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Hace 20 años que escribo y tengo publicada una novela corta

TAL VEZ CONVENDRÍA...

...aclarar cual es el propósito de este blog. Hace mucho tiempo que vengo con la idea de publicar,vaya a saber porque, un montón de cuentos, relatos, casi crónicas (algunas de ellas).Si desmenuzamos el "vaya a saber porqué", o al menos lo intento, tropezaré con algunas ideas vagas, como narcisismo, exhibicionismo, que se yo, dejarles a mis hijos algunos divagues...
Entonces mi cuñado me mostró el blog de un amigo y me dije: Bárbaro, con esto me alcanza y de paso por ahí gente que quiero y otras que no conozco lean algunas cosas de estas y al menos les resulte entretenido. Ojalá.

Sentate y ponete a leer

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¿Estás cómodo?

lunes

TOMATES Y HONGOS (Cuento)

Comenzaba a rehogar una cebolla, por supuesto en aceite de oliva, un poco nomás, cuando en ese preciso momento sonó el teléfono. Como estaba solo en casa, no tuve  más remedio que atender.
-          Hola ¿usted es Pancho Carranza? – dijo una voz rara.
-          Si, ¿quién habla?
-          Eso no importa, lo que importa es que si querés ver a tu hijo con vida sigás atenti  las indicaciones que te voy a dar.
Puta, se me va a quemar el aceite pensé.
-          ¿No podría llamar en un ratito, por favor?
-          ¿Me estás jodiendo? Te lo mato al pibe, no te hagas el boludo.
-          Es que en este preciso momento no lo puedo atender.
Corté el teléfono, estos tipos suelen ponerse pesados y descolgué para no ser molestado y corrí a la cocina. Por suerte no se había quemado nada. Agregué una hoja de laurel, un poco de pimentón dulce y una pizca de ají molido. Luego agregué dos latas de tomate cubeteado y recordé que había quedado en llamar por teléfono a mi amigo Charlie, invitado al almuerzo que estaba preparando, para confirmar la hora del encuentro.
-          ¿Venís?- le dije cuando atendió.
-          Menos mal que me hablaste, la verdad es que me había olvidado. En un rato estoy en tu casa – y preguntó - ¿Qué vas a cocinar?
-          Tallarines con una salsa de tomates y hongos.
-          Llevo un vinito Malbec y helado de menta – concluyó.
Colgué olvidándome del molesto secuestrador. De inmediato sonó el teléfono.
-          ¿Te volviste loco? Tengo tu hijo, escuchalo así ves que no es verso – gritó no bien atendí.
-          Bueno, dale, pero rápido – contesté impaciente temiendo que los tomates se secaran.
-          ¡Papá, me tienen estos tipos, hacé algo, por favor! – dijo la voz inconfundible de Nicolás
-          Mi querido, lo que pasa es que estoy cocinando y viene Charlie a almorzar – expliqué.
-          Pero viejo, estos están reembroncados, dicen que vos los estás jodiendo y que me van a cortar un dedo por cada hora que pase – dijo casi llorando.
-          Ponémelos al teléfono – dije imperiosamente.
-          Hola tarado, escuchá queremos ciento cincuenta mil pesos. Juntalos y te llamamos en un rato para darte más instrucciones – y el delincuente cortó.
Volví a la olla, los tomates estaban bien. Les eché sal y pimienta. También azúcar y un caldito  de gallina. Días atrás pensaba  sobre las cantidades en las especias, sal y azúcar y cualquier otro agregado. Había llegado a la conclusión de que nunca usaba medidas. Sin embargo, las comidas preparadas por mí salían muy ricas. No era sólo mi opinión, todos mis amigos y parientes alababan lo sabrosos y exquisitos que eran mis platos. Nunca había reflexionado sobre cuál era el método usado. Razonablemente pensé que algún sistema utilizaba. Concluí que en efecto ponía en práctica uno: podía casi percibir con la imaginación, con mucha precisión, como iba cambiando el gusto del preparado en curso a medida que le echaba los diversos ingredientes, calculando la cantidad de porciones y multiplicando por ellas como si fuera una porción individual en esa degustación en la fantasía. Si cocino para seis, le pongo la sal que me gustaría para mí parte y la multiplico por seis. Esto lo hago casi sin pensar. Que  sepa nunca o muy rara vez me he equivocado.
En esas cavilaciones estaba cuando sonó otra vez el teléfono.
-          En una hora poné en el container que está en Pellegrini y 1° de Mayo la guita en una bolsa de supermercado en la que tenés que dibujar una cruz con un marcador negro en los dos lados de la bolsa. Ni se te ocurra avisar a la policía – y agregó riéndose – uno de los canas nos pasa el aviso que avisaste. Si no está la mosca te mandamos un dedo de tu hijito.
-          Imposible, mandame el dedo nomás. Hoy es domingo y los bancos están cerrados. En el cajero no tengo disponible semejante cantidad. Además, ya te dije, estoy cocinando y no me puedo ocupar porque se me quema la comida – y corté.
La salsa ya estaba en ebullición de modo que le bajé el fuego. Previsor, como debe ser todo aquel que aspire a cocinar bien, tenía desde hace no menos de dos horas una buena cantidad de hongos secos remojados en vino tinto.
Alrededor de esto hay discusiones: Están quienes aseguran que a  los hongos secos (en general son de pino y también los hay de cocos) hay que ponerlos en agua tibia y no en vino, porque éste les altera el gusto. También están los que se deciden por el vino blanco. Yo siempre preferí el tinto en las salsas rojas como lo hacía mi padre y el blanco si voy a hacer una salsa con crema de leche.  Siempre me dio buen resultado. Por otra parte, no se cual sería la diferencia si en el caso de remojarlos con agua de todos modos le agregaría tinto a una salsa de tomates como era la que cocinaba.
En una olla grande ya había roto el hervor el agua con sal entrefina, de modo que metí los tallarines en ella.
Llamaron desde la puerta de calle y entraron mi mujer y Charlie. Mi mujer traía pan fresco.
Agregué un poco, tan solo un poco de orégano en la salsa. Y ordené:
-          Pongan la mesa nomás, pero no pongan plato para Nico porque no va a venir a almorzar.

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