sombra de duda. Muy probablemente, antes de que me sucediera, si alguien me hubiera comunicado semejante experiencia, me hubiera pasado lo mismo. Es decir, no lo reprocho. En general, ante un fenómeno extraordinario, no habitual, si no lo experienciamos por nosotros mismos, nos cuesta mucho creer. Soy muy consiente del alcance de esta afirmación. ! Cuantas cosas no las creemos porque no las vemos!

Y una vuelta mas de tuerca: supongamos que a mi o otro observador le hubiera pasado lo mismo, pero en vez de desviar su curso hubieran llegado hasta donde estábamos nosotros. Supongamos que hubieran descendido seres extraterrestres. Supongamos que se hubieran comunicado con nosotros o con ese otro hipotético observador, si nosotros o ese sujeto lo relatara, ¿Quién le creería?. La pregunta entonces es, después de lo que nos pasó: ¿cuál es el límite para creer?

Esto es todo un tema, al menos para mí. De cualquier forma debo confesar mi sensación subjetiva: siento haber vivido una experiencia tipo 1492. Vi una carabela. ¿Seremos esta vez nosotros los aborígenes, los Incas, los aztecas?. No es una especulación descabellada. Si el artefacto estuviera controlado efectivamente por alienígenas, dándome esa impresión de aparato antropomórfico, humano, algo de lo que postuló Jung en su teoría de los arquetipos (la forma, en el sentido de paterns, es universal) sería al menos aproximada a la verdad. Y si el artefacto en cuestión fuera controlado por seres extraterrestres, no se puede dudar que al menos tecnológicamente están extraordinariamente avanzados.

Una última digresión: Que yo sepa desde hace muchos años se vienen sucediendo los avistajes. ¿ Por que no hacen contacto ?. O son secretos militares de potencias terrestres o son extraterrestres. Y si fueran estos últimos, si yo fuera ellos y hubiera observado Hiroshima, Nagasaki, las ciudades europeas destruidas por los terribles y masivos bombardeos, Vietnam, etc, pensaría: Esta gente es peligrosa, mejor no acercarse.

LO SUYO ESTÁ AL SALIR (Cuento)


Retumbó la pesada puerta al cerrarse tras su espalda. Sus pies adivinaron, en la penumbra, una gruesa alfombra que amortiguaba el ruido de sus pasos encaminados hacia el único escritorio, donde una mujer muy blanca y rubia, de pelo recogido en la nuca y aire severo, era iluminada por una luz mortecina, que resaltaba aun más el enorme salón, ya que no se distinguían paredes ni techos.

-Vengo por el numero de mi expediente- dijo con una voz que no reconoció como suya. Sin levantar la vista, la mujer extendió su brazo señalándole  con el índice, que parecía mas una estalactita que un dedo, un banco de mármol. Sintió el contacto frío al sentarse.

Fue ahí cuando lo vio. Al encender un cigarrillo, la llama del fósforo había iluminado débilmente lo que aparentaba ser un bulto, una sombra y que fue convirtiéndose poco a poco en un hombre sentado, en un banco similar al que él ocupaba al lado de la puerta. Su edad era indefinida. Sus acuosos ojos estaban abiertos en una extraña mezcla de tristeza, indiferencia y desconsuelo. La palabra desesperanza, seria la más exacta. El pelo canoso cubría sus hombros y se deslizaba sobre el banco hacia el suelo. La barba enmarañada tapaba su pecho y también llegaba a la alfombra. Todo en él era cansancio y quietud.

A medida que se iba acostumbrando a la oscuridad, descubría mas detalles y con cada cigarrillo prendido veía aún más. Así, no se sorprendió demasiado por las larguísimas uñas, ni por el polvo que lo recubría. Aunque si se alarmó cuando advirtió que el hombre estaba unido a la pared y al banco por una profusa cantidad de telarañas en donde, naturalmente, arañas de distintos tamaños acechaban a sus presas. Siempre sintió una especial repulsión por esos bichos que le resultaban particularmente asquerosos.

Había perdido la cuenta del tiempo transcurrido. Alguna idea tenía por la cantidad de cigarrillos fumados. Además se había dormido varias veces y percibía ahora, con angustia que el tiempo pasaba de un modo extraño en ese lugar. En realidad ya no sabia si era de día o de noche. ¿Habrían pasado horas o días? ¿Por que no meses, tal vez años? se preguntó con pavura. Y ese hombre sentado allí. Sin moverse, sin hablar y la mujer impertérrita en su escritorio que no cesaba de escribir.

Y la puerta se abrió. Una silueta se recortó en la luz encegueciéndolo, y al aproximarse al hombre de edad indefinida le dijo:
- Lo suyo esta al salir.
Algo como un cloqueo, como un sonido gutural, salió de la garganta del hombre acompañando un estremecimiento de todo su cuerpo. La silueta se disolvió en la luz y la puerta volvió a cerrarse casi silenciosamente.

Todo tornó a su estado anterior.

El tiempo parecía marcarse solo por los periódicos momentos de breve luz producido por los fósforos de los cigarrillos que encendía. Se hundió en un sopor, del que despertó sobresaltado. Entonces se decidió y levantándose no sin esfuerzo, encaró hacia el escritorio y con un tono que no disimulaba su impaciencia, espetó;
 - Señora, falta mucho para que me atiendan?

La dama del rodete clavó sus ojos en él y con un tono que denotaba solo un  fastidio inmisericorde le dijo con algo de autoritarismo, al tiempo que señalaba al hombre de edad indefinida:
 - El señor esta primero, cuando terminemos con él, entonces será su turno.


MARÍA (Crónica)


A las cinco de la tarde, casi puntualmente, María abría los postigos de su habitación pulcramente ordenada, con los pisos de madera lustrados, que daba a un patio lleno de plantas. En un Winco, hacía girar el disco más triste que se pudiera imaginar. En el altillo hasta donde  llegaba la música, Alcides  dejaba el mate o la ginebra y suavemente, pero de  modo imperativo, me decía:
- Vamos a consolar a María.
Así que bajábamos al  patio sobre el que se alineaban los cuartos en los que vivían algunos actores de teatro,  algunos revolucionarios ,  María, y yo que, por entonces,  ya me hacía las preguntas que no tienen respuesta.
María, que según me había contado Alcides, tenía cinco intentos de suicidio, estaba como siempre, sentada en la punta de la cama, con su habitual vestido negro en forma  de túnica,  su pelo renegrido, sus ojos negros, sus  gruesas cejas también negras, mirando al infinito, mientras silenciosamente rodaban por sus mejillas lágrimas que parecían no cesar nunca.
Era la imagen de la tristeza.
Alcides y yo tomábamos ubicación, uno a cada lado de María y con la penosa música como  telón de fondo,  en  diálogos que tenían el tono de una confesión, procurábamos rebatir las contundentes afirmaciones de María, que muy quedo, en un hilito de voz, sostenía la absurdidad de la existencia, la precariedad dolorosa del amor, el sinsentido de la vida.
Repetimos ese rito  incontables veces. En parte porque la queríamos y en parte porque nos aterrorizaba la posibilidad de encontrarla, alguna tarde, en el único baño de la casa, con las venas cortadas.
Un buen día María se fue. Y al tiempo yo también decidí rumbear para otro lado.
Dos años después me encontré en la calle con Eny, que por entonces se había convertido en la suegra de Alcides. Eny siempre había funcionado como una especie de madre de todos los que vivíamos en esa suerte de pensión con  algo  de magia. Me contó  indignada que María había desperdiciado  la oportunidad de su vida: había conocido en Buenos Aires a un diplomático  que se había enamorado perdidamente de ella y  le había propuesto matrimonio para que lo acompañara a Egipto, donde cumplía sus funciones. De modo que María, que había aceptado el convite, volvió a Rosario para arreglar sus cosas. Pero en el tren  conoció a un plomero que le arrebató el corazón, por lo que dejó al diplomático esperándola para siempre, y se unió, cura mediante,  con el esforzado trabajador de los caños.
Me separé de Eny dándole la razón y pensando  que nunca iban a terminar las desventuras de María.
Aquí abro un paréntesis en esta historia. Sucede que me caso, tengo hijos. Es decir pasan los años. Y como suele suceder, un buen día, se me rompe un caño en la cocina y llamo a un plomero que me recomienda un vecino.
Mientras el hombre reparaba el caño yo me quedé en la cocina charlando animadamente con la que entonces era mi mujer, casi olvidado de su presencia. El hombre que  trabajaba bajo la mesada, casi sin hacer ruido, y que sin duda ha estado escuchándonos,  interrumpe en un momento su trabajo y me dice:
- No me diga que usted es Nicanor, el amigo de Alcides  Atónito comprendo rápidamente la situación  y le contesto:
-No me diga que usted es el esposo de María.
- Sí, soy el esposo de María – me responde.
- ¿Y como está ella? – le pregunto.
El plomero con una gran sonrisa dice:
- Bárbara, un poco  gorda, eso sí, es que  tenemos cinco hijos...Y siempre tan alegre, usted la conoce,  se ríe todo el tiempo.




LA COVACHA (Crónica)



Todas las noches me pasaba lo mismo. Nunca supe la hora, pero sucedía, me parece, alrededor de las tres o cuatro de la mañana cuando todos dormían. Me despertaba y sentía crujir el piso (era de madera) como si fueran pasos que comenzaban en la puerta de entrada, cruzaban el hall, el living, todo el pasillo de acceso a los dormitorios, entraban en el mío y se detenían al borde de mi cama. Ahí me parecía que me desmayaba de terror y despertaba al día siguiente comprobando que por suerte no me había sucedido nada.
Por supuesto, no se lo contaba a nadie. Me daba pánico que no me creyeran o que me dijeran que era mi imaginación. Y sobre todo que mis hermanos mayores me satirizaran burlándose como suelen hacerlo los hermanos de doce y trece años con uno de ocho.
Antes de dormirme, yo rezaba pidiéndole a Dios me librara de todo mal, incluyendo el que  me torturaba al promediar mi sueño, pero fatalmente abría los ojos en la obscuridad para oír el cric, cric que se acercaba cada vez más.
Una mañana, al despertar con el alivio que es de suponer, concluí que efectivamente debía ser producto de mi fantasía. Y me hice el firme propósito de enfrentar esos ruidos levantándome de la cama, decidiendo también que iría hasta la puerta de entrada prendiendo las luces, y que incluso abriría la puerta que más temía: la de la covacha. Así le decíamos en mi casa a un cuartito que estaba pegado a la cocina  y que mediría dos metros por dos metros, sin ninguna ventana y que servía para guardar los trastos de limpieza y todas esas cosas que nunca se tiran pero tampoco se recuperan.
Esa noche, como todas las noches desde hacía ya mucho tiempo, me desperté, sintiendo como siempre, las temibles pisadas. Me levanté y prendiendo las luces fui hasta la puerta de entrada. No contento con eso determiné revisar el resto de la casa. Hasta que llegué a la puerta de la covacha.



Primer final


Con el corazón latiéndome a toda velocidad abrí la espantosa puerta y prendí su luz. Adentro, claro, solo estaban las cosas que tenían que estar. Y me fui feliz a seguir durmiendo. Me dio resultado, nunca más me desperté muerto de terror.
Pienso, ahora pienso, que la covacha era la metáfora de por lo menos dos cosas: una, cualquier psicoanalista mas o menos avezado ya lo adivina, representación del inconsciente, es decir depósito de las abominaciones que todos los humanos, mas o menos,  guardamos  en ese lugar y otra, muy dolorosa por cierto, la intuición de todos los males que me esperaban en la vida, incluidos los males que no me afectarían de modo directo pero que igualmente llenarían mi alma de melancolía, como sin ir más lejos, todos los mártires generados por la bestialidad humana.


Segundo final:

Con el corazón latiéndome a toda velocidad abrí la espantosa puerta y prendí su luz.  Ahí estaba sentado en el suelo un dragón. Me miró sorprendido pero no dijo nada.
Tomé una pastilla de Gamexane y unos fósforos de un estante y la prendí. Después cerré la puerta cuidadosamente y pude ver que salía algo de humo por debajo de ella. Quizás sentí que tosían.  Desde entonces duermo como un lirón.

Rosario, agosto de 2004.