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Hace 20 años que escribo y tengo publicada una novela corta

TAL VEZ CONVENDRÍA...

...aclarar cual es el propósito de este blog. Hace mucho tiempo que vengo con la idea de publicar,vaya a saber porque, un montón de cuentos, relatos, casi crónicas (algunas de ellas).Si desmenuzamos el "vaya a saber porqué", o al menos lo intento, tropezaré con algunas ideas vagas, como narcisismo, exhibicionismo, que se yo, dejarles a mis hijos algunos divagues...
Entonces mi cuñado me mostró el blog de un amigo y me dije: Bárbaro, con esto me alcanza y de paso por ahí gente que quiero y otras que no conozco lean algunas cosas de estas y al menos les resulte entretenido. Ojalá.

Sentate y ponete a leer

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lunes

A LAS PIÑAS (Crónica)

¡Mirame!¡Mirame bien!¡Mirame bien a la cara! Así no te olvidás – le gritó y agregó – la próxima te mato.
El otro trató de mirarlo entre las rayas, en eso se habían convertido sus ojos, que se le cerraban cada vez más. Este tipo no jugaba, hablaba en serio. Por otra parte, le dolía todo el cuerpo. Sangraba por el pómulo y  la nariz.
- Era el último – pensó el que gritaba. De cualquier modo, decidió que era mejor terminar definitivamente el asunto. Ya se sentía mas tranquilo.
Cuando comenzaba a pegar piñas ya no paraba. En una época decidió hacerse cana, por consejo del cura de la parroquia. Duró poco. Se le fue la mano con un chorro y puso en  compromiso a un comisario por culpa de unos tipos de los Derechos Humanos; para colmo no se metía en los afanos, en los aprietes. El era derecho. Se dio cuenta que no servía para eso. Entonces consiguió un trabajo de colectivero. Le gustaba manejar y otro laburo no le cuadraba. Le gustaba el contacto con la gente. No hablaba pero escuchaba.
Esa noche fue intensa. Como veinte tipos se subieron al colectivo a la salida de la Fiesta de las Colectividades. Estaban sudados como caballos, y el olor a cerveza y vino barato podía voltear paredes. Hablaban y se reían a los gritos. Ninguno hizo siquiera un mínimo ademán de pagar el viaje. Uno de ellos encaró a la gente que estaba sentada en el final del colectivo y les ordenó con una cruel sonrisa en la boca:
- Fuera de nuestros asientos, mugrientos, no vaya a ser que nos sentemos encima de ustedes.
Pancho no dijo nada y arrancó el colectivo como si tal cosa. Los tipos estaban tan borrachos y tan entretenidos en molestar a los pasajeros que no se dieron cuenta que fueron derechos hasta la Jefatura de Policía. Cuando se espabilaron ya era tarde. Un montón de canas rodeaba el ómnibus y otros tantos hacían bajar a todos los pasajeros.
Los integrantes de la patota estaban atónitos. No podían creer lo que les había pasado.
Pancho decidió que ya era suficiente y después de firmar la declaración que le tomaron sacó el ómnibus de la jefatura y se fue a terminar el recorrido.
En esos dos meses Pancho no cambió su rutina. En la cabecera del recorrido ubicada en la periferia de la ciudad, al llegar la noche, había un carrito que expendía choripanes. El solía comer uno con un vaso de vino. Después fumaba y solía recordar sus tiempos de poli, cuando jóven y admiraba a los viejos que andaban en la pesada matando estudiantes. También sabía que torturaban y eso los hacía admirarlos mas, porque pensaba que para hacer eso había que ser muy duro. Esos zurditos de mierda se la merecían, nenes de papá que se hacían los machos. Si eran blanquitos del centro, eran. Es verdad que de vez en cuando caía algun laburante, a esos si les tenía un poco de lástima.
El que es un capo bárbaro, sin duda, es Fidel. ¡Que discurso se mandó aquí! Pensaba. En realidad no tenía la menor idea de que significaba la palabra zurdo. Sólo sabía que eran esos melenudos del centro que con seguridad se cogían las minitas de la facultad.
Cuando llegó esa noche a la cabecera con el colectivo ya vacío le pareció que algo raro pasaba: el carrito de los choripanes  estaba con las luces apagadas. Y el flaco, el cuidador de todos los coches de la línea tampoco estaba.
Estacionó el suyo en el lugar de siempre y bajó.
Ahí fue cuando aparecieron los borrachos de la fiesta de las colectividades. Eran exactamente dieciocho y lo estaban esperando.

II

- Está abriendo los ojos, está abriendo los ojos – gritó la enfermera.
El médico se le acercó y le dijo:
 -Hace tres días que lo pusieron a dormir. Principio de conmoción cerebral...
- No le escucho nada – dijo Pancho – hable mas fuerte.
- Que hace tres días lo pusieron a dormir y que tuvo conmoción cerebral – empezó casi gritando y continuó – tres costillas quebradas, el meñique de la mano izquierda también, casi pierde un ojo y por lo que veo también tiene el oído lesionado. Ya se lo vamos a revisar. Mejor no se mire al espejo por unos días. Se va a impresionar, tiene la cabeza y la cara hinchada por los golpes y está amoratada. Tuvo suerte de no perder algunos dientes.
Recordó entonces lo que le había pasado. 
Escupidas, patadas, trompadas, lo revolearon de los pelos. Eso fue después que él, al verlos, les dijera:
- Hola putitos, se la vienen a cobrar como maricas, un montón contra uno solo, cagones de mierda...
Y ya no pudo continuar.
Tres meses estuvo enyesado y otros tantos de rehabilitación. Anduvo un tiempo más ayudándose con un bastón.
Por fin llegó el día en que pudo ir a reincorporarse al trabajo.
Pero aún lo esperaba una desagradable sorpresa: el capataz le dijo que había quedado cesante.
Intentó que le dieran una explicación pero fue en vano. Le dijeron vagamente que el era un tipo conflictivo.
Fue al sindicato donde lo atendió un tipo con cara de lagarto.
Que le dijo que lo lamentaba pero que no se podía hacer nada. El por un instante, le pareció que todo se ponía rojo. Pero se dio cuenta que le habían mandado un perejil y que no tenía ningún sentido agarrárselas con él.
Sin embargo de algún lado le salió:
- Escuchame boludo, me podés decir para que garpo la cuota del sindicato? Escuchame, decime, porque si no me vengo loco, quien es el hijo de puta que manda aquí. Decime el nombre y el apellido, donde vive. ¿Tiene auto? ¿Dónde se fue de vacaciones? – y continuó – no me vengas con que no sabés, alcahuete de mierda. Vos sos un idiota que por unas chirolas, sacas la cara por esos guachos.
El iguana se puso pálido pero resistió.
- No tiene porque insultarme – titubeó un poco y agregó – en todo caso haga una nota...
- Si, seguro, voy al baño y encuentro allí las notas de todos los giles como yo – se dio vuelta para irse. Cuando llegaba a la puerta volteó la cabeza y dijo – Alguna vez tendrán que pagar todas las perradas que nos hacen, tendrán – Y pegó un portazo que sonó como un tiro.
Decidió que la culpa la tenían esos zainos que lo habían fajado. Por culpa de ellos lo habían hechado. Porque tuvo que faltar como seis meses, tuvo.

III

No le resultó difícil, habiendo sido policía, averiguar los domicilios de los patoteros. Por suerte estaban bastante dispersos. Eran integrantes de una barra brava. Con gran paciencia estudio sus movimientos y cuando lo creyó conveniente los fue cagando a palos  uno por uno.
Por cierto que se las cobró. No les tuvo piedad. Lo hizo con celeridad, en menos de una semana, para que no tuvieran tiempo de ponerse en sobreaviso.
Todo me lo contó en el hospital psiquiátrico donde lo había mandado un juez por propinarle una paliza a su concubina (él alegó que ella lo engañaba).
Le pregunté porqué se había tomado tantas molestias para vengarse. El sin inmutarse me dijo, en ese estilo cansino y tranquilo que tenía: – Sabe, la bronca no me dejaba dormir.
























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