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Hace 20 años que escribo y tengo publicada una novela corta

TAL VEZ CONVENDRÍA...

...aclarar cual es el propósito de este blog. Hace mucho tiempo que vengo con la idea de publicar,vaya a saber porque, un montón de cuentos, relatos, casi crónicas (algunas de ellas).Si desmenuzamos el "vaya a saber porqué", o al menos lo intento, tropezaré con algunas ideas vagas, como narcisismo, exhibicionismo, que se yo, dejarles a mis hijos algunos divagues...
Entonces mi cuñado me mostró el blog de un amigo y me dije: Bárbaro, con esto me alcanza y de paso por ahí gente que quiero y otras que no conozco lean algunas cosas de estas y al menos les resulte entretenido. Ojalá.

Sentate y ponete a leer

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lunes

EL TÍO QUELITO



I

La muerte de mi tío Quelito, estuvo rodeado de circunstancias propias del “realismo mágico” de García Márquez.
Al sentirse mal, se bañó, afeitó,  peinó con gomina, se puso camisa blanca, corbata, saco azul, pantalón gris, medias azules y zapatos negros acordonados. Después se acostó en su cama boca arriba, puso sus manos entrelazadas con un rosario sobre su pecho y murió.
Quería estar elegante para su velorio.
Había sido “Primer Secretario de Embajada” en México, San Salvador y Portugal. Fue durante el gobierno de Perón y el era puntero peronista en Villa Allende donde vivía en la casa veraniega de mi abuela materna, Doña María del Carmen Díaz Usandivaras de Martinez, dama patricia de Córdoba. Como él no era casado la servidumbre lo llamaba  niño Quelito. Digamos que no era un descamisado, era un rastacuer, el hijo de una señora que cuando se refería a las chicas de la servidumbre las nombraba como “chinitas de porquería”. Nacionalista católico, rosista, despreciaba a los turistas a quienes, cuando los cruzaba con su auto,  apostrofaba de “turrista” imitando acento italiano, porque también, éstos, los italianos, eran despreciables para él. Su peronismo me convenció para siempre que el peronismo no estaba a favor de los cabecitas negras.
De haber vivido lo suficiente hubiera sido menemista, con la salvedad que de vez en cuando dijera: “Carlitos es un turco de mierda”
Creo que nunca trabajó y para mi fue siempre un misterio como llegó a tener un Ford descapotable, un coche inglés para ser tirado por su padrillo Hackney puro y un bull terrier con pedigree, porque todo esto, aclaro, lo tuvo antes de su carrera diplomática.
Recuerdo que siempre se decía de él que era delicado de salud: estuvo enfermo de tuberculosis y la cantidad de remedios que tomaba deben haber hecho de su cadáver algo incorruptible.
Alguna vez alguien me comentó que era adicto a la cocaína, pero eso no me consta.
Ya jubilado, se hizo hacer una gran cantidad de tarjetas que rezaban: “Rogelio Martínez Díaz – 1er. Secretario de Embajada de la República Argentina – Ministerio de Relaciones Exteriores”

II
La primera vez que lo vi utilizar la tarjeta fue en ocasión de un pedido de mi padre:
-    Quelito, ¿podrás mover alguna inflluencia para apurar mi jubilación que está en trámite y demorada?
-    Pero claro Melitón, la semana que viene voy a Buenos Aires y me encargo.
Fui dos veces a Buenos Aires con él. Una de ellas con Carlos María Araya que fue mi amigo del alma y que terminó desaparecido en la dictadura como oficial montonero.
En una de esas oportunidades en la que lo acompañé, a la dependencia en la que haríamos la gestión encomendada por mi padre, al entrar divisé un cartel que decía “Informes” donde se encolumnaba una fila de personas, de modo que fui a colocarme detrás del último de la cola, de donde fui sacado de un manotazo brusco de mi tío Quelito mientras me amonestaba con un sonoro: “¡que hace m’hijito!”.
A continuación se colocó en el medio del salón y golpeó sonoramente las manos como cuando uno llega a una casa de campo donde no hay llamador de ninguna especie. Me puse rojo como un tomate porque toda la gente que estaba haciendo trámites en ese lugar se dio vuelta para mirarnos.
Ante mi sorpresa apareció un sujeto que en forma diligente se dirigió a él inquiriéndole:
-    ¿Señor?
-    Pongame en contacto con el jefe o encargado de esta dependencia – dijo autoritario mientras sacaba de su elegante impermeable de gabardina inglesa una tarjeta de esas.
-    En seguida señor – dijo sumiso no bien la leyó.
Casi de inmediato fuimos conducidos a una oficina donde un señor se levantó ceremonioso de su escritorio para estrechar la mano de mi tío y la mía, mientras se presentaban.
Se sentaron y el hombre con una sonrisa le ofreció:
-    ¿Un cafecito?
-    No gracias – dijo medio seco mi tío.
-    Bien, ¿Y en que puedo servirlos?
-    Se trata de la jubilación de mi cuñado – dijo mi tío (me pareció que cuando decía cuñado era como que decía cucaracha) y agregó – está un poco demorada y el pobre no puede esperar más – y finalizó –aquí tiene el numero de expediente.
-    Sí, si, veré de inmediato que se termine el trámite – dijo el hombre.
-    Bueno, gracias y cuando pueda lo espero a comer en el restaurante del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Nos fuimos después de los saludos de rigor… y al mes mi padre estaba jubilado.

III

Cuando fuimos con Carlos María y él viajamos en tren. Al llegar a Retiro se hizo bajar del vagón por un changarín que lo cargó tomándolo por las axilas hasta depositarlo en el suelo de la estación.
No recuerdo cual era el motivo del viaje, pero cuando estuvimos cerca de la Catedral, Carlos María quiso que visitáramos la tumba de San Martín. Cruzamos una avenida donde los autos andaban a mil, siguiendo a mi tío que haciendo caso omiso al tráfico cruzaba orondo, extendiendo el brazo con la palma de la mano hacia arriba, para que los autos se detuvieran, sin siquiera mirarlos, con la vista clavada al frente.
Aterrados (Carlos y yo, porque él estaba lo más campante), llegamos milagrosamente ilesos a la puerta de la Catedral…que estaba cerrada y en la que lucían los horarios para entrar en ella y que no coincidían, claro, con los nuestros.
Nosotros amagamos, decepcionados, con darnos la vuelta, pero él nos paró y sin inmutarse golpeó con fuerza la enorme puerta.
Al cabo de un instante la abrió un curita a quien sin mediar palabra le extendió la tarjetita. El cura la leyó y preguntó:
-    ¿En que puedo servirlo?
-    Vea, mi sobrino y su amigo quieren visitar el mausoleo de San Martín y como son de Rosario…
-    Sí, si, pasen –lo interrumpió el sacerdote
Nosotros pasamos y sentimos mientras nos alejábamos de ambos que tío Quelito le decía “….y lo espero a almorzar en el restaurante del Ministerio de Relaciones Exteriores”

IV

No recuerdo cuantas veces lo vi hacer lo mismo con excelente resultado, pero si me quedó grabado la oportunidad, que me pareció el colmo, en la que le dio la tarjetita a un hombre que estaba cortando el pasto frente a la Municipalidad de Funes (pueblo cercano a Rosario) mientras lo conminaba a que le avisara de su presencia al intendente.
No se si también lo invitó al comedor del Ministerio, pero en una de las oportunidades en las que lo acompañé a Buenos Aires, me dijo a la hora de almorzar que lo haríamos en el mentado restaurante ministerial, provocando que protestara porque mi atuendo no me parecía adecuado para concurrir a un lugar que suponía poblado  de personajes como jeques árabes, funcionarios de la ONU, embajadores, etc.
Pero él se mantuvo en sus trece diciéndome que no me preocupara agregando:
-    Usted va conmigo.
De modo que nos encaminamos hacia ese olimpo de los dioses, resultando ser que el lugar era el comedor de los empleados del ministerio, donde lucía en papel de envolver y clavado con una chinche en una especie de transparente un menú garabateado a mano en el que se leía:
“Hoy. Milanesa con fritas - $ 7.- Queso y dulce - $ 5.- Jarrita de vino de la casa - $ 4.- Café $ 2.- También hay albóndigas con puré o ensalada $ 7.-“
Nos sentamos mientras miraba que un mozo con un repasador mugriento colgado del brazo gritaba: “Marche una albóndiga con puré para la mesa cinco”.
A todo esto yo tendría por entonces unos veintidós o veintitres años, y mi tío Quelito me parecía el non plus ultra del chanta argentino, pero siendo un niño se me había antojado que él era un semidios.
Recuerdo un busto de bronce de su cabeza que se había hecho hacer y tenía en su cuarto. Y una poesía que había escrito que se titulaba “Que es poesía” y que me parecía muy bella y que solo quedó en mi memoria las últimas palabras que decía: “….es melancolía”.
El me regaló dos caballos: el Leonero y la María Bonita, en realidad los había regalado para mis hermanos y mis primos, los hijos de mi tío José.
Pero en los hechos eran prácticamente míos.
La María Bonita era una yegua preciosa. De ahí su nombre sacado de la canción de Agustín Lara dedicada a María Felix. Cuando vino de México me trajo un jean mexicano, con tachas a lo largo de las piernas y con dos cabezas de toro también hechas con tachas sobre los bolsillos delanteros y cuyos ojos, rojos, eran dos piedritas. Además nos regaló camisas de nylon que eran una novedad y que ahora comprendo que eran horribles.
Se trajo una montura mexicana de charro con sus cabezadas y que de vez en cuando me dejaban usar.
El y mi tío José fueron los que me enseñaron todo lo que se sobre los caballos. Aprendí a ensillar, los pelajes y como se debe montar. Ellos me hicieron “de a caballo” allá en la casa de mi abuela en los veranos cordobeses.
Por eso fue que lo elegí como padrino de confirmación y también elegí su nombre para esa ocasión en la que me convertía en “soldado de Cristo”.
Casi nadie sabe que mi nombre civil es Nicanor pero que si se agregan los de bautismo y confirmación queda Nicanor Rómulo Rogelio.
Hace unos años pude hacerme una casa en Los Cocos, en el valle de Punilla de las Sierras Cordobesas. Mi casa se llama María Bonita. Ahora saben por qué.



2 comentarios:

  1. Divertida la crónica del 'non plus ultra chanta' tío Quelito. Tal como 'montoneros', me hizo entrar inmediatamente en el túnnel del tiempo e volví, no 'a los 17', mas a mis veinte y pico, a los años 70 del siglo XX... Sí, pues me acordé de algunas historias que contabam de él y de Melitón y su libro de recetas, que me regaló en agradecimiento a algunas horas de lectura. Y me acordé de los Araya, hermanos tan distintos y tan iguales en sus ideales. tiempo duro, pero rico en memorias, en sensaciones, en vivencias.

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  2. Me encantó, Nicanor! Me hiciste acordar de muchas cosas. Qué personaje, el tío Quelito! Mucho más amable que la tía Cuca, sin dudas.
    Y la abuelita May, que también me quería a mí. ¿Te acordás que me daba consejos cuando estaba por nacer Nicolás?...me daba el nombre de un jabón que hacía milenios que no existía más, para lavar los pañales.
    ¿Te acordás cuando, en Villa Allende, estábamos a la espera del GRAN ALMUERZO que nos iba a preparar la abuela May? Casi no comimos, para guardar lugar para el manjar de sus manos...y resultó ser exquisito...y escasísimo. Jaja!!!
    Uf...estamos viejitos, eh?

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