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Hace 20 años que escribo y tengo publicada una novela corta

TAL VEZ CONVENDRÍA...

...aclarar cual es el propósito de este blog. Hace mucho tiempo que vengo con la idea de publicar,vaya a saber porque, un montón de cuentos, relatos, casi crónicas (algunas de ellas).Si desmenuzamos el "vaya a saber porqué", o al menos lo intento, tropezaré con algunas ideas vagas, como narcisismo, exhibicionismo, que se yo, dejarles a mis hijos algunos divagues...
Entonces mi cuñado me mostró el blog de un amigo y me dije: Bárbaro, con esto me alcanza y de paso por ahí gente que quiero y otras que no conozco lean algunas cosas de estas y al menos les resulte entretenido. Ojalá.

Sentate y ponete a leer

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lunes

LA TERRAZA (Recuerdo infantil)

No recuerdo cual cumpleaños era. Tal vez el de los nueve o el de los diez años. Hacía mucho tiempo que ansiaba una pelota de fútbol número cinco. La que usaban los grandes, los jugadores de fútbol de verdad, esos que salían en las figuritas. De cuero, sin tientos.
Le pedí a mi papá, sin mucha esperanza,  que me comprara una para ese cumpleaños.
Para mi asombro e infinita alegría accedió y  me dio el dinero necesario. Creo que me salieron alas rumbo a la casa de deportes que las vendía y volví a toda velocidad a mi departamento del tercer piso abrazando a esa cosa redonda y olorosa. Como ya lo había aprendido cien veces en discusiones sobre que era lo mejor,  si ponerle grasa o pomada y pasarle el cepillo, hice lo que parecía superlativo: primero le pasé grasa que saqué de unas costeletas,  luego la unté con pomada,  la cepillé y le dí  y le dí con la franela hasta que estuvo reluciente.
Ahí estaba. Que me la compararan con el santo grial si querían. Era el resumen absoluto de lo deseado. Años después al leer el Alhep de Borges, cuando describe esa circunferencia en la que estaba el alfa y el omega de todo, de todo, todo, se me ocurrió que yo lo había tenido en forma de pelota de fútbol.
Fui a buscar a Aldo, mi compañero de juegos, que vivía en el mismo piso que yo. Como quién exhibe una joya le mostré mi tesoro. Y por supuesto lo invité a jugar con ella en la terraza. Terraza que era el remate de los cinco pisos de departamentos y el centro de reunión de los chicos de ese edificio. Que mágicamente mutaba de cancha de fútbol con pelota de trapo a cancha de rayuela o a pista de carreras de autitos rellenos con masilla.  Subimos en el ascensor con la unción de quiénes van a tomar la primera comunión mientras  mi amigo apoyaba su mano en la pelota que sostenía yo con todas mi fuerzas.
Pasamos la puerta de entrada a la terraza. Era una mañana fresca y soleada. El sol brillaba intensamente.
Vos atajás – le ordené y continué – te voy a tirar un penal. Él,  sumiso, se puso en el improvisado arco constituido por una pared y un pulóver marcando el otro poste virtual. Conté doce pasos y apoyé temblorosamente la pelota en el suelo. Tomé carrera y con la zurda patié por única vez al maravilloso regalo de mi padre. Por única vez porque la pelota se elevó por encima de la mansarda que daba a la calles Entre Ríos y Urquiza,  por un instante reflejó el sol recortada en el azul del cielo,  y luego desapareció tragada por la ciudad.
Bajamos a toda velocidad y perdí la noción del tiempo que utilicé para encontrarla. Tampoco podría recordar a cuantas personas que me miraban atónitas les pregunté si no habían visto una pelota que bajó del cielo.
Volví a casa desconsolado. Una sola vez la había pateado. Una sola. No se lo mencioné a mi padre. Sé que había sido un esfuerzo para él.
Muchas veces me pregunté quién se la habría encontrado. ¿Un chico?¿Un grande que sorprendió a su hijo, pensando que los milagros existen?
O quién sabe, capaz que un ángel se la llevó y desde entonces juegan al fútbol esperando que vaya y me pregunten ¿querés entrar?


1 comentario:

  1. Estimado Nicanor, leí el cuento de la terraza y me pareció muy bueno. Está de diez....me parece. Me hizo acordar a una actividad de cuando eramos pibes: a la carrera de autitos de plásticos marrones rrellenos de masilla para vidrio con un lastre de plomo y una teta o protuberancia en la parte de abajo. Las pistas de carrera eran los cordones de la calle zeballos al 4100, frente al costado del hospital Carrasco. La teta que le fabricábamos era el freno que no le permitía caerse cuando se despistaba y enfilaba a la calle. Un afecto grande Aldo.
    aldoagueci@hotmail.com

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