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Hace 20 años que escribo y tengo publicada una novela corta

TAL VEZ CONVENDRÍA...

...aclarar cual es el propósito de este blog. Hace mucho tiempo que vengo con la idea de publicar,vaya a saber porque, un montón de cuentos, relatos, casi crónicas (algunas de ellas).Si desmenuzamos el "vaya a saber porqué", o al menos lo intento, tropezaré con algunas ideas vagas, como narcisismo, exhibicionismo, que se yo, dejarles a mis hijos algunos divagues...
Entonces mi cuñado me mostró el blog de un amigo y me dije: Bárbaro, con esto me alcanza y de paso por ahí gente que quiero y otras que no conozco lean algunas cosas de estas y al menos les resulte entretenido. Ojalá.

Sentate y ponete a leer

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lunes

ARGENTINO (Ficción)


En el siglo XIII, las Cantigas de Alfonso X el Sabio recogen, en la número CXLIV, cómo Santa María guardou de morte un home bo de Pracença d´un toro que ueera pelo matar. (Enciclopedia Encarta, Historia del arte de torear)

I

Los mas de 500kg. de “Argentino” salieron del toril como la muerte misma. Enfiló sus cuernos hacia los burladeros en donde los toreros lo contemplaban serios, profesionales. Sus cornadas retumbaban contra los maderos como si fueran disparos secos, apagados.
Como un ángel, casi sin pisar la arena, salió el Juli, matador que no llegaba a tener 20 años,  a enfrentarlo con esos capotazos que vibraban como alas de mariposa, con la gracia del vuelo de un halcón, con el desprecio de un héroe mitológico, con el gesto y la mirada propia de lo que él era,  un español.
Un toque de trompeta y aparecieron los picadores, después las banderillas, después los pases de muleta y después el diestro tomó su espada para envainarla en la misma muerte. (¿No lo dijo así  Hemingway?).  No es novedosa la secuencia, todo se trata del arte con que se hace.
En este caso fue tan grandiosa la exhibición, que el presidente de la corrida entre la aclamación, y los pañuelos, saludando y pidiendo, concedió las dos orejas y el rabo también, a ese niño-jóven-hombre transformado por unos momentos en un dios.
Como habrá sido, que el torero que le seguía  en el espectáculo, por no ser menos, decidió esperar al toro que le tocaba en suerte, de rodillas frente al toril, con el capote desplegado frente a su cuerpo y que fue, gracias a la Virgen, hábilmente volado hacia un costado, ocasionando que la bestia pasara, engañada,  como un tren a toda marcha, casi rozándolo.
Y yo, desde la Argentina, donde están prohibidas las corridas, desde mi ciudad provinciana, hipnotizado, queriendo que no hubiera pasado ya, que se volviera a repetir toda esa magia, de los trajes de luces, de los caballos acorazados, de la gravedad estupenda del rito, observaba consternado que el programa emitido por la Televisión Española llegaba a su fin.
Recordé mi cuarto juvenil: afiches de corridas, reproducciones de Picasso, siempre toros, en todas las paredes. Me los regalaban en el “Comedor Navarro” donde solíamos almorzar con mi padre.. Cuando tuve una hija, afortunadamente, aprendió baile flamenco en el “Centro Andaluz”. Así supe de sevillanas y rumbas. También claro, me vuela la cabeza toda la música, toda la cultura latinoamericana. Eso soy: latinoaméricano. No me resulta fácil, vivo en una ciudad que recibió un enorme aporte de italianos, a punto tal que esa indentidad mía se pierde y siento que solo se reencuentra en las ciudades mas al norte de mi país: Córdoba, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Jujuy
Desciendo de conquistadores españoles por 6 de los 8 apellidos que me constituyen. Los otros dos son uno inglés y el otro proviene de un inmigrante del siglo 19...español. Pero mi tradición es criolla, gaucha en todo caso. Y mi cultura mas bien francesa e inglesa (los muebles, por ejemplo, eran de esas nacionalidades). En mi casa jamás se hablaba de España, Veía películas norteamericanas y leía de joven a Cortázar, a Sábato, Erich Marie Remarque, y de niño a los hermanos Grimm, Las Aventuras del Barón de Munchaussen y claro, Walt Disney. Claro que también llegó para siempre Gabriel García Márquez.
¿De donde salía entonces mi amor, mi pasión por lo español, y especialmente por las corridas de toro?. Concluí, me parece, de forma muy española.... que era la sangre. Transmisión genética, si se quiere una explicación más prosaica, pero en nuestro lenguaje, los españoles, lo entenderán: la sangre.
Sesenta años había  cumplido un par de meses atrás. Se me empezaba a acabar el tiempo. Sabía que en Perú, en Ecuador y en México hay corridas de toros. Y que suelen ser de calidad. Pero para mi no era lo mismo, aunque seguramente me gustarían. Quería ver, antes de morir,  una, una sola, en España.
Para decirlo de una vez, esto se me había convertido en una obsesión Y como decimos en la Argentina: ...y yo con el pescado sin vender. Es decir, imposible para mis bolsillos, ni siquiera a largo plazo, ni soñando, financiar el viaje, la estadía, los billetes a la plaza, etc., etc.
Esa noche, tristemente me fui a dormir.
Cuando desperté, a la mañana siguiente, tenía la solución. Si hay una esencia maravillosa en las corridas de toros, un “arjé” como dirían los griegos, es el total desprecio hacia la muerte que manifiesta el torero. Ni por un minuto debemos confundirlo con desprecio a la vida. El traje de luces, la donosura de los movimientos, la galantería hacia las damas del público, la constante acentuación de la virilidad, son una muestra terminante y absoluta de erotismo. Nada que hacerle, es a la muerte a quien se desafía, se desprecia, se la burla y como ya dijimos, se la mata. Es la expresión máxima de dignidad. Seguramente pensadores, poetas, escritores ya dijeron estas cosas, ya las escribieron. Pero esto es lo que siento, lo que yo descubro. Es entonces, que tomé en ese momento una decisión. No me quejaría mas, terminaría con los lloriqueos.
Asalto un banco y consigo el dinero (los duros antiguos de ustedes,  los euros de hoy). Y asalto un banco porque en este país son la expresión más acabada de la usura. En lo personal, puedo decir que es una de las razones definitivas de mi ruina. Es decir, son la personificación de la muerte. Pero a diferencia de los toros de lidia, que son bellísimos, suelen estar en unos edificios ingráciles, prodigiosamente feos.
Así que se puede decir que como en las corridas de toros, la secuencia sería mas o menos la misma: “arriba las manos, todo el mundo al suelo, entregame la plata, etc.” Con mas o menos variaciones.  Pero como en la fiesta brava, como ya dije, la cosa estaría en el arte con que se hace.
Redondié mi pensamiento:  Será mi corrida personal, para poder ir a una corrida.
En primer lugar no quería robar una gran cantidad de dinero. Mas o menos la necesaria para el fin propuesto. Con unos dos mil o tres mil dólares bastaría. Lo demás es pura avaricia. No se trataba de salvarme para siempre, ir la las Bahamas o cosa por el estilo, no.
Era simplemente mi gesto de desprecio a un mundo ridículo, de ambiciones estúpidas, de payasescas vanidades. Algo así como demostrar que aún me quedaba hombría para desafiar a las protecciones de los capitales que han construido un hábitat para la humanidad que me duele como si “Argentino” me hubiera ensartado con alguno de sus pitones.
Pero bueno, no se trataba de hacer algo así a tontas y a locas. Así como los toreros cuando sale el toro lo estudian,  yo empecé a estudiar los posible bancos para debutar en estas suertes.
De modo que miraba como eran las guardias, como y cuando traían el dinero, quien atendía las puertas, si era de inclinarse a un costado o al otro, como cabeceaba, si era franco al embestir. Nada que hacer, cada vez que pensaba algo con el banco se me mezclaba con una tarde de toros.
Elegí como blanco al banco mas usurero, mas tramposo, mas hipócrita, que además tenía por gerente a un sujeto miserable, a quien conocía, y que tenía la particularidad despreciable de ser chupamedias, adulador, cholulo. En fin, una basura de tipo. Yo entraba en el círculo de sus preferencias personales debido, presumo, a mi pertenencia a ciertos círculos sociales que eran del interés (estúpido a mi entender, sobre todo porque no eran esos círculos detentadores de ningún tipo de poder) propios de un sujeto mediocre y arribista. De modo que estaba seguro de que me recibiría.
Me hubiera gustado que el hecho se produjera a las 5 de la tarde.(por lo de “...eran las cinco en punto de la tarde”, como el verso  grandioso, que llora la muerte de Ignacio, que concibió el gran granadino).  Pero desgraciadamente los bancos en nuestro país ya están cerrados en ese horario. Así que decidí que sería a las tres menos cinco de la tarde, dado que los bancos cierran cinco minutos mas tarde.
Por una parte utilizaba cabalísticamente el número cinco y por otra en un breve lapso de tiempo se desagotaría de clientes lo cual me servía para que no hubiera entorpecimientos. También elegí un día viernes. En este país tan desorganizado, suponía que, el sábado y el domingo ni siquiera me perseguirían, ni investigarían demasiado. Lo dejarían todo para el lunes, lo cual me daba casi tres días de ventaja.
Claro que ya había empezado el trámite del pasaporte y un amigo me había prestado el dinero para el pasaje.
Hacía años que no practicaba ninguna religión, es mas, era decididamente agnóstico (me hizo sonreír esto de ser “decididamente” agnóstico dado que el agnosticismo es la expresión filosófica mas acabada de la duda). Pero esto no fue impedimento para que antes de perpetrar el robo pasara por la catedral y rezara en el camarín de la Vírgen de pie y terminara santiguándome como hacen los matadores antes de las corridas.
Me vestí con mi traje de luces, le pedí a un sobrino que me ayudara a vestirme, porque me fajé para que me entrara en el único traje gris perla que tenía y que me costaba ponerme dado que con los años había engordado. Dije que era de luces, porque comparado con la ropa con la que normalmente me vestía, eso es lo que parecía. Teñí mi  pelo de negro (tapé las múltiples canas, bueno, la cenicienta cabeza), me peiné con gomina (cosa que nunca hacía), me puse una camisa blanca y una radiante y elegantísima corbata. Completaban mi atuendo un sombrero también gris de ala corta y doblada hacia abajo en el frente, zapatos negros muy lustrados, medias del mismo color y finalmente un poncho salteño (colorado con rayas negras) terciado sobre el hombro izquierdo En mi mano blandía un bastón de caña de malaca que escondía un estoque que era tan largo como la vaina.
Escribí unas líneas a mis hijos y nietos en donde les decía cuanto los quería pero que inexorablemente tenía que enfrentar  mi destino y realizar mi sueño. También les decía que no creía  en que alguna vez regresaría. En el peor de los casos, seguiría robando, eso si, solo a los explotadores, preferentemente a los bancos. Y si tenía que caer, no sería peor que morir en un hospital, al menos lo haría como un hombre.
Y salí, nomás, hacia el banco en cuestión.



II


Me acerqué al mostrador y cuando se acercó un empleado le extendí una de las pocas tarjetas que me quedaban. Decía así: Francisco Carranza y después la dirección y el teléfono, solo que le había agregado con una birome, debajo del nombre, “Paquiro” en  homenaje a Francisco Montes llamado el Napoleón de los toreros muerto en 1851. Pedí por el Sr. Isleretti, gerente del banco. Casi de inmediato el empleado me condujo a su oficina que afortunadamente era cerrada, de esas antiguas cuyas paredes están forradas de madera.. Cuando entré, el empleado me dijo que me sentara y esperara un momento. Pero yo me quedé parado. Y entonces salió del toril (una puerta lateral) y se me abalanzó (para abrazarme, sonriente). En el último instante, desplegué sobre el bastón mi poncho y haciendo un giro con el cuerpo lo hice pasar de largo. El hombre quedó, claro, un tanto desconcertado y me miró serio. Saqué el estoque del bastón y mientras le bajaba el poncho lentamente, para que lo siguiera con la vista e inclinara la cabeza,  lo apunté con el hierro. Y le dije – Tres mil dólares, Islero – y mientras observaba que parpadeaba como si estuviera soñando, continué – una orden de pago por esa cifra, sin bromas porque ahora te ato, te encierro con llave, desconecto todos los teléfonos y si en la caja no me pagan inmediatamente vuelvo y te ensarto justo debajo de la testuz – todo esto le decía mientras  abanicaba lentamente el poncho frente a su morro (nariz). Transpirado y sin decir palabra se sentó en su escritorio y tomando un formulario, que era una orden de pago,  lo llenó y me lo alcanzó. Después le até por atrás con su cinturón las piernas con las manos y le puse su pañuelo en la boca, que fue tapada con una cinta de embalaje que había tomado la precaución de llevar. Cuando terminé me di vuelta mientras con desprecio y altaneramente hice un semicírculo con la espada tocando el suelo como hacen los matadores. El miró con azoramiento absoluto como arrancaba despacio los cables de comunicación y cerraba la puerta de la oficina dándole llave por fuera. Afortunadamente no había ningún empleado prestando atención cuando salí, atareados como estaban en cerrar las cuentas del día para irse lo mas rápidamente a sus casas ya que el banco había cerrado. Me acerqué a un cajero con total naturalidad y como no había ningún cliente fui atendido con rapidez. Después de mirar atentamente el papel que  le había extendido, me dio los tres mil dólares.
Me encaminé hacia la puerta del banco, no sin antes dar la vuelta al ruedo, es decir, caminar saludando por toda la periferia del hall del banco,   pararme en el medio y saludar sombrero en mano girando 360° lentamente, mientras sentía que el gentío vitoreaba y sacaba los pañuelos pidiendo para  mi las orejas y el rabo también, cosa que me fue concedida.(Casi ningún empleado miraba, algunos pocos que si lo hicieron, sonrieron medio burlonamente). Así que tocando pelo estuve discutiendo brevemente con un portero que me indicaba una puerta lateral y yo que me empeñaba en salir por la puerta grande....
Una vez afuera casi grité ¡Olé! Y me tomé un taxi directamente al aeropuerto.
Había cuidado los detalles. Un avión que saldría en una hora me conduciría directamente a Barajas. Aproveché el tiempo para depositar en un cajero el dinero que me había prestado mi amigo y comprarme un pequeño maletín para meter la ropa indispensable (también comprada en el free shop del aeropuerto) que necesitaría en España, que no era mucha, dado que llegaría en pleno verano europeo. El viaje en avión casi no lo sentí porque agotado como estaba me la pasé la mayor parte del tiempo durmiendo.
Cuando llegué no sentí mayormente nada. Solo curiosidad. Pero al transportarme en otro taxi al hotel donde me alojaría las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. ¡Madrid!¡España!¡La tierra de mis ancentros! Es que tengo apellidos de todas las regiones de España. Vascos, Asturianos, Castellanos, Navarros, Gallegos, Andaluces. ¡Es que es como si yo fuera España en América! Y ahora estaba ahí. ¡Cómo no me van a gustar las corridas de toros! Al entrar en la habitación en donde me alojaría, no bien quedé solo, me incliné al suelo y besé el piso.
Recordé la cara del gerente del banco y me dio un ataque de risa incontenible. Pobre tipo, vive para la figuración. No se pierde un entierro importante. Nunca entenderé a esa gente. Se pierden nada menos que la vida misma.
Todo fue bastante rápido. A los dos días había una corrida en Madrid y uno de los matadores era nada menos que mi admirado El Juli. Aproveché al día siguiente para recorrer Madrid, comer tapas, cantimpalo, queso, aceite de oliva, y por supuesto, callos a la madrileña., todo regado con buen vino tinto español. Por supuesto, todo esto estaba prohibido por mi médico. Pero en ese lugar, estaba jugado a suerte y verdad, nada que hacerle. Esa noche dormí con una servicial señorita que me mostró la pasión con que ama una española aun cuando sea una profesional. O al menos eso fue lo que me pareció.



III


Y llegó el gran día. El día de mis sueños. Desde que me desperté conté el tiempo que me separaba de la fiesta brava. Me sentía espléndido pero muy ansioso. Finalmente cuando se hizo la hora tomé un taxi y le dije: A la plaza de Las Ventas. El chofer no era hablador de modo que me concentré en mirar la ciudad. Al llegar me mezclé con la gente que se acercaba a la monumental construcción , para mi una catedral, donde por fin vería en acción a la máxima expresión de noble virilidad que hay en este planeta tan envilecido. En la boletería pedí “tendido 5” que era el lugar de gradería que me había aconsejado Iván, un gran amigo, que me había precedido años atrás en esto y con quien coincidíamos en este fervor y también en otros. Este tendido 5 era el lugar donde iban los entendidos. Caminé  entre la muchedumbre por los pasillos interiores, subí escalones y finalmente llegué a la puerta que me correspondía. El corazón debo confesar, me latía con fuerza inusitada. Y cuando la traspuse, bueno, que quieren que les diga. Emoción inenarrable. Ahí justo bajo mis narices estaba el espléndido coliseo. Tal como lo había visto por tevé ¡pero en vivo! Los tercios marcados en la arena. El corral de madera con los burladeros. El palco del presidente, las damas con abanicos, los mantones desplegadas en los balcones. Y a mi alrededor ceñudos hombres que comían los bocadillos mas increíbles.
No tardó mucho en abrirse una puerta por la que entraba el desfile de toreros, banderilleros, los picadores con sus puyas, y la banda tocando detrás un pasodoble. No daba crédito a mis ojos.
Terminado todo esto del cortejo, se despejó la arena y salió el primer toro. Esa primera faena resultó buena para mi, que en realidad no era un entendido, pero los que estaban a mi lado lucían un tanto indiferentes, así que no debía haber sido muy satisfactoria. Pero yo estaba enloquecido de cualquier modo.
La segunda los entusiasmó un poco mas. Debo decir que a pesar de mi ignorancia, yo algo pescaba. Prudentemente no me manifestaba, pero me daba cuenta no de los detalles, pero si del arte.
Y finalmente llegó el Juli. Por favor, que maravilla, además el toro era excelente. Y claro, todos empezamos con los Oles, cada vez mas entusiastas. Los capotazos, verónicas, medias verónicas, de rodillas, etc. Después de los picadores llegó el tercio de las banderillas que ejecutó el mismo Juli con una gracia para la que no alcanzan los adjetivos calificativos. Y por último llegó el tercio de los pases con muleta. Faena tan clara como un mediodía de sol despejado. Ya los oles, los aplausos, eran de delirio. Yo gritaba como un poseído: Ole, ole, ole.!! Como si toda la vida hubiera concurrido a las tardes de toros. Mi felicidad era absoluta, total, ardiente. Una exhibición de coraje, de arte, de destreza inconcebibles. La fiesta brava estaba en su apogeo. Faltaba la espada. Que llegó como una saeta penetrando en el toro hasta los gavilanes. Un alarido ensordecedor estalló en las tribunas, coincidiendo exactamente con un fulminante dolor en el centro de mi pecho, que me hizo cerrar los ojos.
Entonces sucedió lo increíble, lo inaudito. Al abrir los ojos, yo, Francisco Carranza, si, yo, estaba en la arena y vestía el traje de luces mas exquisito que se haya visto en la historia torera. En mis manos empuñaba la espada sacada del toro que yacía muerto a mis pies, mientras la gente, delirante, agitaba sus pañuelos para que se me concediesen las orejas y el rabo también. Di la vuelta al ruedo y después me dirigí al centro para saludar, montera en mano, haciendo un giro completo, al público que no cesaba ahora de tirar las almohadillas de las plateas, sombreros y flores.
Finalmente me sacaron a babuchas, tocando pelo,  por la puerta grande, hacia la eternidad.





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