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Hace 20 años que escribo y tengo publicada una novela corta

TAL VEZ CONVENDRÍA...

...aclarar cual es el propósito de este blog. Hace mucho tiempo que vengo con la idea de publicar,vaya a saber porque, un montón de cuentos, relatos, casi crónicas (algunas de ellas).Si desmenuzamos el "vaya a saber porqué", o al menos lo intento, tropezaré con algunas ideas vagas, como narcisismo, exhibicionismo, que se yo, dejarles a mis hijos algunos divagues...
Entonces mi cuñado me mostró el blog de un amigo y me dije: Bárbaro, con esto me alcanza y de paso por ahí gente que quiero y otras que no conozco lean algunas cosas de estas y al menos les resulte entretenido. Ojalá.

Sentate y ponete a leer

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¿Estás cómodo?

domingo

ANTIFOTOGRAFIA (Ficción)

Si los hechos no se hubieran sucedido con una lógica tan exacta, tan correcta, se podría haber pensado que estos eran el producto de una mente desquiciada.
El jardinero de la mansión había descubierto, cuando cortaba el césped, una máquina fotográfica Leica de 35 mm.  con óptica Zeiss, enterrada hasta la mitad, a la vera del sendero principal, que se abría paso por el espléndido jardín  transportando a propios y extraños, de la verja de entrada de hierro a la puerta de roble macizo, ingreso de la gran casa de estilo victoriano.
Después de revisarla con cuidado, el hombre se la entregó a su dueño, sir Richard Bhrigton quién creyó de inmediato que se trataba de la cámara de su propiedad,  tan útil a la hora de fotografiar los bellos paisajes que circundaban su hogar, amén de inmortalizar en el celuloide, sus acalorados encuentros con algunos jóvenes mancebos del lugar.
Pero su asombro fue mayúsculo cuando comprobó que la suya estaba en el lugar acostumbrado: en el segundo cajón de la derecha de su imponente placard. Asombro que no hubiera sido tal de no mediar que ambas cámaras eran exactamente iguales. No iguales, idénticas. Los números de serie, los detalles mas insignificantes estaban en las dos, de modo que ni  un experto podría diferenciarlas. Su perplejidad trepó a su punto mas alto cuando comprobó que como en su propia cámara, la encontrada tenía, según el contador de la máquina, también ocho tomas realizadas.
No perdió un instante y se dirigió a la casa de fotografía de su absoluta confianza dado que su propietario participaba con frecuencia de los jolgorios de sir Richard y esto le permitía llevarle para ser procesadas, sus muy frecuentes escabrosas vistas.
Cuando fue a buscar el material,  su compañero de juergas le comunicó con el rostro demudado: - Yo no revelo eso. Consíguete otro fotógrafo y por favor no vengas más por aquí. Le devolvió la máquina junto con los negativos que sí había procesado y se negó a cobrar su trabajo.
-    ¿Pero que pasó?¿Porqué no hicistes las copias? – interrogó asombrado Bhrigton.
-    Por favor, retírate – y añadió el atribulado fotógrafo – no lo tome a mal pero retírate.
Poco menos sacó a empujones de su local a sir Richard.
Ya en su casa, se sentó a pensar en todos estos sucesos. Que las máquinas fueran idénticas solo podría ser obra de una exquisita casualidad, se dijo y continuó: - no entiendo entonces el susto y la negativa del fotógrafo. Por otra parte, es ridículo pensar en un paralelismo entre ambas cámaras; no pueden estar las mismas fotos.
Decidió hacer un intento con su propia cámara. Volvió a lo de su amigo a quién tuvo que convencer, después de argumentar mucho, contarle la historia y mostrarle las dos cámaras, que hiciera las copias y revelara los negativos de la cámara “normal”.
Una vez reveladas éstas mostraron una escena de una fiesta en la que predominaba el tono alegre, con morisquetas y bromas visuales, muy propias de quienes han incursionado por los dominios báquicos y las otras siete, eran retratos de cada uno de los asistentes, porque (siempre dentro de una atmósfera jocosa) decidieron hacer un concurso para determinar quién era el mas bello de los concurrentes.
De modo que aún cuando pudiera haber ocurrido la disparatada fantasía consistente en encontrar en el otro rollo las mismas fotografías, no habría ningún motivo que justificara la reacción de su compinche.
Mas tranquilo decidió llevar el rollo con los negativos “maditos” a otra casa de fotografía. La relación con éste comercio era impersonal. Es decir, no conocía a nadie. Le dijeron cortésmente que volviera al día siguiente.
No pudo evitar esa noche dormir mal. Estaba ansioso y no sabía bien porqué, también angustiado.
Se dirigió a la casa de fotografía no bien se levantó de su agitado sueño al clarear el nuevo día. Cuando llegó el negocio acababa de abrir sus puertas. El empleado que lo atendió le dijo que su patrón, el dueño del negocio, todavía no había llegado y que había dejado expresas instrucciones por las que sólo él y nadie mas que él atendería en persona a sir Richard.
De cualquier modo, aunque esto le produjo una fuerte inquietud, no tardó mucho el hombre en hacerse presente.
Cortésmente y en forma grave, lo instó a pasar a su despacho privado.
Una vez en el mismo, y bajo la atenta mirada de múltiples retratos (fotográficos, claro) que lo escrutaban desde las paredes, el hombre sacó una cigarrera e invitó a sir Richard, quién rechazando con un gesto suave el convite le dijo: - Gracias señor, me gustaría saber porque este inusual, supongo, trato con un cliente.
Desde el otro lado del gran escritorio en el que se hallaba sentado, el hombre abrió una caja fuerte que tenía en un costado y sacando el cilindro de bakelita que portaba el negativo se lo entregó mientras le decía: - Sir Richard, no pierda tiempo y deshágase de esto por el amor de Dios.
Y antes de que Bhrigton pudiera contestar le agregó: - no me pregunte nada, porque no le voy a contestar. Le ruego por favor, que no le diga a nadie que usted vino con este material – y continuó estrangulando la voz - Es mas, esta reunión no existió, usted jamás estuvo aquí.
Se levantó, un tanto pálido, indicándole que saliera por una puerta lateral, de servicio.
Sir Richard al retirarse alcanzó a ver que el nuevo fotógrafo se tomaba la cabeza mientras con voz algo llorosa murmuraba: - es la antifotografía.
De regreso en su casa, sir Richard no dejaba, ahora casi afiebradamente, de preguntarse que pasaba con ese negativo que ahora no tenía la menor duda tenía que ver con él. Por supuesto, ya había intentado fisgonear en el negativo sin resultado alguno. Le pareció, eso sí, que efectivamente los negativos eran iguales a las copias obtenidas en su máquina.
Le retornaba una y otra vez lo dicho por el comerciante: “antifotografía”.
Siempre puede suceder que se tomen decisiones fatales, cometer un gravísimo error, que nos persiga para siempre o cuyas consecuencias son ilevantables, incalculables. Mucho mas pesaroso cuando la intención ha sido noble.
Aunque éste no era el caso, sir Richard tomó su mala decisión: él mismo revelaría las fotos. Para ello adquiró un manual de fotografía práctica: “Revele usted mismo sus propias fotografías” y también una ampliadora, las bandejas y los componentes químicos necesarios: revelador, fijador, etc. Una lámpara roja y unos metros de tela negra completaban el laboratorio mínimo para poner manos a la obra.
Cosa que hizo sin dilación, no bien terminó de instalar el dispositivo necesario y después de haber dejado la casa vacía de servidumbre.
Sus manos tenían un ligero temblor cuando depositó el rollo con los negativos en el portarrollo de la ampliadora. Y comenzó el revelado.
Todo se desarrollaba normalmente: exponía el papel en la ampliadora, sumergiéndolo después en el revelador, lo pasaba al fijador y finalmente lo depositaba en el agua. Muy pronto terminó con las ocho copias. No salía de su asombro, ¿Cómo podía ser posible la duplicación de los negativos? Las colgó para que se sequen y para apurar el proceso utilizó un secador de pelo.
En eso estaba cuando primero le pareció (creyó que era un engaño de sus sentidos) y luego advirtió sin lugar a dudas y con una terrible angustia, que los personajes fotografiados se movían. Eso pasaba en la primera fotografía en donde aparecían los siete participantes de la reunión.
Ahí estaban, charlando y haciendo chistes, como en un film, donde incluso se escuchaban sus voces, el tintinear de las copas, el ruido de los sillones al sentarse, de los muebles al correrse, reproduciendo, en fin, los momentos que habían vivido en esa fiesta. Así siguió hasta que comenzaron a retirarse, dejando vacía la sala, hasta que se apagaron las luces.
Atónito, aterrorizado, pero fascinado y con una total imposibilidad de apartar la vista, recordó que las otras siete fotos y así lo comprobó, eran las de cada uno de los asistentes por ese irrisorio concurso de retratos.
Pudo comprobar también, que las fotos se desanimaban cuando les sacaba la vista.
Miró entonces uno de los retratos y al animarse mostraba todo lo que le sucedería en el futuro a Sergio, su más que amigo predilecto. Y le ocurrían cosas que jamás se hubiera imaginado: Sergio se involucraba en la violación y asesinato de una joven adolescente por lo que, una vez sorprendido y juzgado fue condenado a muerte. Todo apareció en la fotografía: incluída la ejecución. Sorprendido, sir Bhrigton notó que el tiempo real que había dedicado tal vez a unos cinco años de la vida de su amigo habían sido solo diez minutos de tiempo real.
Obsesionado, con mirada alucinada, fue mirando, no podía dejar de mirar, las otras fotografías que también, como en un cinematógrafo atroz, mostraba la secuencia ininterrumpida de la vida de los otros retratados hasta su muerte. Afortunadamente salvo para dos de ellos que perdieron la vida en un accidente automovilístico, los demás murieron por causas naturales a una edad avanzada.
Sólo faltaba mirar lo mas temía: la fotografía de él mismo.
Se sentó a cavilar sobre lo que estaba sucediéndole: Buscó luego un cuaderno donde dejó escrita su espantosa experiencia y que sirvieron para que después, yo, su mayordomo, pudiera escribir este testimonio. Entre sus anotaciones escribió: “Ahora endiendo porque lo de la “antifotografía”. La fotografía detiene el tiempo. Por eso también se las ha llamado “instantáneas”. Instante rescatado de la continuidad destructiva del tiempo. Estas fueron “antifotografías” porque no solo no eran un corte en el tiempo sino que mostraban el desarrollo que fatalmente se suceden en el tiempo”
Finalmente pudo mas su curiosidad, su ansiedad que lo dominaba por completo, que su sensato terror. Lo que no vió fue su cara de espanto mirando la fotografía, y fue lo último que vió porque su corazón estalló fulminándolo.
Doy por seguro que fue así que terminó su vida porque lo anticipó en su escrito: no podría soportar ver su propia muerte.
Cuando lo encontramos, los negativos y las copias estaban completamente velados.

Los Cocos, enero 2003