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Hace 20 años que escribo y tengo publicada una novela corta

TAL VEZ CONVENDRÍA...

...aclarar cual es el propósito de este blog. Hace mucho tiempo que vengo con la idea de publicar,vaya a saber porque, un montón de cuentos, relatos, casi crónicas (algunas de ellas).Si desmenuzamos el "vaya a saber porqué", o al menos lo intento, tropezaré con algunas ideas vagas, como narcisismo, exhibicionismo, que se yo, dejarles a mis hijos algunos divagues...
Entonces mi cuñado me mostró el blog de un amigo y me dije: Bárbaro, con esto me alcanza y de paso por ahí gente que quiero y otras que no conozco lean algunas cosas de estas y al menos les resulte entretenido. Ojalá.

Sentate y ponete a leer

Sentate y ponete a leer
¿Estás cómodo?

miércoles

2 Poetas gauchos 2 (Crónica)

Mails intercambiados entre Nicanor de Elía (Aparicio el Ganso) y Ricardo Camogli (Edonicio el Pavo) debido a que el primero debía pagar un impuesto atrasado y también debía enviar escaneado el depósito realizado en el  Banco de la Provincia  2"de Córdoba con el número de cuenta en ese banco de la Municipalidad de Los Cocos que tiene en la sucursal de La Cumbre. (Año 2003).

  No se hai de dormir
el crestiano que es alvertido
y al amigazo endeudao
le va hacer el favor
de enviarle como un tiro
el número que con dolor
necesita con cuidao
y de ese modo permitir
saldar con lo depositao
la mensualidá sin dirimir.

Aparicio el ganso


No mei quedau dormido
Con el tema de su cuenta,
(aunque la cosa aparenta
que la dejé en el olvido).
Anote, criollo querido,
La cuenta: cincuenta y uno;
Y aquí resulta oportuno
Que indique la sucursal:
Tres cuatro dos, (pa´ indicar
La de La Cumbre, presumo).
Cuando le den la boleta
La fotocopia enseguida,
Y en un sobre me la envía
Desde cualquier estafeta,
Pa que de forma concreta
El ente recaudador
Le pierda todo temor
Que su cuenta siga impaga
¡y que sepa esta negrada
cómo paga Nicanor!

Edonicio el Pavo


Naides me ha de llamar
crestinao desagradecido
y como flecha me voy
los patacones a depositar
como un enloquecido
porque como es sabido
nunca e’ de olvidar
el servicio extraordinario
o el extraordinario servicio
que me ha prestado
el día de hoy
un paisano octogenario
apelado el pavo Edonicio

Aparicio el ganso.


Naides podrá decir
que este gaucho desterrau
no pecha como un desgraciau
y no para de sufrir
pa' poder dir a morir
en esa montaña dichosa
donde Edonicio y su esposa
pa' siempre han de vivir
con un vecino amigazo
que en dos meses pondrá
en la mesa un vinazo
que con gusto invitará
a quienes tanto estraña
y se han dado tanta maña
pa' hacerle este favor
de alcanzarle la papeleta
(y evitarme la estafeta)
al ente recaudador

Aparicio el ganso


Aparcero, tenga mano,
no vaya dirse en promesa,
aquel vinazo en la mesa
ya queda documentao.
El recibo fue entregao
al ente recaudador,
y siendo gaucho de honor
se lo tengo que decir:
¡si usté no puede venir
mande el vino, por favor!

Edonicio el Pavo












LA CARTA DE RICARDO (Crónica)

Mi hermano Ricardo, siete años mayor que yo, era un genio. Tenía un coeficiente intelectual muy superior al del común de los mortales, un conocimiento enciclopédico, una memoria prodigiosa. Fue medalla de oro de su promoción en la Universidad Nacional de Córdoba, en donde se recibió de abogado. En mi casa solía recitar de memoria, a los gritos, las poesías de Lorca y de Guillén.
Si escribo a veces algunas ocurrencias en forma de cuentos, de novelas, se deber casi, a la tristeza y diría cierta impotencia que siento por el hecho de que semejante talento no haya dejado otra cosa que recuerdos entre los que tuvimos la suerte de conocerlo. Recuerdos que al no haberse plasmado en escritos se disolverán con el tiempo. Los escritos tienen casi siempre idéntico destino, pero, si fueron realizados con habilidad, con gracia (y estoy seguro que los que podría haber realizado Ricardo estarían hechos de esa manera), pueden llegar a ser disfrutados al menos por dos o tres generaciones. Dejó solo una poesía que publicó el diario “La Capital” de la ciudad de Rosario en el año 1965 (ciudad en la que nació y vivió la mayor parte de su vida), y que transcribo:

MONTE

El monte que me acecha,
erizado de espinas y de penas.

El monte, duro y áspero
como la gente de mi pueblo preso.

Rencor vencido, mata y espinillo,
duro solar de raza castigada,
poncho de tela brava, amargo ceño
de esta tierra, por criolla desdeñada.

Monte mío, jinete de la sierra
chaparro guardián de la montaña;
cuando vengan las rojas alboradas,
bajarás a los pueblos y a los valles
hecho machete, antorcha, cruz, tacuara.

Sabrás de hundidos rostros rescatados,
de lomos que han vuelto a ser espaldas,
del pan que ya no falta;
que niños tristes de mirada anciana,
serán ancianos de mirada niña...

Monte mestizo de pelambre recia,
Arpón de las estrellas, ¡monte macho!

También dejó una carta que nunca pude leer. Pero la peculiaridad que la rodea que tal vez supera su texto, merece su evocación.
Ricardo era un ser hecho para el amor. Vivía enamorándose. Y sufría porque solía no ser correspondido. Las mujeres con las que se topaba, por cierto muy bellas, solían preferir a los muchachos deportistas y con gran confianza en si mismos. Él en cambio, era un soñador tímido, bajo y enjuto. No era precisamente un Clarck Gable, era más bien un Woody Allen con la diferencia de que no era famoso, ni rico ni un exitoso director y comediante.
Ocurrió un día que volvió a enamorarse. Pero esta vez de una chica que no era para nada hueca. Muy por el contrario, la Negra era y sigue siendo, un ser sensible e inteligente que con el tiempo llegó a ser una muy buena escultora. Vivía en Córdoba y se habían conocido en una reunión social. Bastó esa noche para que el corazón de él, una vez más, se incendiara. Sin embargo, ella partió hacia su ciudad al día siguiente.
Consternado por la partida anduvo varios días por nuestra casa como un fantasma. Terminó contándome que estuvieron toda la noche hablando, pero que ella no había definido nada. Así que decidió escribirle una carta conminándole una respuesta. Quedé yo apesadumbrado. Conociendo sus sucesivos fracasos, debo confesar que fui pesimista y me daba suma pena pensar la consecuencia que la respuesta, si es que la había, haría en el estragado corazón de mi hermano.
Pasaron unos días y una luminosa mañana de septiembre, Ricardo gritaba de alegría mientras agitaba en su mano un papel escrito que adiviné era la ansiada respuesta que esperaba.
-    Me voy a Córdoba – decía – me voy ya para Córdoba.
Y se fue, nomás...para volver a los dos días pálido, desencajado y arrastrando los pies.
Se encerró en su cuarto y cuando al cabo de unas horas pudo salir me miró y me dijo:
-    Ella no escribió ninguna carta, no tiene idea de quién pudo haber sido.
-    Pero la tuya ella la recibió ¿O no? – le retruqué.
-    Sí, la leyó, pero después le desapareció. La buscó y la buscó pero no la pudo encontrar.
Con el tiempo se recobró. Su sino era vivir en Córdoba. Se fue a vivir a las sierras primero y luego a la ciudad. Tuvo un primer matrimonio desastroso (no por culpa de ella, fue un error desde el principio) y luego se casó con una petisa fantástica, que lo hizo muy feliz hasta que en los terribles setenta murió por las heridas en su alma recibidas primero con el Navarrazo donde estuvo preso por unas horas y luego por la muerte de Allende que provocó que se encerrara a llorar por tres días. A pesar de que esa mañana se había despertado eufórico y pegaba saltos en su cama, horas después un aneurisma cerebral hizo de causa biológica para producirle la muerte.
Muchos años después la Negra me revelaría el misterio de la carta. Su madre, licenciada en letras, escritora y mujer también de exquisita sensibilidad, se la había sustraído.
Fue ella la que contestó la misiva, también le dijo que la carta de Ricardo estaba siempre acompañándola en su cartera.
La Negra le recriminó que hubiera hecho ilusionar a mi hermano. Su madre le contestó:
-    Una carta tan bien escrita, tan apasionada, no podía quedar sin respuesta. Y no cabía otra respuesta que no fuera del mismo tono. Además yo también me enamoré, no de él, sino de su carta. Si no la contestaba quedaba incompleta – y después de una pausa agregó con la voz quebrada – si él no era correspondido, al menos su carta sí. Además y en definitiva, un hecho corriente de la vida como es enamorarse, es menor que la construcción de un hecho literario que tiene, aunque sea ilusorio, pretensión de eternidad.
Rosario, 9 de diciembre de 2003.-




UN CUENTO CORTO Y OTRO MUY CORTO (Ficción)



El descensor

Subimos al ascensor de la Escuela de Cine en el 6° Piso. Al buscar el botón correspondiente a la Planta Baja observe que estaba marcado como 0. Es decir el listado era: 6, 5, 4, 3, 2, 1, y ... 0. Me acompañaba una estudiante. La miré y le dije ¿Te parece que marquemos el 0? (acentuando lo de 0 con un tono de resquemor). Ella sonrió entendiendo que le hacía una especie de chiste surrealista. Sin embargo algo de su sonrisa me produjo una sorda inquietud.
De todos modos apreté el 0. Y el ascensor (en este caso ¿no debería llamarse descensor?) comenzó a descender (¡no les dije!) y sucedió lo siguiente:
A medida que pasábamos los pisos mi compañera se fue desvaneciendo. Al legar al 0 ya no estaba. Aterrado abrí la puerta y tampoco estaba el hall de entrada, no había nada. Nada de nada. Miré hacia el espejo del ascensor (¿o descensor?) y no me encontré.


Pobre

Como sería de pobre que no le quedaba ni una mísera lágrima.



LOS 70' (Cuento)

Este cuento, creo, es el primero que escribí. Es un homenaje a los desaparecidos, especialmente a mis amigos
Carlos María Araya, Roald Montes, Raúl García, Pocho, Pucho, Catalina Fleming, Chiqui Tosi, Adriana Tasada, José Agustín Martínez, María Cristina Rolle. También amigos míos Jorge Araya, a la Negrita y a Felipe Rodriguez Araya, todos estos asesinados por la triple A.

Para Nadia no había sujeto mas raro que Artedoro. Se había preguntado repetidas veces para que le serviría esa bolsita con piedras extrañas que colgaban permanentemente de su cuello.
Y esa costumbre de cabalgar montando al revés de todo el mundo, valiéndose de un espejo de mano para no llevarse las cosas por delante. Frecuentemente caminaba hacia atrás  utilizando el mismo recurso.
Lo amaba. Y el día en que su rostro se reflejó en el espejo de Artedoro, este le dijo
-Oreiuq et - e inmediatamente agregó - Oh, perdón, lo que quise decirte es te quiero.
Nadia sin vacilar, le respondió
-    Oreiuq et neimbat oy.
   Con lo quedó así formalizado ese amor.
Era notoria la felicidad de ambos. Caminaban por todas partes mirándose embobados en el reflejo del espejo de mano.
   Pasado el primer momento de perplejidad,  la gente comentó:
- No es normal.
- En algo andarán.
- Por algo será.
Nadia descubrió un día que lo que mas deseaba era besarlo desde adentro del espejo.      El día en que por casualidad se encontraron en el río, no solo se amaron; Artedoro le enseñó algo maravilloso: como meterse en el espejo.
Como era inevitable, la molestia de la gente trepo alto.
Un cura  hablo del demonio.
Alguna gente los tildó de subversivos.
Cuando los rodearon para terminar con ellos, encontraron tan solo el espejo con la imagen de Artedoro y Nadia que los miraban. Rabiosamente el comisario le disparó haciéndolo pedazos.
  Indescriptible fue la confusión cuando verificaron que en cada pedazo roto la imagen persistía. El cura aconsejó machacar los pedazos con un martillo.
 Quisieron asegurarse convocando a un científico para que observara  los restos con un  microscopio.
En cada micrón estaban Artedoro y Nadia burlones y felices.
Y sucedió que empezaron a aparecer en todos los espejos. En los botiquines de los baños, en los roperos, en los de los autos y camiones, en las polveras.
Y ante el terror de los miserables empezaron a salir de los espejos miles de Artedoros y Nadias que tomados de las manos y utilizando las piedras rarísimas que los Artedoros llevaban colgados del cuello, terminaron de una  vez  y para siempre con el odio.


DEUDA (Relato familiar)



(Sacada de un relato de familia. Un primo político fue el autor de la carta. El original no lo tuve nunca en mis manos, de modo que esta es una reconstrucción).



Muy señores míos:


Acuso recibo de v/nota de fecha 25 de octubre del cte, en el que se me reclama el pago de la deuda contraída por mi de $ 125.- por la adquisición de un par de zapatos que necesitaba para el casamiento de una distinguida dama de nuestra sociedad y que pundonorosamente reconozco.

Debo advertirles acerca de la modalidad de pago con el que hago frente a mis obligaciones : A raíz de que mis egresos son mayores que mis ingresos todos los fines de mes tomo la vieja galera de pelo de mi padre, procedo depositando en ella todas las facturas pendientes, revuelvo concienzudamente el contenido dejando de lado todo favoritismo, y extraigo las solicitaciones de pago, que serán abonadas puntualmente.

Cierto tono de v/misiva, veladas amenazas, la prepotencia de la palabra “intimo”, la poca elegancia puesta de manifiesto al no saber mesuradamente esperar (...si en el plazo de tres días) me sitúa en la desagradable posición de poner en v/conocimiento, que de recibir otra correspondencia insistiendo en el sentido de la que ya obra en mi poder, con el agravante, ahora, de querer eludir la equitativa mecánica descripta, serán retirados de sorteo.

                                                                                                         atte.   

ENVIDIA (Cuento)

¡Cómo había disfrutado de mis hijos cuando eran pequeños!. Particularmente recordaba cuando los alzaba hacia arriba, por encima de mi cabeza, extendiendo mis brazos, y sujetando sus cuerpitos nos mirábamos, y entonces sucedía que ellos sumidos en un éxtasis de placer dejaban escapar de sus deliciosas boquitas un hilito de baba. Decía, entonces, que era mi cordón de plata. O cuando los tapaba ya dormidos después de inventarles un cuento. Pero todo eso ya había pasado. Ahora ya eran grandes. Por supuesto que seguían siendo lo mas importante de mi vida. Pero ahora, y estaba bien que así fuera, ya no me pertenecían. Se pertenecían a ellos mismos.
Yo extrañaba de cualquier modo a los pequeñines. Mi única posibilidad de recuperar algo de eso es que me dieran nietos. Sí, sin duda que esa era la salida. Entendí entonces algo que cuando niño no había entendido. El Rey, el padre del príncipe, en La Cenicienta, estaba loco por tener un nieto. Y yo no comprendía por qué tanto empeño. Ahora si lo sabía. Y reconozco que se me había transformado en una obsesión. Mis hijos ni soñaban con darme nietos. Sus proyectos personales, las dificultades económicas, la asunción de esas responsabilidades y su aprecio a disfrutar de sus juventudes y de la libertad impedían, ni a corto ni a mediano plazo, que mi deseo se realizara.
Como tenía una casa de veraneo en las montañas, había comprado una montura pequeña con sus correspondientes cabezadas. Claro que la tenía oculta. Alguna vez también compraría un petiso. Entonces yo y mi nieto saldríamos de cabalgata juntos.
Por supuesto, a mis hijos, jamás los presionaba. Mi amor por ellos, incluía un respeto total por sus proyectos y por sus libertades. Sufría en silencio y lo peor es que mi dolor aumentaba día a día. Sin contar que empezaba a ponerme viejo, o sea que mis tiempos comenzaban a acabarse. Y mi vida había sido sumamente dura y por eso, quizás, es que me parecía injusto que no tuviera esa recompensa. Ya dije que se me había transformado en una obsesión. Como sería que casi no había noche en la que no soñara con mi nieto. Inexistente al despertar, que era, claro, inexorablemente triste.
Vicente, en cambio, mi vecino, disfrutaba como loco de su nieto. Recuerdo el día en que nació. Y el día en que sus hijos lo llevaron a su casa por primera vez. Cómo se pavoneaba por la vereda. A los tres años le compró un triciclo y el chiquillo andaba por la vereda, por la mía también. Era divino el pibe, líndísimo, simpático, cariñoso.
- ¿Sabés que está enfermo el nietito de Vicente? – me comentó mi mujer un día.
- No digas .- dije yo.
Pasaron unos días y ella volvió a la carga: - Se curó.
- ¿Quién? – dije.
- ¡Quien va a ser! – y agregó con fastidio – el nietito de Vicente.
- ¡Ah! – concluí sin alegrarme.

EL ZORRO (Cuento)

I El aviso o “reclame” como dirían, algunos viejos argentinos burgueses, afrancesados, aunque tuvieran apellidos mas españoles que el azafrán, decía claramente que Guy Williams “El Zorro”, estaría en persona, en el Circo que estaba por esos días en Rosario. Mis pequeños hijos varones y yo solíamos mirarlo por TV, junto al gordo y simpático sargento García, haciendo de las suyas en su fantástico caballo negro con el que saludaba desde lo alto, parándose en dos patas, deshaciendo los siniestros planes del mandón de turno, mientras manejaba la espada y el látigo, con la gracia de un bailarín. Sin duda era una presencia, con su bigote bien recortado, su impecable sonrisa y una seducción natural con la que compraba a chicos y grandes. Además a mí me vuelven locos los caballos. De modo que ver al Zorro en persona y a caballo me pareció un programa irresistible. Cuando se los propuse a los chicos, me miraron como si estuviera loco. Para ellos no podía suceder, no era posible ver en persona a una estrella de la TV. Pero cuando pude convencerlos que efectivamente estaríamos frente a frente con él, con el Zorro, entonces no sólo aceptaron sino que además los carcomía la ansiedad por el tiempo que restaba para poder constatar que efectivamente había héroes que eran de carne y hueso. Finalmente el sábado llegó y partimos hacia el anhelado encuentro. Cuando llegamos, el aspecto del circo me sorprendió: era desoladora su pobreza que lindaba con lo miserable. Esperaba un gran circo y a una multitud de padres con niños pugnando por una entrada habilitante para espiar el Monte Olimpo. Tampoco era así. Poca gente, pocos chicos con aire casi aburrido, hacían tiempo comiendo pororó. Acuciado por la curiosidad que empezaba a transformarse en angustia, decidí quedarme mientras vocalizaba palabras de aliento. “En un ratito, veremos al Zorro” decía, sin mucha convicción, porque empezaba a sospechar que todo era un vulgar engaño. Seguramente, pensaba, podrían un tipo con antifaz, algo parecido a él y después... andá a cantarle a Gardel. Nunca me sobró la plata y menos en esa época, de modo que también me sentía bastante fastidiado. Pero, más rabia me daba era que engañaran a mis hijos, y tal vez lo peor, era que no los engañaran, y en cambio, ellos me vieran como una especie de estúpido fácilmente estafable. Llegó el momento de entrar y el espectáculo comenzó. Confirmando mi peores presagios, todo era lamentable, casi risible, patético. Porque no hay nada peor que la pretensión del fasto y de lo grandioso cuando es sostenido por ridículo oropel. Desde el maestro de ceremonias, que no paraba de anunciar la presencia de “uno de los mas famosos actores norteamericanos, Guy Williams o sea el mismísimo Zorro”, a los payasos gritones, que dejaban impávidos a los pocos espectadores que estábamos bajo esa carpa húmeda, fría y mal iluminada, y algún otro número que por malo seguramente no recuerdo, conformaban una especie de corte de los milagros. Todo esto hacía pasar mi fastidio a un estado de bronca, que mal disimulaba, con los chicos que se revolvían en sus asientos. Hasta que atronó el ambiente la conocida música del Zorro: “En su cooorceel, cuando sale la luna...aparece el bravo Zorro, Zooorroo, Zorrooo” provocando por fin la atención de mis hijos y de todo el público. Mi escepticismo había trepado hasta las nubes. Sin embargo, se abrió la mustia cortina principal de la carpa apareciendo en un gordo y feo caballo blanco un Zorro también entrado en carnes, Zorro vestido indudablemente de Zorro, antifaz incluido, dando una vuelta alrededor de la pista, mientras saludaba, y que en la segunda vuelta se sacó el antifaz para mostrar a nada menos que...a Guy Williams. Indudable Guy Williams, su misma sonrisa y su mismo bigote pero con no menos de treinta kilogramos mas. Me pareció, sólo me pareció, que me había mirado con alguna insistencia antes de irse por donde había entrado. Y hubo aplausos, incluso el mío, que no salía de mi asombro y pena. Creo recordar que después mantuve una discusión con los chicos. Ellos no creían que fuera el verdadero Zorro. Mucha gente sabe que Guy Williams arribó en algún momento a Buenos Aires, ya decadente y alcohólico. Terminó exibiéndose en espectáculos de mala muerte que se montaban solo alrededor de su fama. Su vida terminó suicidada en un hospital público de Mendoza, si la memoria no me engaña. No me estafaron, sólo me hirieron una vez mas, porque las películas del Zorro aún hoy se exhiben por la TV y pienso que hay gente, empresas, que aún ganan dinero con ellas. Pero bueno, esas son las reglas de juego de la libertad americana. II Varios días después, ya olvidado del asunto, caminaba un sábado, de mañana, por calle Córdoba, la arteria mas importante de nuestra ciudad, precisamente en el horario del mediodía, bullante como una caldera, solo que en ella rebosan personas, cuando siento que me tocan el hombro, en tanto una voz que me resultaba conocida me llamaba: - Hey, mister, señor... Me doy vuelta y ahí estaba él, Guy Williams. - Disculpe, pero quiero hablar con usted – y agregó en un aceptable castellano – lo invito a tomar un café . A decir verdad yo solo estaba paseando, de modo que si a eso le agregamos, una vez salido del asombro, la intriga, la curiosidad que me despertaba tan insólito requerimiento, no tuve mas opción que aceptar el convite no sin antes preguntarle: - Discúlpeme usted a mí, pero ¿cuál es el motivo de su invitación? - Vea, usted es una persona muy transparente. En la función de los otros días se le notó claramente el disgusto que sentía. Y quería darle una explicación. En un primer momento estuve a punto de decirle que no hacía falta, que ya había pasado el momento, pero, algo, probablemente la curiosidad aludida, mas un sentimiento de conmiseración que me invadió, lo cual ocasionaría, en caso de negarme, una humillación, un agravio para la ya pobre situación de mi interlocutor, me inclinó como dije, a acompañar al hombre al bar “La Capital”. (Deseché “El Cairo” por la cantidad de amigos y conocidos que concurrían asiduamente y que si me veían con Williams me volverían loco con preguntas y bromas de todo tipo). Acodados en la mesa, el hombre me miró con intensidad: - No soy Guy Williams, soy su doble. Por años realizaba las proezas peligrosas del Zorro. - ¿Por qué me cuenta esto? – pregunté atónito. - Porque no es justo que usted se lleve tan mala imagen de Guy. Lo admiraba ¿entiende?. Lo quería más que a mi padre. - Si es así ¿Porqué hace esos números tan horribles? - Es cierto – contestó mirando hacia el suelo - pero lo hago por una razón muy sencilla: necesito dinero. Y no sólo para comer. Abotagado como era pensé con malicia que lógicamente necesitaba dinero también para beber. Como si hubiera adivinado mi pensamiento se adelantó: - Es verdad que también bebo. Pero necesito dinero para mi hijo que está muy enfermo. Por otra parte, si le doy una explicación es porque se nota en usted una clase de persona que no es común encontrar. A la mayoría de la gente no le importa demasiado si el Zorro está gordo y decadente o no. Al contrario, a veces, parece que lo disfrutan. Es como que se solazan. Ud. en cambio, se quería encontrar con el verdadero Zorro. - ¿Qué quiere decir con que no soy común de encontrar? - Parece ser sensible, hay algo de inocencia infantil en usted, como una cierta honestidad. - Le agradezco, ¿quiere que le enumere mis defectos? - No, no hace falta, para mi deseo de hablar con usted del Zorro me alcanza con las cualidades que le referí. Por otra parte ya me voy, sólo quería advertirle que no soy Guy Williams y quería también pedirle disculpas. Es más, quiero devolverle el dinero de las entradas. No lo tengo encima de modo que le ruego me diga cuando y donde se lo puedo devolver. - No, no se haga problemas por eso... – empecé a decir. Pero me interrumpió. - Se lo ruego, me sentiré mejor si acepta esa devolución – y agregó - ¿como hacemos para encontrarnos? Era tal el tono de su voz, que no llegaba a ser suplicante, pero si apremiante, como si me pidiera que lo dejara reivindicarse, que no me pude, otra vez, negar. La cita fue nuevamente en el mismo bar, a las once de la noche unos días después. No bien lo vi advertí que estaba borracho. Con voz pastosa me conminó: - Siéntese por favor – y agregó – aquí tiene su dinero. Lo tomé y nos quedamos mirándonos un rato. Se acercó un mozo y pedí un café. - Vea – dijo interrumpiendo el silencio - ¿Sabe una cosa? Es terrible ser un personaje. - ¿Cómo un personaje? Disculpe, me parece que no entiendo. - Claro, un personaje – dijo arrastrando la voz – un personaje como Batman, Superman, Tarzán. Un héroe. - ¿Y por qué?. - Claro – insistió - ¿No se da cuenta? ¿No ve que uno está condenado a representar al personaje? Que no se puede salir de él. Siempre sonriente, siempre valiente, sin miedo, siempre haciendo lo que los demás esperan de uno. No es humano...por eso lo tuve que matar, aunque no pude hacerlo del todo – dijo y largó un sollozo. - ¿Cómo que tuvo que matarlo? ¿A quién? – pregunté aunque ya sabía la respuesta. - Al Zorro ¿A quien va ser? – dijo medio hipando. Hizo de nuevo silencio por un rato. - ¿Sabe? Cuando el Zorro terminó su contrato tenía bastante dinero. Pero el casino, Las Vegas, las mujeres, el alcohol, son una tentación demasiado fuerte. Y ya no hubo nuevos contratos. Así la plata se fue yendo. Solo algunas presentaciones en cabarets, en pequeños teatros de pueblos. Pero claro, lo que ingresaba nunca podía alcanzar si se seguía con semejante tren de vida. Yo me daba cuenta que el Zorro declinaba sin parar. Y eso no lo podía soportar. El Zorro no podía dejar de ser el Zorro. Mientras el hablaba no podía dejar de pensar que ese drama de no poder dejar el personaje, en realidad, nos afecta a todos. Si, construimos un personaje, nos aferramos a esa construcción y después ya no podemos despojarnos de él. - Así que un día – continuaba – no soporté mas y lo maté. Después me largué para acá, para la Argentina, y como tenía un hijo enfermo no me quedó otra cosa que hacer lo que detestaba que el Zorro hiciera. Pero al menos, cuando detecto a alguien que se siente consternado por lo que hago, trato de localizarlo y explicarle – aquí su voz se quebró – y pedirle que me perdone. - De ese modo intenta dejar al Zorro a salvo – dije - Exactamente – concluyó. Quedó taciturno y empezó a cabecear no se si de sueño o por la borrachera. III Meses después que me enteré de su muerte quiso el destino que conociera a uno de los médicos que lo atendió en el hospital al que lo habían llevado moribundo. Me relató el final. - Cuando lo trajeron ya no se podía hacer nada, sin embargo alcanzó a decir algo que me dejó intrigado – hizo una pequeña pausa y agregó – dijo: “ahora lo maté del todo”. - ¿Constató usted su identidad? – pregunté en un hilo. - Si, porque no tenía documentos, de modo que fue necesario remitir las huellas dactilares para que se nos informara fehacientemente. No se puede hacer un certificado de defunción a nombre de alguien si no se está seguro. - ¿Y quien era, entonces? – interrogué nuevamente con cierta angustia. - ¿Cómo que quién era? ¿Quién iba a ser? – me dijo mientras me miraba como si yo fuera un loco y finalizó – Guy Williams, el Zorro, naturalmente.

EL GESTOR DE DESEOS (Cuento)

Ifigenia revolvió pensativa su café. Desde hacía mucho tiempo, como todas las mañanas llevaba su soledad al mismo bar. Cumpliendo una rutina casi matemática leía el diario, completamente. Incluido todos los avisos. No se trataba de que le interesara mucho la realidad, solo utilizaba ese recurso para matar el tiempo. Pero ese día un aviso la intrigó, capturó su atención. Decía así: Gestor de deseos y a continuación un número de teléfono. Sin saber porqué recortó el aviso y lo puso en su cartera. Al mediodía fue a su departamento para prepararse un sobrio almuerzo. Después de comer se recostó y entonces recordó. Se dirigió al teléfono y marco el número del aviso. No tuvo que esperar. Al instante una voz agradable atendió. - Gestor de deseos para servirle – dijo - Sí, yo quisiera saber si usted puede gestionar el cumplimiento de deseos. - Para eso estamos – dijo con tranquilidad. - ¿Cualquier deseo? - Exactamente, cualquier deseo. - ¿El más descabellado, el más loco? - Así es. - ¿Y cuál es el costo del servicio? - Lo que usted desee. - Disculpe, pero me parece que me está tomando el pelo. - Haga una cosa: pruebe – y agregó - Discúlpeme usted a mí, pero no seríamos serios si no fuera así. O somos gestores de deseos, y eso implica cualquier deseo, o somos cualquier otra cosa. Le repito: pruebe. Eso sí, le advierto que puede llegar a arrepentirse. Y una vez que usted acepte nuestras condiciones no hay vuelta atrás. - ¿Y cuál son esas condiciones? - En realidad es una sola: Una vez en posesión de que todos sus deseos se realicen, habrá uno solo que no podrá obtener: volver a la condición actual suya, es decir, tener deseos difíciles o imposibles de satisfacer. - ¿Eso nada más? – preguntó casi incrédula Ifigenia - Eso nada más. - ¿Qué tengo que hacer? - Simple. Desee que en la puerta de su casa haya un representante nuestro con el contrato. Vaya y ábrala, hágalo pasar y firme el contrato. Y listo. De paso le probamos que esto funciona. Pero le recomendamos que lo piense. Ella se sentía sola, pobre y triste. De modo que no lo pensó. Deseando con toda su alma que en la puerta estuviera el representante del Gestor de Deseos fue hasta ella y la abrió mientras el corazón le latía a toda velocidad. Allí estaba un hombre con un papel en la mano. Lo hizo pasar y le pidió el papel. Antes que lo firmara el hombre le preguntó: - ¿Leyó usted un cuento que se llama “El Rey Midas”? - No – dijo y preguntó -¿Por qué? - Me parecía.