Datos personales

Mi foto
Hace 20 años que escribo y tengo publicada una novela corta

TAL VEZ CONVENDRÍA...

...aclarar cual es el propósito de este blog. Hace mucho tiempo que vengo con la idea de publicar,vaya a saber porque, un montón de cuentos, relatos, casi crónicas (algunas de ellas).Si desmenuzamos el "vaya a saber porqué", o al menos lo intento, tropezaré con algunas ideas vagas, como narcisismo, exhibicionismo, que se yo, dejarles a mis hijos algunos divagues...
Entonces mi cuñado me mostró el blog de un amigo y me dije: Bárbaro, con esto me alcanza y de paso por ahí gente que quiero y otras que no conozco lean algunas cosas de estas y al menos les resulte entretenido. Ojalá.

Sentate y ponete a leer

Sentate y ponete a leer
¿Estás cómodo?

miércoles

EL ZORRO (Cuento)

I El aviso o “reclame” como dirían, algunos viejos argentinos burgueses, afrancesados, aunque tuvieran apellidos mas españoles que el azafrán, decía claramente que Guy Williams “El Zorro”, estaría en persona, en el Circo que estaba por esos días en Rosario. Mis pequeños hijos varones y yo solíamos mirarlo por TV, junto al gordo y simpático sargento García, haciendo de las suyas en su fantástico caballo negro con el que saludaba desde lo alto, parándose en dos patas, deshaciendo los siniestros planes del mandón de turno, mientras manejaba la espada y el látigo, con la gracia de un bailarín. Sin duda era una presencia, con su bigote bien recortado, su impecable sonrisa y una seducción natural con la que compraba a chicos y grandes. Además a mí me vuelven locos los caballos. De modo que ver al Zorro en persona y a caballo me pareció un programa irresistible. Cuando se los propuse a los chicos, me miraron como si estuviera loco. Para ellos no podía suceder, no era posible ver en persona a una estrella de la TV. Pero cuando pude convencerlos que efectivamente estaríamos frente a frente con él, con el Zorro, entonces no sólo aceptaron sino que además los carcomía la ansiedad por el tiempo que restaba para poder constatar que efectivamente había héroes que eran de carne y hueso. Finalmente el sábado llegó y partimos hacia el anhelado encuentro. Cuando llegamos, el aspecto del circo me sorprendió: era desoladora su pobreza que lindaba con lo miserable. Esperaba un gran circo y a una multitud de padres con niños pugnando por una entrada habilitante para espiar el Monte Olimpo. Tampoco era así. Poca gente, pocos chicos con aire casi aburrido, hacían tiempo comiendo pororó. Acuciado por la curiosidad que empezaba a transformarse en angustia, decidí quedarme mientras vocalizaba palabras de aliento. “En un ratito, veremos al Zorro” decía, sin mucha convicción, porque empezaba a sospechar que todo era un vulgar engaño. Seguramente, pensaba, podrían un tipo con antifaz, algo parecido a él y después... andá a cantarle a Gardel. Nunca me sobró la plata y menos en esa época, de modo que también me sentía bastante fastidiado. Pero, más rabia me daba era que engañaran a mis hijos, y tal vez lo peor, era que no los engañaran, y en cambio, ellos me vieran como una especie de estúpido fácilmente estafable. Llegó el momento de entrar y el espectáculo comenzó. Confirmando mi peores presagios, todo era lamentable, casi risible, patético. Porque no hay nada peor que la pretensión del fasto y de lo grandioso cuando es sostenido por ridículo oropel. Desde el maestro de ceremonias, que no paraba de anunciar la presencia de “uno de los mas famosos actores norteamericanos, Guy Williams o sea el mismísimo Zorro”, a los payasos gritones, que dejaban impávidos a los pocos espectadores que estábamos bajo esa carpa húmeda, fría y mal iluminada, y algún otro número que por malo seguramente no recuerdo, conformaban una especie de corte de los milagros. Todo esto hacía pasar mi fastidio a un estado de bronca, que mal disimulaba, con los chicos que se revolvían en sus asientos. Hasta que atronó el ambiente la conocida música del Zorro: “En su cooorceel, cuando sale la luna...aparece el bravo Zorro, Zooorroo, Zorrooo” provocando por fin la atención de mis hijos y de todo el público. Mi escepticismo había trepado hasta las nubes. Sin embargo, se abrió la mustia cortina principal de la carpa apareciendo en un gordo y feo caballo blanco un Zorro también entrado en carnes, Zorro vestido indudablemente de Zorro, antifaz incluido, dando una vuelta alrededor de la pista, mientras saludaba, y que en la segunda vuelta se sacó el antifaz para mostrar a nada menos que...a Guy Williams. Indudable Guy Williams, su misma sonrisa y su mismo bigote pero con no menos de treinta kilogramos mas. Me pareció, sólo me pareció, que me había mirado con alguna insistencia antes de irse por donde había entrado. Y hubo aplausos, incluso el mío, que no salía de mi asombro y pena. Creo recordar que después mantuve una discusión con los chicos. Ellos no creían que fuera el verdadero Zorro. Mucha gente sabe que Guy Williams arribó en algún momento a Buenos Aires, ya decadente y alcohólico. Terminó exibiéndose en espectáculos de mala muerte que se montaban solo alrededor de su fama. Su vida terminó suicidada en un hospital público de Mendoza, si la memoria no me engaña. No me estafaron, sólo me hirieron una vez mas, porque las películas del Zorro aún hoy se exhiben por la TV y pienso que hay gente, empresas, que aún ganan dinero con ellas. Pero bueno, esas son las reglas de juego de la libertad americana. II Varios días después, ya olvidado del asunto, caminaba un sábado, de mañana, por calle Córdoba, la arteria mas importante de nuestra ciudad, precisamente en el horario del mediodía, bullante como una caldera, solo que en ella rebosan personas, cuando siento que me tocan el hombro, en tanto una voz que me resultaba conocida me llamaba: - Hey, mister, señor... Me doy vuelta y ahí estaba él, Guy Williams. - Disculpe, pero quiero hablar con usted – y agregó en un aceptable castellano – lo invito a tomar un café . A decir verdad yo solo estaba paseando, de modo que si a eso le agregamos, una vez salido del asombro, la intriga, la curiosidad que me despertaba tan insólito requerimiento, no tuve mas opción que aceptar el convite no sin antes preguntarle: - Discúlpeme usted a mí, pero ¿cuál es el motivo de su invitación? - Vea, usted es una persona muy transparente. En la función de los otros días se le notó claramente el disgusto que sentía. Y quería darle una explicación. En un primer momento estuve a punto de decirle que no hacía falta, que ya había pasado el momento, pero, algo, probablemente la curiosidad aludida, mas un sentimiento de conmiseración que me invadió, lo cual ocasionaría, en caso de negarme, una humillación, un agravio para la ya pobre situación de mi interlocutor, me inclinó como dije, a acompañar al hombre al bar “La Capital”. (Deseché “El Cairo” por la cantidad de amigos y conocidos que concurrían asiduamente y que si me veían con Williams me volverían loco con preguntas y bromas de todo tipo). Acodados en la mesa, el hombre me miró con intensidad: - No soy Guy Williams, soy su doble. Por años realizaba las proezas peligrosas del Zorro. - ¿Por qué me cuenta esto? – pregunté atónito. - Porque no es justo que usted se lleve tan mala imagen de Guy. Lo admiraba ¿entiende?. Lo quería más que a mi padre. - Si es así ¿Porqué hace esos números tan horribles? - Es cierto – contestó mirando hacia el suelo - pero lo hago por una razón muy sencilla: necesito dinero. Y no sólo para comer. Abotagado como era pensé con malicia que lógicamente necesitaba dinero también para beber. Como si hubiera adivinado mi pensamiento se adelantó: - Es verdad que también bebo. Pero necesito dinero para mi hijo que está muy enfermo. Por otra parte, si le doy una explicación es porque se nota en usted una clase de persona que no es común encontrar. A la mayoría de la gente no le importa demasiado si el Zorro está gordo y decadente o no. Al contrario, a veces, parece que lo disfrutan. Es como que se solazan. Ud. en cambio, se quería encontrar con el verdadero Zorro. - ¿Qué quiere decir con que no soy común de encontrar? - Parece ser sensible, hay algo de inocencia infantil en usted, como una cierta honestidad. - Le agradezco, ¿quiere que le enumere mis defectos? - No, no hace falta, para mi deseo de hablar con usted del Zorro me alcanza con las cualidades que le referí. Por otra parte ya me voy, sólo quería advertirle que no soy Guy Williams y quería también pedirle disculpas. Es más, quiero devolverle el dinero de las entradas. No lo tengo encima de modo que le ruego me diga cuando y donde se lo puedo devolver. - No, no se haga problemas por eso... – empecé a decir. Pero me interrumpió. - Se lo ruego, me sentiré mejor si acepta esa devolución – y agregó - ¿como hacemos para encontrarnos? Era tal el tono de su voz, que no llegaba a ser suplicante, pero si apremiante, como si me pidiera que lo dejara reivindicarse, que no me pude, otra vez, negar. La cita fue nuevamente en el mismo bar, a las once de la noche unos días después. No bien lo vi advertí que estaba borracho. Con voz pastosa me conminó: - Siéntese por favor – y agregó – aquí tiene su dinero. Lo tomé y nos quedamos mirándonos un rato. Se acercó un mozo y pedí un café. - Vea – dijo interrumpiendo el silencio - ¿Sabe una cosa? Es terrible ser un personaje. - ¿Cómo un personaje? Disculpe, me parece que no entiendo. - Claro, un personaje – dijo arrastrando la voz – un personaje como Batman, Superman, Tarzán. Un héroe. - ¿Y por qué?. - Claro – insistió - ¿No se da cuenta? ¿No ve que uno está condenado a representar al personaje? Que no se puede salir de él. Siempre sonriente, siempre valiente, sin miedo, siempre haciendo lo que los demás esperan de uno. No es humano...por eso lo tuve que matar, aunque no pude hacerlo del todo – dijo y largó un sollozo. - ¿Cómo que tuvo que matarlo? ¿A quién? – pregunté aunque ya sabía la respuesta. - Al Zorro ¿A quien va ser? – dijo medio hipando. Hizo de nuevo silencio por un rato. - ¿Sabe? Cuando el Zorro terminó su contrato tenía bastante dinero. Pero el casino, Las Vegas, las mujeres, el alcohol, son una tentación demasiado fuerte. Y ya no hubo nuevos contratos. Así la plata se fue yendo. Solo algunas presentaciones en cabarets, en pequeños teatros de pueblos. Pero claro, lo que ingresaba nunca podía alcanzar si se seguía con semejante tren de vida. Yo me daba cuenta que el Zorro declinaba sin parar. Y eso no lo podía soportar. El Zorro no podía dejar de ser el Zorro. Mientras el hablaba no podía dejar de pensar que ese drama de no poder dejar el personaje, en realidad, nos afecta a todos. Si, construimos un personaje, nos aferramos a esa construcción y después ya no podemos despojarnos de él. - Así que un día – continuaba – no soporté mas y lo maté. Después me largué para acá, para la Argentina, y como tenía un hijo enfermo no me quedó otra cosa que hacer lo que detestaba que el Zorro hiciera. Pero al menos, cuando detecto a alguien que se siente consternado por lo que hago, trato de localizarlo y explicarle – aquí su voz se quebró – y pedirle que me perdone. - De ese modo intenta dejar al Zorro a salvo – dije - Exactamente – concluyó. Quedó taciturno y empezó a cabecear no se si de sueño o por la borrachera. III Meses después que me enteré de su muerte quiso el destino que conociera a uno de los médicos que lo atendió en el hospital al que lo habían llevado moribundo. Me relató el final. - Cuando lo trajeron ya no se podía hacer nada, sin embargo alcanzó a decir algo que me dejó intrigado – hizo una pequeña pausa y agregó – dijo: “ahora lo maté del todo”. - ¿Constató usted su identidad? – pregunté en un hilo. - Si, porque no tenía documentos, de modo que fue necesario remitir las huellas dactilares para que se nos informara fehacientemente. No se puede hacer un certificado de defunción a nombre de alguien si no se está seguro. - ¿Y quien era, entonces? – interrogué nuevamente con cierta angustia. - ¿Cómo que quién era? ¿Quién iba a ser? – me dijo mientras me miraba como si yo fuera un loco y finalizó – Guy Williams, el Zorro, naturalmente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario